La mínima expresión

La mínima expresión

El estrépito de los argumentos vacíos recorre pasillos sin golpear puerta, volviendo, receloso en su indecisión, para ser reformulado en un debate inconsciente entre digo y hago en un merendero donde sorben café elevando el dedo meñique.

Mientras tanto, la estructura de lo básico miente, y se modifica, divisible, en el tiempo perdido mientras se rifan cabezal y espuelas, y plaza en el abrevadero, los que todavía no tienen ni escaño, ni calle, ni caballo. En la sala de la vanidad, son caciques hasta los mendigos, y la fe justifica los medios.

En la composición de estos días las formas en movimiento sobornan a la inquietud del discurso vago que presenta la unidad como una especie en extinción embalsamada dentro de una urna macabra en el salón de ensayo, cubierta con un sudario. Ahora la aspiración es una escalera sin peldaños, donde la duda, sorprende y no se equivoca, ni tiene remedio.

La teoría, imprecisa y efusiva, mesalina, alardea en sus respuestas hasta de la última palabra, por si se acaban y solo le queda gesticular. Delibera opciones de exclusión, y malvende durezas para trepar las cuerdas que cuelgan de un escenario palatino, la boca, que saliva actas de reuniones que nunca sucedieron, apuntadores ciegos con buena memoria, condenas a caraperro, promociones de caviar, estratagemas y conspiraciones.

Al final, la obra se pierde entre bambalinas tras consumir toda la arena de la parte superior. El autor original, reducido a la mínima expresión, observa al arquetipo que se eleva en falsa modestia, deslumbrado por la gloria, aplaudiendo modelos de superación y compromiso con sonrisa de pena. Definiendo con autoridad de predicador la dignidad del destino, engrandecida por sus acciones sin terminar, flotando en el espacio vacío.

OCOL

Rojo Incandescente

Rojo Incandescente

El aire que me rodea pregunta si te echo de menos desde hace un tiempo, las superficies y los contornos, la vuelta de la esquina, el baile de disfraces que agota el calendario asido a los últimos años, el nudo del estómago que todavía aprieta la asimilación del fenómeno que te alejó de mí, ocultándote en la niebla, desmenuzándote en partículas que caen del balcón de los dioses olvidados, sin baranda, sin pared, sin ventana, sin cornisa.

Me cuesta olvidarle, les digo a todos los adornos cuando amanece, asustado como si mañana fuera la ruta de una golondrina, un candado que anda. Se me hace difícil borrar tu mirada, tus consejos de profesor sin corteza ni carisma, la catana, las esposas, los trece pinchos sobre cada baldosa, el ciclón que se creía brisa, hoy sámago bajo un monte de petróleo blanco que se pierde más allá de la distancia en sí misma.

Las cicatrices enmudecieron aquel último día, me quedé parado cuando tiraron de la manta y los rumores, las repercusiones, exhalaron racimos de consuelo. En el silencio frío del adiós, nadie dio un paso adelante, ni siquiera tú. Abrí tanto los ojos que lo vi todo, incluso lo imaginario. Y grité en la distancia mientras la lluvia azul surgía del suelo, pero no pudiste oírme. El tiempo lo cura todo, me dijo tu espalda. Y, como si la sangre derramada siguiera viva en un diario que canta con tristeza, me rehago en rojo incandescente con la amenaza dormida sobre el mapa de un puente con síndrome de Estocolmo, rezando porque no vuelvas.

OCOL

Bajo el silencio, quien es pequeño de alma, muere de grandeza.

Bajo el silencio, quien es pequeño de alma, muere de grandeza.

–Viste el frío. Y yo, el resto –dijo sin levantar la mirada de la niebla de su copa.

–Eres un número ocho, un cardo sin raíz que vive en un durante muy lento, tenso como el aire que te rodea. Tienes pisada de elefante y uñas picudas y, aunque no se vea, la mugre te sube por la muñeca–pensé–.

 

Sostener el cetro, ser piedra roseta cuando los aplausos retumban ego, garantiza exclamaciones de gallina clueca. El caudillaje se oye en sinfonía desconcertante y fama de alcanfor diez mil pesetas.

Quien es pequeño de alma siembra puñales hasta en el último día sin cavar hondo. En esa librería el porvenir fue y vino, y el reciente es ayer en retorno de pepino con la rabia impotente del eunuco que se cree Don Juan en semifinales de lecturas en chatarras.

La gracia ambidiestra del arrogante, fachendoso y altanero, no en el fondo, provoca deformaciones de corazón, jerigonza de grano duro, mohines de lenguas de trapo, charlatanes de piscinas repletas, alacraneros, rayos y centellas.

Larga es la decadencia en la angostura del camino de los platos rotos. Al acabar tal clase maestra no quedan aprendices, ni soldados, ni coraje. Y contar muertos mirando el mundo, sabiéndolo en toda su largura, definiendo patrón, parámetro y soldadura, es soltar amarras en un maremoto de ciclones.

Aunque las palabras sean rojas y los panfletos hablen de unidad, la autoridad es repugnada con inquina por la quinta y, a la vez, enaltecida con vehemencia de Capitán esparadrapo que cruza mares que pierden agua y simetría.

¡Al abordaje!, es lo que hay. Con tacones estrechos y a la pata coja en bares espaldas de faquir con miedo a verse obligados a cantar en los puntos de sutura, ruido de botellas en celo, y nada de canciones.

Y cuando ya nadie se acuerda…, maldad de lagartija Gray para desprevenidos en los espejos de la acera de enfrente, donde el por si acaso. Con el orgullo de corbata y el puño de boina doblada, dos lunas en la noche del desentierro de la patata sin pelo.

Así muere quien nunca fue en la verticalidad de la honra y la compostura.

 

OCOL

 

Tijera

Tijera

Asumo el aire que te rodea y desvisto a pétalos el dragón que habita en ti en declaraciones largas de humo azul que rumorean lavanda como si fuéramos abejas que se desvanecen al plegar vuelo, como si nos resignáramos a no ser. Y es por eso que supongo jardín en esta copa de vino que antes fue río en prosa, viviéndote a sorbos donde nos alejamos de las circunstancias adversas que marcan ronda y singladura. Somos formas en la orilla de hierba que hechiza piedras y esclarecidos en lo divino que emana de las simples cosas.

Estoy aquí, señalando una estrella, por si levantas la vista del suelo y la luz te atrae a la miel que tenemos pendiente en el hueco que rodea este fuego. Desearía que vieras más allá de ese emboque de lluvia habanera y grana que se adorna de oscuridad al caer en verso frío sobre nuestros dedos. Bajo la corola de la noche nada nos puede pasar. Siente como quiebra la silueta de la luna, mira los aullidos de apego y derroche, y las resonancias del sitar.

Me miras como a un charco que refleja un satélite perdido, yo te respondo con silencio, vaya a ser que las palabras desaprovechen el tacto de los labios y las trenzas del viernes que pasea por el hilo que sujeta el punto seguido que integra valentía y decisión. Yo te aliento detrás del oído; si te das la vuelta, dejamos la tregua de rebaño y nos servimos los besos aplazados bajo el firmamento de la oveja negra.

Papel

Papel

Sabes que la corteza de esos muros se resiste a bajar los dientes y tú, mirando de lejos, a tu modo, estás convencida del orden de las cosas. Sientes dolor al hablar, y se te hace pendiente eso que te dices; como si esa boca piel de tigre abrigara un rugido que afirma seguridad, o enmienda de pelota.

Al final, no tendremos nada.

A que no.

También te dices que la historia ya se sabe, y no. Acabas por desenmascarar la ribera que enreja un teatro al que sobrevendrán partículas de sal y yodo de las mareas que nunca pudimos, corroyéndolo todo. Aunque tampoco mañana podrás huir de la arena que sube por las tuberías y que entra por debajo de la puerta de nuestras manos, del arrecife de corales que se derrochó esperando.

Actúas como si merecieras todo lo que está por venir, aunque sea malo. El destino es obra de la pereza y no sabe blandir una espada.

Desde arriba, pegando la mejilla al techo, de medio lado, sigues escribiendo la lista de la compra como si fuera una copla en un carro que podría llevar cualquiera, haciendo los mismos rodeos para llegar a cualquier parte.

Aunque también eres un cuadrado de harina de azafrán y de comino, y la cama vacía de Frida Kahlo que malvive de arte puro. Ahí estás… en la azotea, mirando los rayos caer.

El árbol que siempre estuvo ahí por fin te ha incluido, sus ramas se clavan en tu edificio, reconocen quicio y juntura. La noche se traga el contorno de la maleza, y exalta, y supone, aunque no lo percibas, la oscilación de los peciolos, y las hojuelas que observan la distancia que haya hasta el suelo. El viento sopla, y el polvo se hace barro de acciones que no tienen beneficio, cuando la luz se va.

Miras la superficie de los muebles preparando lo que pueda pasar, confirmando escenarios y figurantes que no se ven. Siempre fuiste así.

Gritarán las casas vacías, aunque nadie las oiga. La probabilidad será una ruleta rusa que sólo confirmará la intención de cruzar el mar a nado. Y esa fortaleza que finge ser Nina Simone cuando habla de ti, y de lo que está por venir, no toca piano, ni distingue la fragilidad de nuestra arquitectura.

Al final, no tendremos nada.

A que no.

 

OCOL

Piedra

Piedra

Qué es la realidad

es un mito

qué es en verdad si se hace mar la piedra

y lo insignificante

es nada

o es infinito…

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La Manada

La Manada

Cuando llegó la navidad, las murallas fueron derrumbadas. Un día me aislaron de la hipocresía del dinero, la felonía y sus desfases, de los comediantes sobre el fuego frío. Los escombros fueron presentados en sociedad antes de fragmentarse en carcajadas de pasadizo, de callejón, de pozo ciego en un campo apartado.

Mis cosechas fueron trasladadas a la mesa de una oficina donde todos se arrastraban por el piso arrojando bilis por las comisuras de los labios, reteniéndose las tripas, balbuceando guion. Con las uñas rompiéndose pintaban la moqueta con sangre cetrina y baba burguesa. Era el busilis, el arte, la hermosura que surge del poder y las afluencias que el mundo aplaude con brío, votando, firmando hipoteca y contrato.

Aquella tarde de diciembre todos usaban la mirilla, nadie vino a recogerme, ni trató de unir mis pedazos. Bien entrado el mes de enero, solo quedó silencio de ion tras la voladura, discreta y fina, y el maullido de un gato.

Me deshicieron de entusiasmo y honor como el que quita capas a una cebolla; y en la idioteca, además de la antena, hay eco; no hay colmena, ni nave, ni puente, ni mano, ni se quiere, ni se folla. La aldabilla enmudeció, y la llave se hizo pomo desatando nudos que hicieron otros con un pero, un arco y una flecha, porque la fuerza se ensaya y la experiencia jura en vano.

A todo se aprende, guste o duela. Y tropezar justifica las heridas en rodillas del acero, la presión aprovecha para expandir límites y hacer músculo para afrontar mañana, y cambiar fusta por piano. Y claro, al descuidar las heridas es ingrato cicatrizar. A partir de ahí, te sientas en la diana dejando colgar las piernas sobre la nada a pasar el rato.

 

OCOL

Open Arms

Open Arms

Mientras los ojos del mundo que mira, pero que no ve, se entornaban para echar una siesta con la inspiración aliviada y el ventilador escama de serpiente frente al ánimo y los pies descalzos sobre el sillón, unas manos pequeñas, ahogadas de mar, gritaban a la cuerda que caía del barco mientras el mundo callaba mamando cerveza, mirando series en la televisión. Los dedos de su otra mano también temblaban acariciando la cara que yacía a su lado con los labios secos. El niño repetía una palabra que no entendemos, y había dejado de esperar hacía ya muchas olas. Por eso la cuerda se hizo horca, y flecos desatados en penas.

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Una marmota y un cerbero miraban al día de los Bosques Ardiendo entre ríos de barro y montañas de mierda nadando.

El día que los mares escupían bolsas que decían ser caracolas, los bancos se pusieron de pie y se llevaron el dinero, saltando los muros de carga en llamas, desapareciendo en el abismo. Los glaciares desistieron de llorar cuando el aire se hizo humo negro patriota y el agua inundó la ciudad. Ya no quedó ni luz bajo las farolas, ni espacio para una colilla más en el cenicero, ni gente follando en las camas predicando amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Sigue rezando.

A los que nunca fueron (héroes del silencio)

A los que nunca fueron (héroes del silencio)

Me atraganta el aire de piedras calladas y las lágrimas de vino espumoso que despedís de entre los labios como si fuerais un huracán con cara de susurro y no supierais ni soplar. Sarcástico, a que sí.

¿En nombre de quién habláis en este juego de hurto y de cadenas besando anillos con los ojos rojos y el compás doblado? Y después qué, a saber, más aritmética de buena fe en tono jocoso, como si hubierais alguna vez cumplido con vuestra palabra, ésa que os define con la voluntad ya cumplida y más canas que el fuego.

Con miedo a mirar atrás, y un todavía estatua de sal, la carrera de mañana asegura un dardo sin diana; y luego qué. Acaso no os reconocéis en el espejo que no se corta un pelo y ya os está diciendo que no. En la realidad que calcula tridente, sois una cuerda fatua que da la vuelta a la tierra, ahogándola, una mula que es borrego, dos cerrojos gritando al silencio, tres excesos que saben a poco. Y todos mesados por la complacencia de los días que van forzando un viaje de cristal que no sube, una caricatura. Adónde queríais ir, si el camino se hace al andar qué hacéis contando cabras y nubes con la barbilla manchada de simiente.

Nos os dais cuenta de la importancia del fragmento en la hiedra que enraíza guijarros y cantos en fuente esperanza, en ese estanque en el que no hay agua la coral fúnebre sin partitura amansa la arena negra que acuesta una sirena varada con la boca llena de plástico.

 

OCOL

Que las perras no se sientan solas.

Que las perras no se sientan solas.

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Cuando ha rugido el inmortal sobre la manada, el suelo se ha hecho agua de humo y las paredes se han agachado al ver el bando de cuervos pasar, levantando la ropa de los tendederos, tirando las macetas, apagando las farolas.

El silencio ahora es mundial y las cuerdas yertas, esperan instrucciones. La sábana que se ajusta al cuerpo con notas mudas, justifica la grieta del calendario en el chajuán de este final de agosto intimidado por las olas.

A lo sumo se queda una borrachera de días pálidos de jaula, de quejidos y nubes de costo en una soledad güera de nudo y alerta. Esperando a la remisión trepar por el precipicio de esta esperanza varada que aúlla en la distancia que las perras no se sientan solas.

OCOL

Sefirot

Sefirot

Me escondo en la superación como un corredor de fondo que atraviesa la vida sin mirar a los lados, con el suelo diciendo no eres tú, soy yo.

No me encuentro en la franqueza de los besos, en las expresiones de todas las noches del mundo.

Será la luz en la locura de este lento para fagot que enreda cuerdas en la oscuridad de efecto inverso, será…

El dedo en el mapa de un pecho, y el pulso, que impide la veda de corazón redondo en la curva de la luna, marcando el paso como si no supiera hacer otra cosa.

Me llevas en la mano que recibe pero no da, me repito queriendo llegar adónde, sin ti. Y confundido en la geometría del universo me hago humo y trasciendo.

Hoy el miedo que pintó de negro el sefirot que divide nuestras calles es el aullido, un lecho de flores caídas sin polinizar, y un quebrantahuesos, y una hiena, alrededor de los errores todavía palpitando, fingiendo no decir adiós.

Soy el rumor de un bosque de imágenes de hombres con soledad y vacío, una laguna de palabras perdidas, un barco de agua, un punto negro en el firmamento, un robot que llora, una almohada mintiendo.

 

Ocol

OJO QUE PIENSA

Voces

Voces

Cómo pude rendirme a la tormenta perfecta, al arrebato de las condiciones adversas de esta prisa quieta, a las voces en la distancia diciendo que no, a los murmullos que advertían que la noche sería larga, a la locura que sobreactuaba en aquellas tablas de ceniza y plastilina mientras yo entraba en tu sala de espera y cedía.

Solté mi maleta en el aire y me rompí en pedazos con el viento, me hice arena, serpentina, polvo de tiza. Me quedaba dormido pensando en tus sábanas, en tu luna de carne de membrillo, en la luz que atraviesa tus cerraduras presagiando la aurora, como si fuera nuestra, como si fueras mío.

Pero eso fue ayer.

Nadie puede encontrarme en tus manos, en tu bolsillo, sentado al filo de tus labios sin miedo a caer. Luego ya en conciencia de celda, la vida entera dando vueltas en círculo pensando en quién es quién, escribiendo letras en la orilla con una rama, esperando a que el agua no cambie su silueta, tratando de distinguir entre ya y ahora, y mientras tanto, todo.

Al final del pasillo el fuego negro interpreta planos de un mundo cubierto de nieve que en la distancia parece decir si tú me dices ven planeando sobre las ruinas de nuestra cama todavía sin confundir, sobre lo que quedaría escrito en el pañuelo que escondes en tu almohada, para hacerlo nuestro cuando ya no te quede nada y quieras volver.

Allí estuve hoy, esperando otra vez.

Ocol

DÁMELAS

FRÍO

FRÍO

Nuestro abrazo ya no sabe qué hacer, ni se halla en este frío en línea recta. Siempre se queda a medias por si a su cosecha le diera por contradecir, por dar la nota y en los detalles perderse como un anillo en un mar rojo…, dime que te das cuenta como yo, que no he vuelto a quedarme dormido en el Polo Norte. Y ahora qué, dice el mañana antecediéndose porque todavía no hemos acabado con esto, verdad.

En la parte superior de mi pecho, y del tuyo, indiferencia de ésa que se muestra conforme siendo incorrecta sin que a nadie le importe; a mí sí. Y, antes de volver sentir, deshacerse el nudo de nuestros zapatos y, al sacar los pies y posarlos en el pasillo que no tiene puertas, ni paredes, ni techo, caminaremos temblando hacía la nada. Adónde si no. Te espero aquí, tengo todo preparado.

Y las manos imprecisas que se alejan con la imprudencia remota, suspirando deseos en los espacios huecos que se excusan de todo en la acústica de aquello que se queda dentro, larvadas. Lo que la verdad esconde en el eco chivato y que tú no entiendes, o sí. Te echo de menos, digo sin saber por qué. Nuestro abrazo ya no sabe qué hacer, y yo sigo esperando.

Ocol.

Luna1-01

MALDITOS

MALDITOS

Diario de Ocol

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Aquellos que, ante la negrura que nos cierne, despliegan planos que esconden mapas de un piano, hangares y gradas, escaleras, ramales, tramos que desembocan en afluentes de un beso y un puñado de palabras que no son sinfonía que confluya en regalos sin ánimo de lucro. Hay que parar a la verdad angustiosa y exhalar vaticinios de laureles para no acabar mintiendo; que se lo lleven, que el viento se arrastre con ellos si es que puede.

Aquellos que se valen del tiempo para dar las gracias a causa de que el mundo adoptare menudeces que se olvidan rápidamente, de ellos. Si el reloj habla en inacabable, sin mayor meta ni detalle, para qué estar esperando cuando deberíamos bailar en los cuartos que confieren nuestro rascacielos sin uña.

Aquellos que piropean porque no saben qué decir, aquellos que prometen ser locos, un rato, una muestra de interés espontánea, una mano…

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Adiós

Adiós

Es verdad que siempre sentía un miedo incontrolable, uno que intimidaba al arte que trasciende a lo tangible y que se desviste sin mayor intención que dar golpes invisibles hasta traer lo que hay más allá. Es verdad, y a mí me gusta sentirlo. Me envuelve en una capa de piedra. El cielo está vacío, me decía constantemente, pero en el vacío hay algo que rompe la ecuación como si fuera un texto ininteligible que concluye en soluciones; y eso es lo que estaba buscando.

Volver a verte me abrió los ojos. Fue una huida hacia delante. Los falsos camaradas pierden la fuerza en el abre los ojos, y llevar un hacha apuntalada al hombro te compone, los movimientos son más consecuentes con lo que pueda pasar, dijiste. Atraías la luz que hay al final del túnel, y yo iba harto de noche. Volver a verte me abrió los ojos. Nunca pude tocarte, y tu aliento me seguía perturbando, tu luz. Eres como un zorro que se hace el muerto sobre la cama. No pude moverme y, aun así, las sensaciones de antes empezaban a recorrer mi cuerpo. Como sangre cruda que escupe el corazón y que atraviesa el cuerpo, helándolo. Levedad, confianza.

La conversación duró toda la noche y, con el amanecer, cuando ya no teníamos nada más que añadir, me preparé para verte desaparecer en lo que quedaba de negro subterráneo en nuestro desván. Levantaste la mano, hiciste el gesto; y susurraste: sin perdón, ella debe morir.

You want it darker, we kill the flame, diría Leonard Cohen.

OJO AL SUELO

Cuando te fuiste, salí de la casa. Bajo las luces de la mañana empezó el proceso de descongelación, y fui cautivo de un nuevo sentimiento. Caminé hasta el coche, pesadamente. Los pájaros se posaron a las ramas de los árboles que rodeaban la casa. Diez pájaros, cien pájaros, mil. No cantaron, sólo miraban. El siseo del viento me trajo la sonrisa a los labios, palpé con la lengua mis colmillos. Luego me arrodillé, cogí arena con las dos manos y me las froté con tanta fuerza que me clavé los filos de algunas piedras pequeñas en las palmas, en los dedos. El dolor que no surte efecto, a pesar de las heridas, y que asegura la muralla que en realidad se esconde bajo nuestra piel compasiva, asediada por la consciencia, es lascivo, es visceral. Recuperé las dudas y la fragilidad como el que busca una bola de pelo detrás del sofá. Me escupí en las manos, las froté, luego bajé la cremallera y oriné encima de ellas mirando el horizonte que se esconde tras el ramaje. Humo. Sin atisbar extravío, o desconcierto, sin pestañear. No me cabía en el pantalón. La orquesta iba afinada; y yo iba a por ti, ensayando la despedida con la rabia que promete conclusiones tras la ceremonia, cierre. Subterfugios que harían reconocibles y justificados los actos de cortar a dos tramos lo malsano que habías introducido en mi copa. No tenías otra cosa mejor que hacer… y la devolución siempre sale cara, y ya van corrompidos superficie y anónimo, por lo menos.

Mientras conducía en las curvas, veía tu cara y esa expresión apenada hasta los huesos, tu estructura calada en desconsuelo, en ansias por no se sabe qué, la precipitación, el relámpago, la urgencia inconsolable, el desamparo, la melancolía y esa falsa ingenuidad, y las sonrisas cabeza de turco que se traducen en frases artificiales por si acaso se puede apretar más, quizás por un rencor impropio en personas sin alma, quizás por desafección, una desafección muy tuya, muy típica en los aferrados al paso de los que no llevan sombra. Y, para qué atajar la coherencia que me llevó a aquel punto y final, unos párrafos más y ya estaríamos listos.

Lo vi en tus ojos, en tus gestos. Qué culpa tengo yo de que fuese tu turno, me dije apretando las muelas.

La fibra del verdugo, sin entrenamiento, se traduce en apatía, en indiferencia, en una lasitud que nos lleva al camino de los tristes, adonde la muerte empieza a hacerse invulnerable y cada día un poco más consciente, reflexiva, escrupulosa y perseverante. Si levantas el pie, se hacen contigo. Y también somos feroces, crueles, obscenos, no os olvidéis. Y yo no perdí la atención. Si el mal no se hace en ti, no eres más que un juguete del destino, un muñeco. Y la mejor defensa es el combate ante tormentos como tú.

Fue la última visita, la última cura. Y era verdad, merecía morir. Estuve mirándola tanto tiempo, en a las marcas de una agonía que se forma tras las fracturas del exceso, que los gritos buscaban donde no había…, y no hubo eco.

Qué le vamos a hacer.

OCOL

Catábasis

Catábasis

La calma vibraba como un susurro, como una chicharra que se ha perdido en las notas acalladas que se deslizan en la afonía de casa abandonada. El desván había perdido la savia que un día lo colmaba de vivacidad y pasatiempo y yo, sentado a los pies de la cama, trataba de recoger momentos en los que hablábamos sin darnos cuenta de la duración de las horas, sin importarnos qué estaba pasando más allá de la escalera, después de las ventanas. Pero las imágenes se desdibujaban en mi memoria. Cada día me resultaba más complejo recordar, revivir ciertos momentos en el presente resbaladizo. Mis pensamientos estaban aislados en un ring incesante. Y los tiempos de descanso, sentados en una esquina, escupían golpes y reflexiones sobre estrategia en fases de acierto y error, de impaciencia y seguridad, de perspicacia y torpeza, y de miedo, todos ellos pasajeros, todos efímeros, y todos siempre enlazados como un zarzal en movimiento que avanza por la maleza y que va perdiendo ramales que se enganchan en los tantos pasajes estrechos.

Medir los tiempos siempre me causó aprensión, un momento podía cambiar mi mundo entero y podía pasar de la euforia madura que te llena la boca de intrascendencia disfrazada de conversación y que descorcha una botella de vino y enciende una vela, con la polla dura, a la ingenuidad que huye de afrontar la realidad y que asegura que esconderse en un rincón y taparse los ojos puede mejorar las cosas, o hacer que no sucedan.

DE REOJO

Sí, admito que siempre he sido así, un hombre que lleva a un chiquillo metido en la sala de control y que dirige cada día la lucha, siendo un disidente, una excepción que cada día pierde un poco de figura y legitimidad y que se malgasta en composiciones y oportunidades de venta, cargado de referencias, de condiciones en serie, despojando de genio e individualidad a mis reacciones, a mi improvisación. Y cómo se anda subordinado, esclavo en la confusión que resulta de la impotencia títere que se adueña de mi sueño, de mi creatividad, de mis hadas, cómo se anda. La paciencia ficticia, contaminada, de la segunda edad es un preámbulo que dura la mayor parte de la vida y que, zanahoria, hipnotista, te miente y te lleva a la puerta de salida y no te da ni las gracias. Dónde se corrompió la revolución y nos creímos esto de ser nosotros mismos (mismos).

Y, ¿sabéis?, creo que fue un acto de valentía volver a la casa, dejar a un lado el cumplimiento de las normas y no ceder ante el asedio, pedir ayuda, armarme para un ataque frontal, inminente. No pude dejar de observar cada detalle, incluso entrada la noche y habiéndose incorporado la oscuridad clandestina que tiñe de rompecabezas y atenebre la estancia, no pude dejar de observar cada detalle que pudiera traerte de vuelta. Pero la hora ya había pasado.

Me vestí lentamente, me aseguré de que los cigarros estuvieran bien apagados. Luego miré a través de la ventana del fondo. Aquella arboleda, aquel monte tupido de verde, de ramaje, repartido de substancia, siempre despierto, su río, el aire. Me embriagaba, me aseguraba cuán quebrantado estaba en los tejemanejes del guion y la inercia; y por ti, podrías irte al infierno. Se me ató un nudo en la garganta, y, después, sentí un escalofrío, exhalé. Me tapé los ojos y respiré hondo. Tenía que acabar con ello.

Tenía que acabar contigo, no había otra opción posible, mi paciencia estaba superada hacía demasiado tiempo. No volvería agachar la cabeza y permitir que siguieras ahí, asfixiando mi calendario. Apreté los dientes, estiré los labios. No sabía qué hacer, y, de repente, escuché el crujido, y, después, tus pasos…

OCOL

Adagio

Adagio

Dos camas, una vacía, dos. La silla deshabitada, fría. Las ventanas no se podían abrir y las cortinas silbaban una canción lánguida que se impulsaba por el pasillo inerte al abismo. La habitación a oscuras en la que murió el abuelo, y luego los escalones, y la buhardilla adonde pasábamos el tiempo con los fantasmas y la nada. Y la muñeca de porcelana que decidía a quién le tocaba morir.

Parece que te estoy viendo levantando el dedo, pasándolo por la garganta, de lado. Tus ojos decían la verdad. Tu sombra cubría el techo y hacía los gestos alargados. Tu respiración.  Qué más da todo lo demás, decía yo, convencido de la sentencia y la seguridad que ofrecías, y los claros signos de maldad, que protegen, y el desapego que da sentido a murallas y armas, a la garantía y a la bravura. Merece sufrir, decías con tanta impiedad que convencías. Odiaba sentir compasión por los que van expulsando púas sobre la piel limpia en desnudos que buscaban la camiseta con prisa, aprovechando oportunidades como locos en la flaqueza ajena, tramando infiernos con esmero como si algo les hubiera dado permiso de cambiar senderos por espinos y apagar las luces, y elegir la caja, después de repartir cristales por el suelo de un cuarto de baño flotante y dormido que nada tienen que ver con ellos. No les tengo miedo. El demonio que creen tener hipnotizado despertará en su cama y hará lo que mejor sabe. Es la influencia, no una pared o un joyero.

DE REOJO

Mordido… No podía sacarte de mi cabeza y trataba de comprender qué había desencadenado, otra vez, el que estuviera corriendo, mirando para atrás todo el rato angustiado por el lenguaje y el susurro de antorchas, y que algo indefinido me estuviera apuntando, a pesar de la negrura de bosque y su inconcreción, de lo aprendido, de los rincones del silencio, de la sed, del peaje, del aullido. Pero sólo uno se arma ante lo anónimo, ante lo lógico, ante Botero. Y tú ibas detrás de mí, no tenías otra cosa mejor que hacer.

Subí las escaleras despacio, escuchando el crujido de la madera, arrastrando la mirada detrás de la luz que alumbraba el suelo. Cucarachas. Continuaban allí los treinta y seis escalones. Cuando llegué me quedé mirando la estampa macabra, se me erizaron los brazos. Me senté en una caja y encendí un cigarro, como si fumar, o estar cerca de la escalera me hiciera replantearme las cosas.

OJO AL SUELO

Todo seguía igual, la luz tenue caía sobre los dos baúles, y el espejo, que se corría por el suelo, entre las cucarachas, sobre las camas, una vacía, dos. El albor naranja le daba más secreto a los sonidos del sigilo y su trascendencia misteriosa, me lo llevé a los labios. Cogí a la muñeca, se me quedó mirando. Siempre me había gustado consumir fuegos que le quitaran coherencia a la locura que nos aferra a la vida como si pasar un día más fuese una conquista, como si alargar el paseo nos llevara a un lugar mejor. Seguir buscando una victoria, fronteriza, que nunca hubiésemos catado, atentos del después, a la búsqueda de un nuevo desafío, dejando a los otros en el monte del olvido, en el vertedero de trofeos. Siempre me había parecido que los infelices que creen que merecen más y que envidian el aire que nos rodea, como si fuese suyo, son los que más corren.

Sentía dolor, un dolor extraño, ése que permanece cuando ha pasado la inexperiencia y que aprieta atado a pensamientos que no ceden en una guerra interminable. Me hormigueaban los meñiques. El frío y el polvo caían sobre mí, asimilándome. Por un momento, como cuando éramos unos críos, creí ver en la distancia a la araña avanzar, y a la mecedora agitarse, deseando formar parte de la oscuridad, ser red, ser deseado. Luego me quité la ropa. Cucarachas. Dos camas, una vacía, dos.

Y entonces me senté a esperarte.

OCOL

Antropofobia

Antropofobia

Vuestro enlace de boca de polvo, forajidos disfrazados de monaguillo que me buscan en los pasillos de los picos que muerden después del convite y el beneficio, es un mapa de cuestas que confluye en la ausencia, ésa que al final a nadie importa, desmoronándose en fondos profundos como carne que gotea por los filos del cinturón sobre un lago de añicos, olvidando la alta fidelidad de los sonidos que arrojáis en orejas fronterizas y su repercusión en la cueva que todo lo repite. En qué estaría yo pensando cuando hablábamos mirándonos como si fuera posible algo tan efímero. Nunca deberíamos abandonar a la ciencia, dijo el agua al aceite.

Y aquel cuaderno de matices agudos y repasos del viento en las perspectivas de un cambio que parece la vida entera se deshace en mis manos, como el polvo tras la ráfaga que levanta tu capa, y la tuya… Qué marqueses, qué emperatrices. Abrazos nobles, linajudos y dignos. Caramelos y papillas, lujo en los detalles, cipreses de jalea, compota de papa caliente, cien calles que no salen en el google, gollerías de máscara de palo benigno, astillas y mugre. Y una nana, una que no puedo soportar ya más. Cállate de una vez.

DÁMELAS

No puedo ordenar palabras, no soy capaz de asumir el orden que podría haberles dado si pudiera caminar sin romperme, sin volverme loco. Es obvio que tiento alameda como si fuera pasado, y sé que parezco pedazos, pero cruzo la ciudad en silencio mirando por las ventanas, esperando a que esto ceda. Creéis que soy un alma en pena que no sabe de hoy, ni de mañana, y que se desvanece en la penumbra, pero soy un derribo que enumeró las piezas y guardó los planos sin que nadie se diera cuenta.

OJO QUE PIENSA

Y puede que todo lo ocurrido sea una intriga, una estratagema, que nadie sabe explicar. Puede que el cenagal de espanto en el cenicero haciendo equilibrios en mi dedo gordo sea un truco que no dice nada o quizás sea una paliza de esas que luego se olvida, o una estela, o un fiordo. Quizás sea un licor envenenado que me forjará, o un carroñero que arrima membrana para facilitar desaparición de esquema, uno que yo hilvané cuando hilos y agujas ataban cabos. Por ahora no soy capaz de correr por el suelo, y la noche palidece ceja, asceta. Y sí, la distancia hace estragos, pero no te duermas que voy… ¿No lo sabías? Se ha abierto la veda.

La maleta de piedra caliza a los pies de la cama, deshaciéndose, es para ti. Y las cadenas, y las cuerdas de marionetas viejas, puedes cogerlas. Muy bien. Estos son indicios de barro en el temporal en la espera que no siente ni padece. Los viajes fueron en vano, los mapas, los cuadernos, los lavabos. Y, mientras tanto, tú, y tú, y tú, y tú también, seguís siendo lo que hacéis, es lo único que os queda.

OCOL

Abracadabra

Abracadabra

Todavía guardaba un grito en la herida cosiendo a zarpadas recuerdos desde adentro, donde el dolor, por encargo, parecía escuchar llover. Me revolví en suspiros de dinamita en el fuego que libera al excomulgado, y conseguí ver después de las ruinas, más allá del puente del olvido.

Sobre la cama de piedra un desierto se desvistió de largo y mostró sus curvas y, retrocediendo, un oasis dijo que sí, aunque no había nido que pudiera negar la caída, las lanzas y la traición del que no sabe pero juzga y, entre abrazos, incita al odio como si estuviésemos en una fiesta macabra.

Luego copié un mapa de cuestas de los cuadernos sucios del viejo que me salvó la vida sobre un escalón de plastilina. Un repaso con el viento, en perspectiva astronauta, que no rozaba el suelo y que veía las estrellas con los ojos cerrados.

En el sótano, la muñeca con un ojo señalaba… batuta, el habla de espejo de la inquina que no esconde las manos tras la piedra, el discurso de las runas, y yo tratando de no comprender. Después del desprendimiento, cicatricé en una pregunta sin respuesta que edra, por si acaso.

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Abracadabra.

Parecía un cenagal de enunciados y pensamientos de cenicero haciendo equilibrios en mi dedo gordo que se descomponía para combinar elementos insólitos. Pero era la recta final. Se me venían sus caras, sus gestos, sonrisas que no dicen nada. Y, en sus casas, fiordos de piedra caliza, deshaciéndose de soledad. Y cadenas, y cuerdas de marionetas viejas que hasta mentirían al árbol que enselve sus rostros cuando les haga falta. Indicios de barro en el temporal de la espera para poder dar un paso.

No es cosa mía, el boomerang siempre vuelve.

OCOL

Aquiles

Aquiles

Hoy, ayer, hace algunos días, un gato atravesó mi talón buscando libertad. Qué es, y por qué lo hizo en mí. Le miré a los ojos en el amanecer de los locos que no saben disparar, me dejé, no pude moverme. Aquiles, le dije, ahora que vas al otro lado, teñido de mí, anuncia el coma a través de las heridas cuando se haga estable, agárrate a mí desde adentro para que no se me olvide cuánto duele la interrupción que no cesa. No me dejes volver a ser normal, yo no tengo siete vidas.

La última de sus miradas descubría un misterio, uno que no estaba hecho de incógnitas ni entresijo, ni siquiera de interrogación. La arena y las piedras bajo mi pie derecho, la hierba, el rosal, callaban y miraban para otro lado, aceptando al dolor, como en un vuelo a la luna.

Mientras tanto, la mañana dejaba de ladrar lentamente mezclándose con la mortalidad de la avalancha resuelta que devuelve al primer plano a la costumbre, a pesar de los cambios que asimila la vista cansada, las conjeturas y la vuelta a la moderación tan oportuna, tan quieta. Sólo el muñeco de trapo tirado en el suelo junto a la rueda del coche abría sus ojos sin comprender la magnitud de la lesión que no era más que una ceremonia, una grieta, que desaparecería quitándole importancia a una ocurrencia del Caos que pretendía desaparecer cuando el dolor cediera, y devolvernos al infierno en el que, en un incesante ir y venir, se repite la misma historia. Una Araña subía por mi pierna. Ante mí, de nuevo, la torre de Babilonia y, por primera vez, el dolor no me dejó subir.

Observar el calendario caminar a pasos forzados desde una esquina de la salida de emergencia del túnel que cruza la cárcel comercial, el manicomio de tiendas y calles, el laberinto del dinero, los estancos de afirmaciones y opinión, los cuentos de la hipnosis, las partes del día de estructuras sine die, sin bailar, con el cuello metálico y las mandíbulas soldadas, podrían ser un entretenimiento coherente con los tiempos que corren, pero los hechos no terminaron de cuajar.

No estoy ni dentro ni fuera, me repetía. Y mientras tanto los halcones gañían en la distancia, como queriendo formar parte de un proceso en el que eran una pista crucial.

Indicios…

Todavía puedo sentir tus garras, tu piel sedosa perder el vestido, Aquiles, sigo, de momento, atento a ti, esperando una señal.

Se ha quedado a dormir un dolor enmascarado de fuego fatuo que habla claro, consciente, sincero. Y sí, la herida cicatriza y murmulla en concavidades de cilicio, y recuerda, ahora que todavía tiene fuerzas, cien formas de huida.

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Recuerdos.

–A Yoko Ono no la entiendo…– decía aquel señor que parecía interesante, que comía rabo en un restaurante a las puertas de una plaza de toros, posando sus zapatos nuevos en baldosas crueles, mirando para otro lado con sus gafas de sol de cien euros, con el móvil en la mesa y la barbilla, la garganta, la camisa, manchada sangre.

–Acaso se entiende algo. Qué hacéis aquí, quiénes sois, adónde vais. Tiempo, dimensiones, lloros– respondía el viento que no cesa.

Delirio.

Ay, Aquiles, por qué resurgimos de entre ceniza, cuántas son las esferas, por qué la calma tiene un pasado turbio, casta, galgo.

La fiebre seguía, el dolor. Aún no he llegado, me dije cuando la luz de junio parecía más que nunca un piano, cuando la primera línea divergió y se trazó el cerro de los gatos sobre la ciudad de piedra, papel, tijera. Luego paso un día, y una noche melliza. Y, entonces escuché el primer maullido, sin pero, sin embargo.

OCOL

Malditos (El octavo pasajero)

Malditos (El octavo pasajero)

Malditos aquellos que vomitan discursos de afecto y convenio y que, como dragones que exhalen humo de vainilla, empatizan con la masa con la insinuación del carroñero que se acerca sólo para mirar y declarar que ellos no tienen nunca la culpa aunque aprovechen la ocasión y les tiemble la mandíbula de fauces de mantequilla. Juran ante la biblia de papel secante con seguridad de carnicero y levantan el hacha para degollar a la cabra en la trastienda de un espectáculo de ángel exterminador que dignifica a la vida que el humano reconoce como normal, rutinaria, lógica, universal, abundante. Ja. Se perdona, pero no se olvida.

Malditos seáis por participar en la puesta de largo de un nuevo número de trastero en ruinas en el que las estanterías son forzadas a especular haciendo zancadillas al que nunca estuvo allí, regalando polvo de chabola y disculpas que, disfrazadas de alcantarilla tapándose la nariz, piden recuperar el estatus que exige la dignidad corrida, con la polla de mantilla y la soledad del tallo que no conoce ni corola, ni raíz.

Malditos los que confunden bajeza con 2 de mayo por el derecho a la pataleta y, embadurnada de mierda, y vacío de maleta, juran la lealtad del que miente con la mano en el pecho en homenaje a la nobleza perdida. Ancha es Castilla, di que sí. Al día siguiente Goya levanta la cabeza y se da un golpe de realidad de invasión al ver cómo se follan por la derecha y por la izquierda sin necesidad de levantamiento ni Napoleón, al saber que si antes nos uníamos frente al enemigo, ahora la brecha está en el bar. Álvarez Dumont, y Sorolla, hoy, no sabrían cómo representar tal castigo al que nunca quiso cantar. Es lo que tiene esa lucha callejera que, al final, se confunde uno de calle y de trabuco si nunca sabe de qué bando está, si la realidad es que se la trae al pairo o tienen miedo del Canco… uuuuh. Y ya puestos, guerra o pasacalle, qué más da… cuesta, llano, pendiente o barranco si al final llegó el final. ¿Dónde va Vicente? En el carrusel de los amigos de las pancartas tan favor como en contra, los insurgentes no sólo atacan a los mamelucos, venden a su madre si es necesario mirándola a los ojos, de frente. Me miras, te miro.

Malditos seáis con ser vosotros mismos hasta el último suspiro.

OCOL

MALDITOS

MALDITOS

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Aquellos que, ante la negrura que nos cierne, despliegan planos que esconden mapas de un piano, hangares y gradas, escaleras, ramales, tramos que desembocan en afluentes de un beso y un puñado de palabras que no son sinfonía que confluya en regalos sin ánimo de lucro. Hay que parar a la verdad angustiosa y exhalar vaticinios de laureles para no acabar mintiendo; que se lo lleven, que el viento se arrastre con ellos si es que puede.

Aquellos que se valen del tiempo para dar las gracias a causa de que el mundo adoptare menudeces que se olvidan rápidamente, de ellos. Si el reloj habla en inacabable, sin mayor meta ni detalle, para qué estar esperando cuando deberíamos bailar en los cuartos que confieren nuestro rascacielos sin uña.

Aquellos que piropean porque no saben qué decir, aquellos que prometen ser locos, un rato, una muestra de interés espontánea, una mano que es pezuña, una opinión que satisfaga a los muertos, una flecha, un chivato; que exploten al mirarse desnudos de lado en la cama, con las carnes colgando; al correrse, poco. Que el éxito confirme que no hay antes ni después cuando se han ido ya los flases, que les susurren en idiomas que no entiendan y les alaben a las tres de la mañana con risas cónicas, con gases.

En qué se basa un abrazo, en el pecho, en los hombros, en las manos, en el giro de los codos y las muñecas. Tú lo sabes, pregunto.

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Malditos aquellos que, después de la luz que se aleja, huyen lentamente, como si fuéramos idiotas y no nos diéramos cuenta de que estaban las llaves puestas. Se aleja, qué parte no has entendido.

Aquellos que, asustados y expectantes, despiertan soñando, buscando imágenes que puedan cambiar el desayuno por un baño harto, satisfecho, atracado. Al final el barco termina despiezado y los viajes se olvidan, y, como la espera es infumable, la cerveza del medio día sabe a hierro.

Aquellos que interpretan tanto y que matan de aburrimiento a las tardes de hadas y genios y que han confirmado proporcionadas las partes que no contribuyen todavía, a las madrugadas con puntos suspensivos que no llegan a nada y que, aun así, prometen ovaciones que están hechas de la casualidad y el tedio de la pandilla invisible que dice ser una manifestación legal y representativa. Por dios que salvarme de ello no resulte un papel en ese escenario. Que no me alcance el aliento de esos labios ya que pasé por ser niño y por la ignorancia que es hija y pionera, que no se me permita moler fragmentos de códices que aún no han sido escritos  para hacer café imaginario, sin un cigarro, en la cocina de uno que se deduce de la intervención divina en el infierno de los gritos del silencio de cualquier manera. Por dios que, para tal tropelía de la empatía en esta ficción me sienta poco y abandonado durante, y que el desánimo me enseñe el verdadero significado de la soledad, la melancolía, la nostalgia, el espacio que se arma tras el orgasmo de paja mal follada, la colilla inútil, el paisaje de ante sus ojos un tablón y no clamar apasionadamente. Un pino, un ciprés, qué no dices.

Hay mensajes ocultos en las conexiones atómicas que relacionan estrellas y nebulosas, y, mientras tanto, el mundo gira, uno que se cree el centro de la galaxia… Y, aunque parezca verdad, nadie le ha dado importancia alguna, es una pregunta, tal vez no.

DÁMELAS

Malditos aquellos que se expanden infelices porque de ellos está hecho el reino que nos somete. Los paisajes son fingidos y el horizonte se aplaza como el triunfo y la superación, y a todos les parece bien, estamos acostumbrados a esperar y a juzgar el ahora mediocre y convencional y, a pesar de ello, brindamos con un desconocido y les contamos lo que estamos a punto de lograr sin sentir vergüenza. Sin que se rompa el cascarón, ya hemos frito el huevo.

Aquellos que dibujan esferas con los dedos en el aire, que modulan la voz y se acomodan las gafas con unas formas fascinantes y cruzan las piernas reconociendo un lado bueno, uniendo las manos y los dedos, exponiendo, con una sonrisa de medio lado, la sabiduría y el misterio del que con suerte llorará por dentro a pesar del derramamiento íntimo e ingobernable de la insignificancia que no se perdona en los juzgados del retrato de cuerpo entero que recuerda a Dorian Gray.

Bravo, permitidme aplaudir antes de terminar, dejadme reír como si hubiera perdido la razón. Porque si he de deshacerme de algo, que sea de la cordura que define al reo.

Malditos estos y aquellos, esos que hierven a través de sus venas en el conmigo o en mí contra y que escupen cubitos de hielo y enseñan con cadenas sin estrofas, que compran satélites y se cierran la cremallera gesticulando un levantamiento de pesa con el rostro enrarecido de protesta guisante. Y no, no es agosto, no es ni enero.

Aquellos que nombran a sus monaguillos con el beneficio de la duda y la presunción de inocencia brindando con un cáliz sin bendición, sin dedicatoria. Y como el que susurra cuando toca golpe, la mirada mitad tormenta, mitad cordero.

Y luego, en la cama, todos decimos por lo menos aún respiro. Es una pregunta, es un pepino.

Por favor…

Ya basta.

Honra la capacidad de superación, la supervivencia… Tontería. La vida no es una cebolla. Y, al final del cuento chino, anciano podrido. Dignidad la de la alcachofa que esconde su flor hasta que sus capas están todas abiertas.

Malditos seáis con ser vosotros mismos hasta el último suspiro.

OCOL

El Cautivo

El Cautivo

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta, de la mesa de sacrificios nace una parra ya madura, y, mientras suben por las ramas que van al cielo, los que tiemblan de miedo, me dejo apalear por los mejores hombres del régimen de las cien calorías que regalan la cura de la cerveza, del diazepam y las flores de plástico de dos colores. Y a mí, que estoy como una cabra, sin apenas tocarme la bragueta, con los roces y los porrazos, se me pone dura.

Tú di que sí, que el plan es fantástico.

A mí la certeza, y la postura, de Aznar en las Azores.

Y como el credo esclarece la dicha a través del sufrimiento, si no quieres sopa, tomarás dos cazos. Y con los codos derramando palabras de vientos de entretela, me preparo para la racha, para los honores y el tictac. Luego llegan los saciados y dicen que no hay chicha, que no hay teta para todos en el bosque de árboles sin ramas. Y, aun así, viento en popa a toda vela. Vaya faena…

Veo a Abraham con un hacha en llamas, y, calcinado Isaac, los ojos puestos en el borrego, porque nunca es suficiente.

Risas de hiena.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta no dejo de fumar jeroglíficos de sangres del Canaán. Veo la vida y los recuerdos que mueren debajo de un puente, pero no me hago preguntas cuando levanto los pies de suelo y asciendo con el aura encendida.

El fenómeno adverso cede los cimientos, tiembla la caverna, y ni pestañeo ante la animadversión desmedida que dibuja despedidas y una cruz en mi frente. Y pienso… de nada sirve rogar al cazador que no mate al oso que inverna.

Porrazos de colegio, mala influenza, estorbo. Y frases tal que amarás a tu prójimo como a ti mismo rugen con formas de fe. Y, con el resentimiento global, me pregunto dónde está el todopoderoso cuando se pierden los mapas y la brújula se dispersa hecha pedazos. Y, mientras cae otra bomba, el silencio se prolonga.

O todo el mundo está loco, o Dios es sordo. O calla, con esdrújula vergüenza.

Sacrilegio, salto mortal.

Rictus de justicia, copas rotas.

Se elonga, se rompió.

No hay meta cuando de nuestro reloj cae el último grano de arena, pero saltan las alarmas cuando ya reina la calma y, con los murmullos de las devotas que no se han enterado de nada, se monta la marimorena. Y eso que la más lista hace lazos a la cuerda en la reunión del karma y la cebolleta. Y así, como el que no quiere la cosa, campana y se acabó.

Cambio de rumbo.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta las mentiras son axiomas, la exactitud imprecisión, y, aunque el rio suene, el salmón no atiende a normas y la contracorriente coge forma de lengua de sierra. Donde arriba es abajo, el gato y el ratón son testigos.

Se desatan nudos, y, según convenga, al calor del amor, en la boca ancha del embudo, en un bar, en el centro de la tierra, en el carajo, se confirman contradicciones, enredo. Y con el alud, insultos en otro idioma, señalando todo el rato con el dedo en una guerra sin cuartel entre dos amigos.

La ofensiva es la tempestad de la que hablaba la rabieta, la que jura, desde el barco de papel, haber tomado tierra en la isla de San Borondón. Y aquí se desteta la leyenda, y yo, con los ojos mirando el horizonte, me digo que no hay bien que por mal no venga.

Adiós con el corazón, que con el alma no puedo.

OCOL

 

Tabula Rasa

Tabula Rasa

Primera carta de Silaš Rijeka 

El día de Luna de Saturno, y polvo de estrellas de ayer, te recuerdan qué, dime. Fue la primera vez que nos miramos con la profundidad que renuncia al significado y la trascendencia de equipaje. Y, con tanto polvo, mi camino desapareció tratando de arrebatar título a mi fortuna, tú lo sabes, eres un gran equilibrista.

Ahora puedo atreverme y no imprecisar una gota de aquellos volcanes. Puedo recordarte y no aspirar a hacer un nudo, he aprendido, mañana. El tiempo es buen remedio a los caudales perfumistas en la avalancha de turno, en los ciclos, en la moridera de las estaciones que rubrican taje.

Qué será de aquella puerta sin casa, de nuestra ventana.

Tus ojos parecían míos, tu risa. Y la piel de tu cuello regazo de mi declaración nebulosa, mi batalla cubista.

En los botones que palpaban tu pecho, y sus peticiones de compostura, tu reciente ya era pasado ante mi aliento y daba por hecho que mientras tú hablabas de nada mis artes ya estaban, en la pregunta que calla, confundiendo a tu camisa con tanta emergencia.

Fue la primera vez que toqué tus dedos, cómo voy a olvidarlo.

Una valla eléctrica y, en la travesía, en aquella nube, un estandarte. Sangre mojando los pies. Y la brisa azulada, y el miedo a lo que no es mentira que susurra Lovers are Strangers, te puso los pelos de punta.

Geometría del universo, sensatez, qué sé yo ahora que de tan lejos la boca se me desnuda por la seguridad del fuego transparente que no anduve. Y en la lejanía, una coincidencia.

Tu cuerpo parecía mío, tus suspiros. Y en la hiel que acede el paladar, en tu lengua, me hice camino sabiendo que la gloria sería amarga, que tanto amor sería sombra de un juego de silencio en la luz de todos los días.

Qué se sabe de la eternidad, pregunté de repente. Por dónde muere, por dónde mengua, grité desesperada.

Quién no se doblegaría ante la llave que abre La Jaula, un giro, quién pisa el suelo y se consuela con lo que pudo haber sido, con la ausencia. Qué será de aquella tabula rasa.

Qué será de lo nuestro,

 

Silaš Rijeka

 

OCOL

 

INTERÉS

INTERÉS

Quasimodo

Las montañas que rodean este círculo colosal de palabras en permanente cirugía de conveniencia y regodeo, de ansias de conglomerado céntrico, son las mismas que ayer. Juro que es cierto. No sé por qué me sorprenden las máscaras de cara de cruz que lucen mis accionistas y allegados. Adónde llegarán las palabras que anteceden a un vendaval de desagradecidos que merecen todo.

Claro que sí… siempre nos quedan los obituarios. Devolveremos, irónica y superfluamente, a la vida con disimulo y frases de conciliación y apoyo a los que ya se han ido, atestiguando dones y sellando garantías en un romántico y cabal desfalco robótico y programado que esquiva descaradamente a la luz y sus virtudes. Siento antipatía por las pasiones de duelo, en los que no tenemos vela, y que arrancan cana a los acontecimientos cuando se pisa la tierra y se pueden saborear concurrencia y vicisitudes. Estamos muy ocupados con la estrategia y el beneficio. Di que sí… ahora nadie te está mirando. Nos venimos arriba, como si el reloj no fuera con nosotros, con las manos llenas de mierda un día detrás de otro. Y siempre somos capaces de más, lo que nos echen.

No tengo nada que declarar cuando todos están tan concentrados en hacer lo mismo. El ahora que consta si los cirios rodean catafalco, que aprisiona por su deshonestidad, desacredita  todos los debates con un silencio mortal de aplausos de manos huecas que pone los pelos de punta, péinate.

Nos abrazamos a los que ya no reconocerán la euforia, pero, un rato, vaya a ser que… Hay mucho que hacer. Cumplimos. Quizás a los que han perdido, tal vez a los débiles, asegurándonos que no levantarán cabeza para robarnos. El resto del tiempo miramos las fotos en las que salimos guapos, y nos ofrecemos para presentaciones en la embajada de las muecas en virtud de auspicio y enaltecimiento de lo que nos representa, de lo que nos corresponde.

VIA

Peaje

Porque si algo somos es protagonistas, dictadores de escaparate de bajo beneficio con los tobillos destrozados por los garrotes, con la lengua azul y la olla de póker, con las manos menguando al ritmo del desaire de un full de ases y una pareja de reyes que sabe más de tronos, azotes, joyas, prisión, que de gajes de oficio. Y que conste que no ando en busca de hospitalidad ante la prístina indecisión que antecede al homenaje de castillos en el aire, prefiero seguir mirando.

Somos tan ambiciosos que nos exhibimos al ver partir a los que hemos matado, vestidos para la ocasión. Qué son esos modales de unirnos para decir con Dios todos los días y luego andar jodiendo todo el rato. Tan convencidos por la inercia que el hola se queda en nada, en una masa corriente de labios hinchados de tanto moco artificial, de tanto vicio de saco roto. Veneramos a los que nunca hemos querido porque así es la vida. Qué dirían David Bowie y Leonard cohen un día después al ver a tanta gente desconocida mirando. O Galeano, imagínense qué discurso tal vez apolíneo, tal vez dionisiaco… El Sr Spok, Bauman, Prince. Qué dirán los que han cruzado la línea y nos miran desde el otro lado. Extravagancias. Cuáles serán las señales, ¿una lluvia torrencial? ¿Una medalla, un conato?

¿Por amor? Llámalo atadura, transacción. ¿Consecuencias del ser y estar y por si acaso? Fiebre de game over, arrebato. ¿Por hambre? El ayuno del que no se habla, porque es frontera y soledad rancia de manos heladas que de tan lejos no se les ve, y los ojos que no comprenden ni el alambre, no descifran el sabor que tiene el desierto, el desamparo suicida, la melancolía de las pequeñas cosas… Tú te equivocas, yo me equivoco. Todos contentos. Lo digo mientras se cuestiona dónde está la revolución y el disco gira y poco más.

Y ya que, además de mirarme detrás de tus manos que se frotan esperando un cambio de conversación, un giro a lo Henry James, una vuelta de tuerca, me tratas, como el que no quiere la cosa, tal que al loco en libertad condicional que defiende la vida de una mosca , de una mariposa. No me pides que concrete, y tratas de cambiar de tema. Tú no te preocupes. Y venga crema, y rienda suelta.

Sólo nos unimos para ovacionar a hombres y mujeres que se han ido, los animales no cuentan, ¿verdad, omnívoro desde tiempos ancestrales? El resto del tiempo somos infelices. Y luego, cuando hayamos muerto, dirán que fuimos gente estupenda.

 

OCOL

Amores que matan

Amores que matan

Cuando me dices te quiero, en sus formas infinitas, con los labios porosos, radiantes, conquistadores como un beso, dolor y sufrimiento me enredan a castigos, a una sumisión que me roba el aire que regala estas montañas en las que me escondo. La supremacía del ceder es un brazo de la espina que sostiene significados de nuestro paso por esta esfera flotante en la nada interminable, y sí, un poco me muero.

Pasión cejijunta, cante jondo.

Pretendida la entelequia, la quimera, llega, arrastrándose, un vacío inexplicable en el que no soy capaz ni de comprender lo que es el amor y por qué me ha elegido. Y aquí, en la distancia, soy protagonista de tú película de miedo.

Lo primero, planes de supervivencia, de aniquilación consciente al que no puede reintegrar. Lo primero tú, di que sí. Y mientras tanto, tormento, sacrificio, duelo, aversión, rencor y todos los sentimientos ásperos, perversos, que forman parte de lo que somos se anteponen a la sensatez que nunca deja de evolucionar hacia otros significados. Lo segundo, y lo tercero, es lo mismo. A que sí. El alma se me descoyunta.

La constitución de la dominancia se enreda en fórmulas divinas amasadas en inquina, animadversión, resentimiento, desconcierto. Y por lo tanto, en consecuencia, a colación del descubrimiento que pueda frenar la lujuria y la riqueza que se antepone a todo en tus almacenes de seres queridos. Sácame de aquí, no me dejes solo, me digo. No está solo, dices con los colmillos ensangrentados. Y yo, pálido, me echo a temblar.

Esa pistola, a quién apunta.

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La decepción es la estructura que, súbdita a un dios ilusorio, espera a que en la fragilidad nos entreguemos al rezo por si acaso cae la breva y nos cae en la boca entera.

El mal prevalece en las ordenanzas establecidas, un código paralelo, un verdadero dios omnipotente que castiga la inocencia y la credulidad sin pecado concebida. Y si hasta hay deidades que descienden de la simiente de una paloma, cómo vamos a perder la fe.

Mesías surgen de todos lados. Perfil de hombre macho, muy macho, que permitimos en llano para huevos cuadrados. Un macho que lo sabe todo. El principio, el final. Y sus pensamientos, al ser beatíficos e incuestionables, toman armas en posesión de la verdad, junto a mujeres que actúan como ellos, que verifican, pepino en mano, dándole la vuelta al espejo, lo injustificable. Qué cosas… Y, con la ley en la mano que mece desde la cuna, nos convertimos en seres inútiles, que en la espera, biempensantes y acólitos del titiritero que come billetes de pobres, de viejos, de enseñados, metido en una piscina de cristal en medio de su salón de cien metros cuadrados, gestiona nuestros días de vino y rosas. ¿Otra copa? Y con la barriga fuera del agua, enfriando grasa animal que nada tiene que envidiar a la panceta plastificada que aguarda en sus neveras, advierten que lo peor está por venir. El resto, palpitamos cual enjambre ponzoña, marabunta.

Tanto en cuanto la familia, que es un ente de amparo, de resguardo; dicen, porque algo tienen que manifestar ante los ejes del infierno, los pospuestos nos solidificamos excluidos de la matriz, dando tiempo al tiempo a una señal que no sea recíproca y que pueda asegurar fundamentos descarriados. Protección, por favor. Y digo yo ahora, de nuevo, que todos los argumentos, de los seres bienquistos, bien podrían llevarnos a ser cautivos entre conceptos de un bien hábil de entrega y de frases hechas, de un saber que responde todas las preguntas que terminamos por no hacer, porque el síndrome de Estocolmo dura para siempre en la tierra prometida, que cacarea y no pone huevo, y que da peras oriundas de un olmo que enraíza en el fuego eterno que arrojó, a manos de un macho muy macho, escrituras que aseguran orden y salvaguardia, justicia, teta para todos, retorno.

Mentiras todas, guerra santa o anticristo, núcleo y transición, homenaje a un mañana mejor, al que poder aplaudir. La Gran Obra del Rizo, un escenario con los mismos personajes, una celebración macabra, una boda, un bautizo. Calma diferida para el que ya no puede dormir, para el que ya no encuentre sentido a la vida y que, en la mazmorra, no le quedan paredes en las que escribir El Conde de Montecristo, en las que correrte. Alguien que se hunde en el lodo que aseguran ser regazo y comprensión de malevaje que drene en esperanza, sigue esperando. Camorra y profilaxia. Las mentiras que nos han enseñado todo, lo que pudo ser, lo que tendremos que dejar entre renglones para ceder espacio al deshabitado aceptable que nos sostiene en una galaxia perdida, una de planetas vacíos que jura soledad y muerte, una sujeta por un hilo de calma esteta y de alma difunta.

Y con todo esto, antes, amigos de amor cangrejo, memoricemos el guion. La opereta no tiene última página. Vecinos, compradores, asiduos, parecidos, colindantes, inmediatos, amigos otra vez, compañeros…, ojo a la entonación…

Reverenciados, ¡os quiero! Os quiero lejos. Plaquetas venenosas luego fronteras, y rayas, bordes, barreras, márgenes, umbrales que, en conversaciones al instante planes, nada pueden ya hacer por lo que ya se ha perdido tratando de empatizar en el laberinto de espejos que refleja pollas y tetas.

Cuando cae el imperio de la inexperiencia, la simplicidad, todos nos volvemos monstruos y nos alimentamos de egoísmo, nos maquillamos con envidia y nos vestimos de interés, de ruindad, deshonestidad, impurezas, picaresca, fingimiento, impostura, envidia, y creemos que los demás son como nosotros, que son lo mismo, blancos como un oso antártico en un polo que se derrite. Después de todo esto, la envidia en desazón de pataleta, la rivalidad, y la desconfianza que ya se ha hecho con el timón es una parte del proceso que ya no puedes más que aceptar. Luego llegan los insultos.

Y podría inquirir, pero quién soy yo para hacer una pregunta. Cuándo, después de ser un niño, una y otra vez, cuándo consentimos. Y no lo hago por epatar. Poco tardamos en traicionar a quien nos da la mano, en besar la mano del destructor, en mostrar la espalda en el momento crucial y dejar claro que lo nuestro, en boca de jurisconsulto tartar de la a, a la zeta, procede.

Control, manipulación a libre antojo. Porque lo que no podemos controlar es una amenaza y el botón rojo lo llevamos en el ombligo. Boom.

Vamos campeón, vamos atleta, para las víctimas de isla desierta el bolso es la meta.

Te mato antes que tú a mí. Yo a ti, sí. Y callando, a lo chita. Sin hacer comprobaciones por que la defensa propia es certera y el mal, por tanto, está justificado. Ya luego cualquier tiempo pasado, que siempre fue mejor, pasado está. Y mientras tanto, en el deshojo de margarita, seguridad ante el hado, confirmando que, de veras, el destino nos alcanza ya. Pero tranquilos, amiguitos del alma, mañana la bolsa repunta.

A que sí, muñeco, monigote, marioneta, maniquí, moña, polichinela obediente, te voy a cantar una nana. Duerme, duerme para siempre.

No hay nada, la galaxia está vacía. Cariño, cuando me dices te quiero, se me ponen los pelos de punta.

 

OCOL

FE DE RATA

FE DE RATA

Quisiera dar las gracias al enjambre ponzoña y marabunta que me ha enseñado a simplificar la vida, a ser yo mismo y no tener que recurrir a estar todo el día manipulando mis interiores y los segundos volátiles con correspondencias que esperan el regreso en forma de reconocimiento. Vivo en mí, despuntar no es tan importante sin en ello se basan los actos de pasión cejijunta.

Soy un amigo de los que no te enamoras. Soy poco detallista, y me aburro con la complacencia y la empatía. Me limito a ser, tal cual.

He tratado de mostrarme, y manifestar, lejos de la punta, sin embudos ni censura, como salía, de mí, de mis hilvanados y concretos, en la espontánea, sin pretensiones de boomerang y me he topado con la masa, con la esperanza de niebla y las promesas al borde de los labios, con los colmillos apretados, con la mandíbula esperando. Los golpes han ido escribiendo la partitura, sin el rencor que representa a la amistad más sincera que se hace de demostraciones y asistencia, sin darme cuenta, sin darnos cuenta de que un réquiem es un réquiem, y lo demás es audiencia en salones pomposos que en nada se parecen a una cuadra. Los budistas hablan de que la muerte es tan sólo el principio. Lo mismo que le pasa a este treinta y uno al que arrinconamos ahora que creemos que no tiene libertad de movimiento. Abracadabra que mata. Como buenos magos, estamos convencidos de que merecemos mucho más y que esto es un conmigo o contra mí que se extiende sobre las emociones que manifiesta el ego prohibiendo el paso a los que se muestran en un paisaje que representa lo que es, acercándose a la cerca con un saco de palabras. Tú no, vaya a ser que me hagas sentir peor. Posdata: Se aceptan halagos.  

Quisiera dar las gracias a la familia que ha demostrado que el vodevil y la distancia pueden ser protagonistas durante todo un año, y que lo que de verdad se siente es hastío, escribiendo capítulos sin ton ni sonetos que puedan salvarles ya del fuego que se traga la vida sin darnos cuenta, y pedir peras al olmo. Quisiera dar las gracias a los compañeros de trabajo que han supeditado la comisión a lo sensible, que han hecho dibujos sin tener en cuenta que el surrealismo no está contemplado en algo tan concreto como hacer ricos a los ricos, y el síndrome de Estocolmo, y el dinero. Inversión reversible. Quisiera dar las gracias a los amigos, más a los que aparecen de cables y enchufes, por castigarme en esta autopista de idas y vueltas, de zonas de frenado de emergencia, y de salidas a cualquier parte. Yo, que ya te digo que soy un amigo de los que no te enamoras, no puedo corresponder ante un espectáculo que me pone los pelos de punta, te juro que el huevo no es de oro, ni la verga es tan esbelta. Quisiera dar las gracias a los que siguen mirando para otro lado cuando les hablo de igualdad animal, fue instructivo, lógico, que mis conversaciones interiores, mi angustia y la repercusión, en forma de compromiso, supieran atar planteamientos; porque somos cómplices de asesinato, somos afiliados a los campos de terror, al crimen organizado, a la industria vendida, a la catequesis esencial, a la televisión, a los corruptos, a la belleza destacada en el ranking de intenciones, y del imperio del dinero, del dinero, del dinero, y de lo mono que se puede uno poner con él, saltando de rama en rama según nos interese, a la busca de la seda perdida. Quisiera dar las gracias al albor punzante del pensamiento de los últimos años ante las atrocidades que he cometido al comer carne y pescado, al llenar los mofletes de gallinas y ovejas, al reconocer mi implicación en la separación de bebés y madres preñadas una vez detrás de otra, a los cuernos del venado que yace en tu salón, a los circos (a tantos circos), al caracol pisoteado, al pájaro cantante que expira en alas de un maldito cazador, a las ratas que miré con desapego, cómo pude, al gato sucumbido al filo de la carretera sin sepelio que valga la pena tan grande, tan grande que eriza la piel, al perro desamparado y esquelético al que tuve miedo aquel día que me perdí en los callejones de la adolescencia de fado carente de educación y de valores, a los profesores con vocación de tiza, al arrepentimiento a lo que hice un día, a la caverna, a las lágrimas de los refugiados confirmado el horror, a los pasadizos que nos alejan de la luz que da claridad en el paridero de seres repetidos, con los puntos chakra pintarrajeados y las manos ásperas de tanta paja y tanto a mí me gusta si a ti te gusta…, de ese tipo de amor. Os doy las gracias por hacerme despertar y decir no, sin contemplaciones, sin fusta y con los ojos serenos. Gracias por despojarme de los abrigos polvorientos, y descartes, y a la no educación del no veremos. Gracias por llevarme con vosotros, en vuestro dolor que lo quiero mío para seguir ofreciendo la mano, por traerme a un punto de partida sin suspensivos ni a partes.

Gracias de verdad por moldearme, por darme la oportunidad que comprender y encontrarme, mi lugar está con los animales. Vuelo satisfecho a un nuevo inicio, con Fran, y con ellos. Salud y buena entrada de año, zagales.

Diario de OCOL: Veintidos de agosto, 4:34. Final II.

Diario de OCOL: Veintidos de agosto, 4:34. Final II.

Improvisación.

La carretera se hacía estrecha, la pátina se iba volviendo rosada y las ramas, los tallos y sarmientos, pámpanos, broza, yemas, pezones, capullos, estolones, serpollos, merodeaban. Requiebros y madrigales. Madreselva luminiscente, violetas corché, lirios, lavanda rastrera, dalias, crisantemos dos tallos una flor, azaleas y acacias reptantes, iris de lengua rosa, nenúfares algadara y rosas verdes, turquesa, romeros de cristal de ceniza, petunias catarata y jazmín argentino. Troncos atávicos que se alargaban fabricando sombras bajo las cúpulas de cien abetos, y saúcos y pinsapos enredados en espina de pescado y campanas doradas, y enebro, y cerezos ciruelo, laurel y espino de ascua, olmos y tilos. No reconocía el paisaje. El cielo perseveraba oculto desde el temblor, clandestino.

Mi marido sabe que tú y yo estamos hablando de lo nuestro. Sabe que nos buscamos y lo consiente, no tiene más remedio. Y prefiere que me estrelle contra un muro para poder recogerme después del suelo mal herida. Sé que reza porque esto ocurra de una vez y por eso me «dejar ir». Baja la cabeza y respira hondo. Es fuerte en los puntos intermedios (yo no), sabe hacer cola y cree estar ante un fragmento de un proceso en el cual será vencedor. Recogerá los pedazos que queden de mí cuando te canses, una vez hayas saboreado mi sexo y te resulte habitual mi cuerpo desnudo, y mis sonrisas detrás del cristal del vino. Y sí, quiero pasar por ello. No lo esperabas. Quiero aventurarme a sentir eso que aún no he podido, y no valgo seguir viviendo sin comprobar si es lo que parece. No debo negarme algo que pueda estar echando de menos toda la vida siendo seguramente un error. Antes de vivir a medias prefiero enfrentarme a ello y cuando lo nuestro acabe y ya no me importes, y ya no te importe yo a ti, volveré a mi piel y afrontaré la vergüenza de los errores cometidos. Luego redimir a la sumisión y ensayar escrupulosamente el amar al único hombre que me ha querido será inevitable y lo aceptaré sin chistar. Estoy segura de que será cuestión de tiempo. Y ya no habrá pendientes, ni engrandecimiento de lo imaginado, será tácito y claro, ya será incuestionable. El espejismo se desenmascarará en su propia esencia, y entonces yo aprenderé. Y tú te irás para siempre.

Octubre.

El mes de octubre es así. El mes de octubre intenta parecer efímero, y pretende conmover con su decadencia; escondiendo suelos, mintiendo para parecer atractivo en las luces profeta. Garganta tierna, invento, indumentaria maleducada, vanidosa. Correría de moscas.

El mar era antes. Unas huellas pueden representar algo que jamás pudo haber sucedido. No son una piñata estricta que pretendía contarlo todo.

De sus marcas, de sus colgaduras y arrastres sí. Sí, claro. Claro que hubiera metido la mano y tirado de ella como si el gancho fuera yo, desde afuera y cómo podría, me preguntaba en aquel bosque sin fauna multiplicado por las apariencias, pintado de blanco. No ha pasado tanto tiempo desde aquel día.

No inventemos definiciones. Maldito sea el hombre que sólo aprende del Hombre. Todo es verdad y todo es mentira. Cojines, vino y envidia.

Acaso yo soy quien fui, o lo que pueda llegar a ser. Pues eso también da igual. La única certeza que tengo ahora es que no pretendo ser comprendido, ni me estoy explicando.

Uno mismo… y los guiñoles sin insignia, y los títeres, polichinelas, peleles, marionetas, bufones y arlequines que se ríen sin motivo, todo eso. Chisgarabises, zascandiles y mequetrefes que sustentan la macroeconomía global. Y mientras se mueren de sed nuestros hijos, ansia de belleza, monigotes, osamenta, difuntos y juanetes. Y buscamos agua en Marte. Pantomimas y acrobacias, cabriolas, contorsión, pirueta y equilibrio, remedos y caricatura, por si se nos ocurre besarnos sin pensar que con mirarnos es suficiente.

Mírame, soy un caracol.

maldito viaje ni una vez más

infierno de paso

maldito en la luz de día

absurdo de los que anduve y perdí

ni caso

ni una vez más

(Raquel Ruiz)

Sí, la huella. Éramos un punto en la distancia. El hombre que se cree importante es un punto en la distancia. La lejanía era una esfinge con la boca abierta que engulle turistas, y convencido de seguir la pista.

Nosotros habíamos despertado, o quizás no. Nosotros íbamos, o tal vez veníamos. Eso no lo puedo calcular. Lo que sí os puedo decir es que éramos, en toda la extensión. Los moldes están manchados de hollín y el laberinto es de hielo forjado. Los soles surgen en el momento justo. Los fuegos ya no serán más peligrosos que los moldes y el aire sutil se entregará por delante de la tormenta que disimula el tsunami, retrocediendo.

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz, mil gracias,amiga.

 

Diario de OCOL: Trece de agosto de 2016, 00.23. Final I

Diario de OCOL: Trece de agosto de 2016, 00.23. Final I

Me da cierto miedo estar despierto cuando en la televisión dan programas de madrugada. En las noches a rayas sentía un extraño temor al amanecer. Con la edad trasnochar se complica. La época en la que la ilusión se corre siempre sobre las pequeñas cosas, en los componentes y fulgores de liberación, en la música, dura un suspiro. Relamerse en apariencias del hombre y la imprudencia de una noche de ginebra, hielo y limón, y agua tónica sin que nada importe, es un lujo que dura poco. Noches de semen. De lo pasajero. Y si echo en falta algo es el valor y la inexperiencia en la multitud, donde el mal siempre está ahí, acechando.

nadando en escalas de grises

recalar

fondo

miedo en las manos

en los huesos

 me voy borrando

(Raquel Ruiz)

Para un desequilibrado como yo escribir ha sido la salvación, he ido siempre de afuera al fondo. Y en la superficie, cuanto más he llevado con la lengua a Saturno, más he saboreando los esplendores, la gravedad. El aire de deseo y sus cualidades trepadoras. Elevándome. Ni zapatos de madera, ni profundidad alguna que pueda comprarse. Espacio abierto. Luna tangible. Mi cabeza en tu estómago, apoyada. A ese lugar debería acceder por la puerta que nadie ve, por la escalera debajo del árbol, por un pensamiento que merezca existir.

He escrito mucho en estos años. Hasta los laureles son serrín para una vomitera cuando ya nada parece ser auténtico como el agua. Y lo hermoso, y realmente necesario nunca cansa. A mí me aburrieron todos. El rimar de la fama que se escurre entre los convenidos le da carisma a un suspiro. Escribir es otra cosa. A mí me aburrieron todos, por cobardes, por tan poco.

Creía que conocería desvirgadores de establecimiento e institución, rompientes de concreto y viceversas en las que poder dejarme caer. Influencia, bajo plectro. Que mis musas, mis hadas de tez blanca, de piel exquisita, urbanizarían el harén encendido de formas infinitas. Y que, adonis y serafines muertos de amor, en la cosecha imaginaria, se quedarían quietos, mirándome, sonriendo, esperando mis atenciones y observando mis gestos. Esperaba enriquecerme como un buscador de oro, conforme, encontrando en el río que nadie puede parar esas respuestas a mi yo más real, ése que navega en mis conversaciones interminables en comprensión, esparcimiento y quietud, sin trabas ni etiquetas, tratando simplemente de ser. Habría sido vivir de todas todas, arriba. Y no creas que busco respuestas a pregunta alguna, en realidad lo son a lo indescifrado, a lo hermético que se hace con el control sobre mí, a la pasión invisible. Y porque nunca he querido vivir por vivir.

Creí, también, ingenuamente, que los escritores leen continuamente.

Jugueteé con la idea de una nueva oleada beat, una vuelta a la correspondencia crítica y ardiente, a los enamoramientos estilísticos, a la influencia fatal. Sólo cuatro leen a los demás. Y follar por follar es la feliz imagen que nos rodea en la metrópoli de cartón piedra en el imperio digital. Ésta es la historia de un compositor que sólo interpretaba sus partituras, de un gran señor que es grande porque lo puede comprar todo. No hay mayor soledad que el timón de una aventura. Y el dinero no es nuestro Dios, lo es el fuego y la oscuridad, lo callado, los pasillos de lo imposible, el fondo negro, por delante y por detrás, el sabor a exaltación y la intensidad efervescente de un flechazo, la embriaguez y el hechizo, el gato negro, los besos venenosos, la posesión. Dios es eso que nos hace enloquecer, que nos demanda ser como somos y que estimula e intensifica, que volemos con la simple realidad y que caigamos rendidos ante una mirada.

Yo, tan solo, escribo historias…

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz. Muchas gracias, compañera.

 

 

 

Diario de OCOL: Veinticinco de julio de 2016, 7:15. Yo me doy por aludido cuando apareces.

Diario de OCOL: Veinticinco de julio de 2016, 7:15. Yo me doy por aludido cuando apareces.

 

espera

dos pasos

herida plañidera

caricia

cuerpo hambriento

alma que vuela

flor de escombrera

(Raquel Ruiz)

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tanto frío atraviesa el quebradizo esperador de antes del amanecer del último rugido que encubre tu boca y que despoja a mi alma del disimulo de amante incapaz de romances atestados de candor de indiferencia premeditada que carga con una hoz temblando los sueños desahuciados en lenta evaporación y la decisión tomada

yo me doy por aludido cuando apareces con el corazón en la lengua

invoca a tu dios y dile que no quiero olvidarte o improvisa algo convincente

invoca a tu dios y pídele perdón por eso y por nada

en esta partida soy un convincente crupier fingiendo imparcialidad en el enjaulado en tus miradas perdidas con los dedos rotos en pleno retroceso tras los claroscuros en vertical

no te vengas arriba

mengua

y desconcertado al olvidar las reglas del juego en el momento en que la mano se pone interesante

para colmo una balada

 

con el reparto de abandono casi perfecto me pierdo entre todo lo que contigo he ganado y nos vemos en un tú y yo sumando cuatro o cinco o seis aunque los dos sepamos no que es verdad

una pira inmortal de carne y cenizas trepa entre las montaña que juran frontera con los fluidos de la punta de nuestro iceberg antes de que podamos atravesarnos y convertirnos en pista de patinaje en distancias irreconciliables donde mueren antídotos y germinan venenos

dan un río que hace de muro

suena

espera

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lo nuestro

lo nuestro en un teatro sin butacas abandonado en un centro comercial inerme en un azul apático de flequillo descuidado

lo nuestro no era demasiado

es

 

por tu trasluz lo sé

pero si no he aprendido ni a coger tus manos imantadas cuando la derrota ya parece urgente en la contracorriente de mis brazos en tu espalda y mi boca en tus ojos y tus ojos en mi boca

un

dos

tres

estatua

es una pregunta

maldita esclavitud que parece poco

no puede ser me dice nuestro anclaje

ves

es una pregunta joder

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no puede ser mi asfixia y tu carne en pupilas deshabitadas y sin embargo luz y culminación solitaria y del revés y el amanecer y nuestros besos y el café

del café no me olvides

hoy también te echo de menos

 

lava cuajada y truenos

marabunta

y al secar la lluvia que escribe tu nombre

calma

no me hagas caso

no te intimides tentando a la suerte de tren

a romperte de próxima parada

 

y como si esto hubiera sucedido antes del atardecer y tú me estuvieras esperando con el rubor de tus mejillas de volcán arrinconado en ese beso inerte en un castigo hundido y tocado

eres mío dice la nada

la impavidez de tu intención no es roca en este acantilado donde el vértigo encaja con la altura y donde tú y yo deberíamos de empezar a ser valientes o mendigos

dices

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yo me doy por aludido cuando apareces

espero que no te alarme si te lo digo a la cara

nadie lo hubiera dicho nadie habría adivinado que tú y yo nos amáramos de aquella manera

ni siquiera tú y yo

OCOL

Colabora Raquel Ruiz, infinitas gracias, amiga.

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

 

diana

 

me sumergí en su fluido como un elefante de ceniza

cazador sigiloso

casi anónimo

vencido de vida

ayer

hoy

mañana

 

 

 eras un cisne que aprendía a nadar y que al agitar las alas era baliza de fuego blanco

 

 

a quién quise engañar escondiéndome detrás de los contrastes de sombras de foso

dije

cuatro veces seguidas

 

te asalté delante de todos como si fuera un ladrón manco con la cara al descubierto que ardía en un infinito nublo e inmovilizado en delirios por la saliva de tu boca con un ansia de la que casi no me pude controlar a pesar del delito y el martirio de lo improbable en nuestro cortejo

todos dicen que dormías sobre la dulcera flotante

pero yo sé que ibas temblando

 

palabras mayores

crisálidas

hiperónimo

 

 

los dos sabemos que tú eras

yo estaba tan sólo en un hombre impreciso

en varios a la vez

impostores

galerna

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me mata la cobardía de aquellos cigarros de nudos y frases pálidas de mi reflejo en la piel de tu dorso

me mata la cobardía y el entusiasmo de la apariencia

te excuso de tu olor a incendio en la frecuencia en tu caverna y la autoridad ante mi efusión tumbándome sobre la partitura como si fuera el tabarro de Giacomo Puccini yaciendo mi nuez entre ruegos al filo de la espada por un ensueño de amor de contrabando

rodeados ya de ciencia

 

 

la resonancia de mi mano palpitaba como una gacela rendida en una trampa de astillas de arrebatos de poeta mirando hacia arriba

beodez en una jaula de espejismos y consecuencias de flechazo y eco de silencios cuando el tiempo enlazó el error y el aplomo insostenible de nuestro beso vagabundo

sé que el miedo nos ganó la partida

y perdiendo hay veces que se gana

congoja

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hoy

tonteé con la idea de anudarme a ti de oler tus labios de aferrarme a tus jadeos de saber tu cuerpo con las manos de asimilarte por dentro e incluso de consentir la derrota vigilando tu almohada desde afuera tirado en el mundo esperando a ver tu cara en cada orgasmo

es por mí por quién estabas suspirando

y por la luna llena

luego tu cuerpo en un laberinto de sábanas en tal mar estremecido de revelaciones de un espejo fugaz mirándote a las manos tras una señal

nada

paradoja

sarcasmo

 

 

desde el otro lado leías mis poemas sentándote en mi mano

y sé que no fueron visiones

basta de armarios

perdóname por romper vuestra cama

me encajé dentro de ti buscando libertad de mar adentro en mis viajes a ninguna parte y no comprendí la sonrisa que me encadenaba en cada despedida con la imagen congelada de mis ojos en ti

los borraba a todos y volvían a salir

 

quien puso arrojo dispuso pudores

calvario

invivir

 

no pude bajar la fiebre ni saciar mi hambre y aunque aquello no pudiera ser me maté pensando en nosotros fusionando amaneceres desnudos sin juramentos de piernas atadas y  dedos clavados en la arena

playas improbables de amargura

y tu cara en mi espacio exterior

firmamento innato

pavura

 

 lo intenté pero no pude volver a verte cuando las olas rompían en la piel de mi corazón faquir dibujando tu nombre con un alambre de espuma

                                                                                                                    sono come tu mi vuoi decían los gatos famélicos buscando tierra firme

 

bravura

ménage à trois

somos

sois

 

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raíz que pierde la memoria

recorrido

escanciando agua que calma

apaciguando a las deidades

encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas

y sed que habita en un pantano antiguo

y aroma de hojas muertas

(Raquel Ruiz)

nos acostumbramos en errante continuo de discretas que confirmaban locura como si el palidecer de mejillas fuera enfurecido una huida hacia delante de abrazos a través de la pared en aquel antes sin después moldeando una edición limitada

tonterías

parecía que todo sucediera en el suelo de la suerte que había llovido a merced de lo nuestro cuando un rayo me retuvo en aquel nada a cambio de nada

en aquel partir

un vagón sin próxima parada por devoramos en los reflejos de las distancias de futuro agotado deslizándose por la grieta de la nevada de mi resignación desapariciente en un puerto de montaña soberana alojado en el vacío

perdóname por romper vuestra cama

suyo

tuyo

mío

 

 

yo no era yo aunque lo pareciera pero tú sí eras tú aunque probablemente no lo fueras qué sé yo

debo negarlo

porque echar con cajas destempladas al amor es gris y es mármol en lechos de amnesia de una canción que llora por nosotros en el pedestal y no nos permite bailar apretados

no digas lo que pudo ser

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vuelvo

ha empezado a llover sobre nuestra cama de azúcar

desnúdate

matemos al sueño de amor

he de clavar el cuchillo en la tierra y hacerme cargo de tu cuerpo y del temblor de tus gemidos como si alguna vez yo te hubiera amado

y cuando acaba

empieza

espora

soy un loco luchando en abstracto y en aproximado por distinguir entre soñando contigo y contigo soñando

baja

 

                                                         más ahora

                 sí

                 no seas impaciente

 

olvidarte como al viento como si todo lo que yo ya pudiera hacer fuera entregarme sin antes perdonarte por tus manos escondidas y tu esquinazo contra voluntad en la fragilidad de tu aliento con los bailes de tus gestos

mi torpeza

coqueteando

y ahora que estoy entre tus manos pretender acabar con lo que nunca ha empezado no

no

no le pongo la mortaja a nuestro amor

 

mientras tanto

si te hace sentir mejor

sigue cavando

 

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz, raíz que pierde la memoria… encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas… qué mejores palabras podría elegir: loco de amor por ver nuestro libro de poemas… cada día más uno somos en este universo inesperado… Muy agradecido.

Cuatro de julio de 2016, 5:35. Sentirme observado me excitaba.

Cuatro de julio de 2016, 5:35. Sentirme observado me excitaba.

En mi casa en Madrid vivía un espíritu que siempre estaba a punto de cruzar la línea y manifestarse, se distorsionaba la imagen en las esquinas, en los zócalos y frisos, en los enrejados, en las celosías. Allí, en los lugares que no se cansaban, había algo más. Era un espíritu que dibujaba cuervos en las paredes y que tarareaba una canción… El espectro salía cada noche y se paraba a mirarme. Notaba su presencia en muchos momentos y a él no era capaz de esconderle mi miedo.

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Al principio ni me atrevía a buscarlo en la negrura. Por las noches sabía que estaba ahí y alguna vez me di la vuelta, cansado de esperar. Me dejaba observar con tensión en el estómago, sobre todo al desnudarme, antes de meterme en la cama. Me gustaba desnudarme en plena oscuridad, lo hacía desde que era un niño, despacio, acariciando mi cuerpo. Me costaba dormir y, algunas noches, las que estaba más inquieto y alejado del sueño, me masturbaba sobre las sábanas pensando en alguna mujer bonita tocándose entre las piernas. Sentirme observado me excitaba y era, en esos momentos, un aumento al deseo que surge tras la tiesura y la lubricidad. Siempre me corría de rodillas, con los muslos separados y la espalda erguida apoyada en la pared.

Hay una primera vez para todo y, un día, el día de la fiesta de navidad que no era santo de mi devoción, lo vi. El día en el que admitía que estaba hecho un lío en aquella terraza en el Polo, el día que estuve a punto de besarte mientras el resto se hacía una foto, aquel día, el mismo que, cuando llegué a casa, al girar la llave resurgí de entre mis pensamientos por el estruendo metálico y supe que lo encontraría. Supe que otra puerta se había abierto. Empujé la cancela con la espalda, seguí el camino hasta la casa. Y, ya dentro, al sacarme los zapatos, justo antes de girarme para echar los pestillos y girar la cerradura, el frío me subió por las piernas, escalando por debajo de los pantalones, eran hormigas de escarcha, luego aljófares que se derritieron en dirección contraria como si fueran lágrimas no vertidas. Se me helaron las córneas y un susurro se metió por mis oídos. Lovers are strangers… El aire era inexplicablemente húmedo, un polvillo azulado se elevaba del suelo. Uno de los cuervos salió de la pared y se estribó en el brazo de una butaca. Y, mi cuerpo, enmascarado en aquella luz exigua parecía ser parte de la imagen fantasmal. La música…, la endecha que confesó por nosotros en los últimos años que precedieron al fin del mundo, como si fuera un réquiem cargado de hermosura y de contradicciones e interrogatorios furtivos en una conversación interior, una curiosidad torpe que parecía siempre atajar la angustia y la espera con mensajes secundarios, versiones de recambio que nos enredaron en meses de impotencia y de iconografías supeditadas a la ilusión y la paciencia que se hace herida, que se hace costra.

 

…Lovers are strangers

There’s nothing to discuss.

Hearts will be faithful

While the truth is told to someone else…

(Chinawoman)

 

Era un hombre joven de un metro setenta con el pelo rizado y grandes ojeras, un hombre joven, cansado. Estaba al final de pasillo, con una mano apoyada en el quicio de la puerta. Tenía el pecho cubierto de tatuajes. Por primera vez nos miramos frente a frente. Empezó a acercarse a mí, lánguido, pesadamente. Era un hombre joven, delgado, atractivo, de unos treinta años. Iba envuelto de una expresión linajuda que se fue volviendo sombría a medida que se acercaba a mí. Estuve dos minutos sin respirar, me bombeaban las manos, las sienes. Cuando lo tuve ante mí cerró los ojos y abrió la boca y, entonces, desapareció sobre mí. Estuve temblando, sentado en el suelo, hasta que se hizo de día. Aquel fue el día que dejé de ser quien era. El cambio fue drástico. Y afectó enormemente en mis sentimientos por ti, Triana, por todos. Perdí la venda.

 

mantengo funambulista marañas de enredos en una selva coagulada

puede que vuelva

puede que crezca de nuevo en el equilibrio

y alojarme en los nidos desiertos

puede que vuelva a ser araña en un lirio

(Raquel Ruiz)

 

Las casas, al igual que nosotros, se dejan influir por las personas que limitan, que se acercan, y las energías que fluyen de los cuerpos estrechan distancias, hacen caer la balanza en un hechizo de antifaz. El derramamiento de lo cotidiano es de un ejercicio bestial que hay que atender en tiempo real, el recuerdo no es capaz de contener y hacer figura. Nosotros sólo inmortalizamos impactos y hacemos por magnificar lo se nos escapa del ego y la confianza en nosotros mismos, y en los detalles hay mapas que dan razones a la bitácora. Las casas retienen, sacan conclusiones. Los recortes están ahí, en el sofá, en los espejos. Las casas lo ven todo y consiguen una imagen completa. Qué no oyen las paredes, qué no reconoce el agua que camina nuestra piel, nuestra caverna. Qué, qué no se sabe cuando con la mirada no se ha de traicionar a alguien dando lo justo, alevoso. El propósito mata al Mamut. El engaño de los ojos es peor que el de las palabras y los gestos. Y aquello que se extiende, interviniéndolo todo, acaba dando forma a lo que en ella se esconde, cuándo. Cuando dormimos se abren puertas, dejando pasar inmanencias que irán fraguando de carácter las estancias y la energía que nos rodea. Seguro que a ti también te están observando. Siembra y recoge. Prepárate. Es la mesmedad que nos sostiene de un lado u otro en la oscuridad que nos sobrecoge, son las contraseñas y los secretos atingentes que nos avisan rozándonos el brazo, al comprendernos en una Déjà vu, atrapándonos entre sueños, en el huero intermedio.

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Cuando el río suena…

Desde aquel día, regresé a casa con ansias de volver a verlo. Sumido en intranquilidades, anclado a un más allá que estaba llevándome con él, y el temor a no perderle el miedo me encogía las tripas, asediado por los reflejos de mi mente a no acostumbrarme a la impresión y a calmar en consciencia y geografía trascendental lo que brotaba de mis pensamientos. El silencio era un concierto de Benjamin Britten .Meta-acústicas, mecánica ritual. Pero no, no volvió a ocurrir. Se quedó en mi interior, callado.

Todas las noches, antes de que fueses mía, creí convivir con él. No sabía qué estaba esperando. Le llamaba Darko, que significa quien tiene un don, y lo imaginaba como si fuese un conejo enorme, levantado en sus dos patas traseras.

A los fantasmas que anidan en nuestro interior hay que buscarlos, hay que ponerles atención, investigar en los espejos, en los sonidos que definen la noche en una elipsis entrelazada. Los fantasmas no hablan. Y si no eres capaz de saber es porque no estás preparado.

En mi casa en Madrid no encontré la calma, el fluido de pensamientos y la idea fija de hacerte mía me llevó al borde de la locura en una habitación llena de cuervos. No sé cómo has podido sentirte dueña de mi gratitud. Y es verdad que traté de matarte en aquel callejón, pero no fui yo, fue Darko. Filantropía fantasmal. Leía por las noches Endymion, Hyperion, Oda a la melancolía, y Elegías de Duino, Sonetos a Orfeo, Los apuntes de Malte Laurids Brigge, intercalando estrellas, tratando de cerciorarme en sus comisiones contrapuestas. Y Drácula, de Bram Stoker, y La guarida del Gusano Blanco. Y a H. P. Lovecraft. Y camuflé el mundo en poesía y horror.

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Miraba a mis compañeros de trabajo, en silencio, y los categorizaba: lírica, muerte; erótica, podredumbre. Porque la esencia se halla en los extremos. Me excluía en una inconsciencia de romántico perdido. Y cuando te tenía ante mí, lo echaba a suertes. Darko surgía y marcaba el paso en un todo o nada. Y tú jugando al escondite. Y como no pude matarte, te amé como nunca lo había hecho, tanto que el mundo estaba hecho de ti, calles, ciudades hechas de hielo fino, y un aroma leve pero persistente a la escalinata de tu ombligo, al convite de tus labios, de tus pechos.

Y aunque deba admitir que sabía que terminaría perdiéndote, y que tu muerte sería estar sin mí, para siempre. Y quise cumplir con mi parte. Es empírica pura. Me incorporé en Baladas líricas, y La narración de Arthur Gordon Pym, para seguir contrastando. Para buscarme en los extremos. Y créeme que lo hice.

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, que se hace pira inmortal con los resquicios de la huida de pies atados y manos inmóviles, haciéndose grande por dentro y brotando tal que la vida con sonrisas y una coherencia sostenida que da luz a la noche que nos cierne. Y Manolo Mesa (ilustraciones y fotografías), que, con la magia de sus manos, y sus ojos, y su lucha por la libertad, me trajo a Antártida, el cuervo. Manolo recorre el mundo haciendo las ciudades galerías de arte. Muy agradecido a los dos por ofrecerme la gran oportunidad de ilustrar mis desvanes imaginarios.

Veintisiete de junio de 2016, 8:20. Pegar mi cuerpo a ellas era crucial…

Veintisiete de junio de 2016, 8:20. Pegar mi cuerpo a ellas era crucial…

La literatura tiene un carácter litúrgico, pero no vale con mirar la portada y ojear la sinopsis,  desencadena el subjuntivo de las mentes aleccionadas por el régimen, y, lo amamanta meta-corpóreo. El pensamiento se esfuerza más en escena que en reflexión porque el hombre se halla en el ver para creer. Como si ver algo lo hiciera creíble. Cuánto dura un dogma. Devoré El retrato de Dorian Gray en dos tardes lluviosas de finales de junio tumbado en el sofá, desnudo. Cambridge se elevaba, presumida y, a la vez, supersticiosa, adalid de la majestuosidad, apabullante en sus aires románticos. Experta y transgresora, abogaba en una resbaladiza tensión contenida. Los grises, la bruma, en una complicidad incomparable por su concierto y vocación de misterio, deshacían las distancias y daban a la lluvia, leve e imparable, condición de presagio. Me gustaba pegar los pies a la ventana y sentir la vibración de la tormenta.

Para los que éramos de fuera no había un mal gesto, si algo me gustaba de Inglaterra era que te podía atender en la ventanilla del banco una señora negra de cien kilos, o un joven tatuado hasta los labios, me acercaba al mundo que existe en mis adentros, me llenaba los ojos. En España seguíamos en una posguerra adjunta que aparentaba evidencias de progreso en la involución de lo cotidiano, en costumbres grotescas, sorprendidas de la cruel modernidad, que no nos dejaba dar pasos largos. Sólo los bebés, y los chinos habían encontrado cierta amabilidad dotada de normalidad en el trato, en los restos de lo que quedaba de la Europa podrida, y era porque vendían barato y no construían relaciones con nosotros. Su frialdad, su distancia, les hacía parecer frágiles, y nos hacían creer superiores, es la magia del respeto reflexionado, la mano izquierda en una sociedad machista que todavía tenía la desvergüenza de orgullecer ante la tauromaquia o torneos en los que acorralaban a un animal para luego asesinarlo vilmente entre vítores y niños aprendiendo del anticristo que habita en nuestro interior. Y la unión hace la fuerza, y lo más suculento de la globalización que era el mestizaje y la multiculturalidad, en España, todavía levantaba a muchos del sofá, como si fueran dueños de algo. Qué triste. No, no había un mal gesto pero sí una película que nos posicionaba en desniveles contradictorios, era corteza, escamas que recubrían los accesos a asientos y titularidades, pero, después, reconocían que las fronteras no eran tales cuando se exige fundamento en las victorias. Las puertas nos pesaban más, y, las posturas y gestos nos surgían exóticos e inusuales y nos daban un estilo inseguro y a la vez atractivo para ellos, y tras los asuntos interiores, en la complicidad se hacían largos caminos, sinuosos, con un destino dudoso, pero que, a fin de cuentas, eran caminos que iban, y venían. Y yo no podía quedarme quieto.

Mi despertar lujurioso impregnaba todo, le había perdido el miedo a la vergüenza y me soltaba, impúdico, sin aquella lejana sensación de no estar lo suficientemente bueno para las elegidas en el mercado frívolo de la carne, adonde lo que ves es lo que hay. Era ágil, había metido mis manos entre sus piernas para aprender, estaba atento de los puntos clave y me quedaba mirándolas fijamente, averiguando señales de placer, tratando de escuchar, de entender los matices de sus  gemidos, en el ritmo de su respiración, o proyectando los sobresaltos, siempre tratando de ir más lejos. Combinaciones, innovación para ti y toda la gente, chaval.

Pegar mi cuerpo a ellas era crucial, mostrar la fuerza bruta incontinente en su justa medida, excitable, sin tapujos, ardiente; las excitaba rápido. Y la verga, era la magia de la ciencia. Y sin cadenas se corre urgente. Manso, dócil, delicado, y vigilante, pero sin forzar. Sabes. Era rápido. Cuando mi mano llegaba a la paridera la acaparaba como a un dios que necesita ayuda, resurgiendo, rozando con mis dedos el espacio que une los muslos con la vulva, sin ejercer presión en los labios, dejándome empapar, imponiendo sutileza y decisión, contundencia. Lo que más me excitaba era el momento en el que se entregaban por completo. Hay un hilo invisible que une a los cuerpos que han de saberse en el desenfreno, en la lujuria propia del vicio del que nadie puede escapar. Pegar mi cuerpo a ellas era crucial, mostrar la fuerza bruta incontinente en su justa medida, excitable, sin tapujos, ardiente. Y apisonar con las manos llenas en un baile muy de Dorian Grey.

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la risa no puede limpiar garabatos

es sorda e invita al jaleo

la risa no puede limpiar garabatos

es imposible suprimir lo manchado de hechos

la risa no puede limpiar garabatos

se atragantan con las palabras que regresa en el quebranto

(Raquel Ruiz)

 

Pero si casi todos estabais solos, casi todos dormíais al filo de la cama, con las ganas secas, aburridos de menguar. No recuerdo ni a dos parejas que si hubieran tenido la oportunidad de lanzarse a un romance tórrido con una desconocida, con un desconocido que jurase obscenidad, frescura y goce, delectación, molicie, erotismo y entrega, satisfacción, no habrían salido corriendo sin mirar atrás, con lo puesto. Vale. No recuerdo dos parejas que no justificaran el paso de los días en entretenimientos, viajes, y desahogo, errando entre bailes de disfraces, cubatas y cumpleaños de chiquillos. Huyendo del cara a cara, cansados de actuar. Las conversaciones a centímetros dan mucha bola, con los muslos montados. Las conversaciones a centímetros han de proyectarse en los espacios, y hace falta carne, sudor, convenios de silencio, protección y lugares comunes. Y no valen los camarotes para esto, y tampoco se haya en la habitación de un hotel. No te engañes en el esparcimiento de la novedad, en la tomadura de pelo de los lugares en los que recuperar la pasión perdida. El Amor se procesa en las celdas, con el roce, en lo cotidiano que es adonde reside la esencia y el enigma, en lo sucio, en el esfuerzo, e invariablemente en el ahora que creemos pasajero. Punto pelota. Lo que pasa es que se nos escurren los meses esperando a que uno de ellos llegue, y después se vaya. Y puestos a encontrarnos en lo sublime, qué mejor ambiente que el del deseo.

La misión de mis fuegos, destinada a despertar del sueño de la etapa del abandono a víctimas de la complacencia y la corriente, deshumanizados en las pautas marcadas, era la fuerza que emanaba de los cuerpos que habían bajado el listón y se había obsequiado a una madurez calendarizada en la prudencia y el discernimiento fingido, en corduras medidas en los ritos del  dinero y la reflexión comunitaria, a la formalidad de la experiencia que se halla tras la batalla que nos lleva de la juventud a un laberinto de amaestrados, a hijos de ventrílocuos despiadados a los que hemos entregado todo. Sin jornada de reflexión, ni períodos de prueba. Crudo, predecible. Qué pena. Mesura, moderación, dignidad, cortesía, lealtad, y claro, orgullo y ambición, y sin embargo, nada es como se supone que debería ser, y luego tú te unes, y haces igual, fingir. Y así siempre, vamos, no me digas. Con el retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde se posicionó en el filo de lo imposible, esperando el empujón divino de lo correcto, algo ideado por hombres que representaban leyes y seres divinos, para cogerte los huevos, los ovarios, y hacerte la cuenta de la vieja con el poder en la palma de la mano, para que puedas verte chupándole la verga colgona y apestada, a cambio del perdón y una paga cuando ya casi no puedas moverte. Qué no explicaría bien la ciencia. Oscar Wilde lo sacaba a pasear: el dinero mueve las placas tectónicas de Plutón y hasta enredaría a bellos impúberes, efebos, Lolitas y vírgenes suicidas que, entregados a la ficción, erigirían la realidad antes de los bocados. Y adquirir a quien posea la hermosura y la agilidad de no poner pegas, es lo que es, que sí, que cuesta billetes. Esclavos de la culminación y la magnificencia, la dignidad de una belleza que no permite al espejo reflejar más que lo se ve. Su elegía a un Amor inmoral que coge una mano arrugada en la rabia del artista que todos llevamos dentro, el ansia de lo idealizado que aborda antes de cualquier entrante. Y mientras tanto el tiempo se va escapando, y nosotros jugamos a las casitas, queriendo estar guapos… No sé yo. Muriendo un poco, soltando guita, recordándolo todo lavando los trapos. Qué sé yo.

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, y no me canso de decirte gracias. Tú que has sido fiel, munífica y salvaguardia en los callejones de la amistad que no pide nada a cambio. Suerte no, lo siguiente.

Veinte de junio de 2016, 2:10. A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge.

Veinte de junio de 2016, 2:10. A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge.

Antes de que se acabara el mundo, durante años, tres lustros por lo menos, he trabajado para la Universidad de Cambridge como investigador literario y miembro del consejo de relaciones internacionales con España, Centro y Sudamérica. Y en ocasiones con Portugal y Turquía. Hice culto a sus laberintos, a sus encantos y esplendores como buscando respuestas a cuestiones que todavía no había conseguido definir. Me dejé seducir por sus intrincadas fórmulas de incognito arcano, de secretos y enigmas que parecían encontrarse El Lugar oculto para el gentío del siglo veintiuno que se vendió a la mediocridad de los estados mínimos.

La adivinanza insondable y sibilina de la ciudad, recóndita, de anfibología clandestina y simétrica, de charada furtiva y hermética misteriosa, experta, y distinguida que se extendía tenebrosa y elegante, egregia, excelsa con una imponencia impresionante, y una extraordinaria personalidad que me ataba los machos en una búsqueda confusa y embaucadora, era extraterrestre. Y el carácter aristocrático y talante respetuoso, fraterno, me causaba una desconfianza que seducía al paisaje y que, imprudente, me atraía sin descanso.

Siempre pude moverme con exquisita autonomía, y era convocado tres veces por semana a las reuniones del alto consejo en la Biblioteca de la Universidad. Dispuse de tiempo, algo que no sabemos apreciar hasta que se pierde gran parte de él en un camino sinuoso que se puede convertir la existencia. Profesé una apasionada atracción por las sociedades secretas, los Apóstoles de Cambridge o la Chitchat Society, y anduve a la busca de respuestas a la masonería en sus incomunicados, y sus relaciones con Darwin. El asentamiento romano en Castle Hill o los fantasmas del Corpus Christi College, y por los Platónicos, y por lugares como la Round Church o el hospital militar que alberga enigmas y profundos cubiertos de amianto y que pondrían los pelos de punta a cualquiera.

No faltaban extremos que pudieran conjurar a los dioses de la rigidez, la severidad, y el reptar de las serpientes del desprecio y el complejo de superioridad supeditado a pináculos y cúspides y sus brotes de intolerancia al extranjero anónimo en puro apogeo detrás de un anteojo y bajo un sombrero límpido, adonde las sombras se hacían de carne y hueso. Jekyll y Hyde, te suena… Autoridad, riqueza. Yo no dejaba de ser hispano, moro, gitano. Connivencias del hombre. Y los expulsados de la clase media, los que nunca salen en las remembranzas prefabricadas de documental, supusieron sal para mi pepino. Cambridge ha relucido a través de su oscuridad y ha sido eclipse atajando su luz siempre. Su belleza excesiva lastraba sus calles, su esmero la dotaba de unidad, su verdor, la floresta sagrada, su intangible virtuoso y la maldición de la ciudad perfecta de eternidad indiscutible, civilizada y decadente.

Ludwig Wittgenstein, M. R. James, Max Planck, Arthur Hallam, Bertrand Russell, E. M. Forster, Francis Bacon, Lord Byron, Srinivāsa Aiyangār Rāmānujan o Erasmo de Róterdam fueron jeroglíficos y esparcimiento de una propiedad pura e innovadora. Yo refocilaba en recreos de un calibre que me fueron incluyendo sin que yo me diese cuenta. Un día era parte de ella, de la ciudad, a pesar de no ostentar título, ni una posición clara en prácticamente nada. Los personajes de mi historia se elevaban en expectativas que dieron significado a periodos que parecían fruto de mi imaginación. Y cada día buscaba el jardín secreto, sin descanso, sin aliento.

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He de admitir que la ciudad me desnudó de algo, y me soltaba, desamparado, en un proceso de cicatrización que nunca llegó a concluir en verdad, una especie de pasión de sangres invisibles, de discípulos confusos por sus sentimientos desordenados y los traidores, y sádicos, que nunca faltan en ninguna historia. Incluso hoy que estoy solo en el mundo, les tengo un hueco guardado. Y a pesar de Triana, y Alejandro. Luego ya, el día a día de la madurez fatal que se hace protesta indefinida y silenciosa, luego ya el calendario chico, el reloj que corre como las candelas, la monotonía de manual que nos han prometido, cumple, cumple sin miramientos, las manos ibéricas de las estancias prefabricadas del sur, adonde el sin dios parece un privilegio y adonde la jerarquía que mueve los hilos no sabe multiplicar sin calculadora, adonde se prefiere a la pobreza esclavizada en la hacienda del gigante con panza que hasta de cadáveres se alimenta, dejando desierto el futuro imperfecto que descubre la magia: leyéremos las bibliotecas, no vaya a ser que confundamos el ayuntamiento con la Bastilla. Al pueblo ciego: atontamiento. El Al-Ándalus de revolución, no, nunca, rebelión, como mucho.

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Regresar a España me trincó los espacios de esparcimiento, me sisó las horas que antes había dedicado a la expansión y me encerró en una oficina todas las horas que exigían las reformas laborales que hace de la casa una cama en un tercer grado sine die. Autorresponsabilidad, chaval. Quizás tenga mucho que ver con mi forma de olvidar. Yo siempre quise ir a la Alpujarra y derramarme en ríos y nieves, en paisajes inhabitados. Mi otro extremo no era el aburrimiento en boga, sí la simplicidad contrapuesta a Cambridge, pero no el juego en paralelo, la insistencia, la redundancia, lo invariable, y el pillaje, la rapacería encubierta de las aulas, el timo, el chantaje de un tropel de representantes del pueblo, y el peso de los banqueros y los oradores corrompidos en los entramados del pensamiento, en los fondos de una casta machista que apesta.

Ahora todo se ha terminado. Las calles de Cambridge estarán deshabitadas, limpias, florecidas, intactas, y vacías. Y ante mí tengo fenecida a Andalucía, devorada por el mar Mediterráneo.

 

orgasmo faquir

tan sólo un paseo

apenas un viaje

un parpadeo

un vuelo raso de peajes sin decidir

(Raquel Ruiz)

 

Y cada día buscaba el jardín secreto, sin descanso, sin aliento.

A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge. Clare, y su tez inmaculada, sus manos hinchadas, lejana, escribía en una libreta manoseada con furia, hablaba sola, en un tono que me atrajo al momento. Tendría entre cuarenta y tres y cuarenta y ocho años, la tetas caídas y estaba cubierta de pecas, con los labios envenenados, y dulces. Tosía de forma nerviosa de vez en cuando y tapaba, y luego destapaba, unos muslos rollizos, abandonados, como parte de una manía extraña. No pude quitarle un ojo de encima. Cuando se dio cuenta de que estaba allí, parado, mirándola, se comportó de un modo irritante quizás pensando en que yo estaba juzgándola y enredando en un estado de contemplación indiscreto, o quizás mi sonrisa intrigada le resulto un ataque. Una hora después estábamos charlando sobre poetas románticos, una de mis conversaciones preferidas a la hora de mostrar mis encantos y engatusar. La persuasión del conocimiento es capaz de todo si las cautivas en la soledad ruin se han bebido los libros, suelen ser. Las menos bonitas, según los cánones comerciales, aman el arte y la las letras, y se visten de una retórica paciencia, de una resignación culta y poco lógica.

Recorrimos la ribera del río Cam, y hubo un momento en el que sintió miedo, puede que pensara que la iba a matar cuando ya nadie nos protegía con su presencia, o algo peor, sus ojos cambiaron por completo y se enfrascó en una lucha en la que dominó el deseo. Y fue en ese momento en el que me acerqué a ella, y me pegué a su cuerpo. No la besé. Quieta, le susurraba al oído. Ella respiraba como una animal atrapado entre el miedo y un deseo incomprendido y autoritario. Quieta. Su cuerpo ardía, palpitaba, y sus manos trataban de ponerse sobre mí, sin saber elegir el lugar adecuado, dudosas. Me apreté a su cuerpo, sintiendo su vacío. La escasez era palpable. Pegué su espalda a la pared, y olí su cuello como si fuera a chuparle la sangre. Ella palpitaba. Quieta. No la besé. Bajé mis manos por su costado, y apreté mi cintura a su sexo. Ella abrió ligeramente sus muslos macizos, puse mi rodilla entre ellos, debajo de su sonrisa vertical. Luego gimió. No la miré a los ojos. La embestí dos o tres veces, y a pesar de los pantalones vaqueros, mi verga. Gimió, besándome el cuello, yo la dejé. En el momento en el que mis manos llegaron entre sus piernas, haciendo que se separaran al instante, se mojaron mis dedos. Ya empecé a respirar fuerte yo también cuando amasaba su vulva carnosa y resbaladiza. Quieta. Y cuando llegó al orgasmo yo ya me había corrido, cuando echó la cabeza para atrás y empezó a trepidar, saqué mis dedos del molde y la miré. Abrió los ojos, me miró con la boca abierta, y luego llevó su mano izquierda a terminar la faena. Gimió, reparando. Las que se saben guapas están atentas de otras cosas, y ella gritó, sin avergonzarse, gritó sí, sí. Luego yo salí corriendo perdiéndome entre los árboles…

Nunca volvimos a vernos.

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, quién sabe si es o está, o las dos cosas, en el sueño que da candores de gato y tesauro de convicción absoluta a mi laberinto. Y Manuel Antonio Domínguez Gómez (ilustraciones y fotografía) con el seno de la cúspide abierto en seis pedazos anegados de fisiones que transmutan lo intangible, con las puntas rozando estrellas que prometen infinito. Cien gracias por vuestra generosidad y grandeza al dejarme decorar con tanta belleza mis paisajes sonoros y sentimentales. Soy un niño que quiere saber…

http://www.manuelantoniodominguez.com/

 

Trece de junio de 2016, 5:58. A ritos prohibidos, a indebidos y clandestinos.

Trece de junio de 2016, 5:58. A ritos prohibidos, a indebidos y clandestinos.

Desperté con la sensación de haber hecho el Amor arrebatadamente, de haberme deshecho de pensamiento y nadado en el arroyo tu pubis, de encontrarme en mi piel sudorosa como si me hubiese ido para volver resiliente, fortalecido. Olía a ceremonia, a sacrifico. Y en la combustión de mí hacia fuera dejé mi rastro por toda la Biblioteca. Incendio, huego en un desván que siempre permanece cerrado y que nunca prende lo que somos a pesar de las brasas y palabras que dicen todo cuando nadie está escuchando. Eco de caverna. Carbón que precede al polvo que ninguno puede evitar.

Recordé tu llamada, era una tarde que no te presentía, una, cactus, de puntas de rocío aplanado por el calor que se adueña de las sombras. Él se iba a Coruña, y tú te arreglabas mejor, decías. Nunca entendí bien el mensaje. Pensaste en mí y en el juego del que habíamos desertado, decaídos como avispas que tratan de huir del agua y que agonizan moviendo las patas en la superficie, en los preliminares inacabables de una partida que no podía llegar a tomar condición de sí misma, abandonando por si acaso acabábamos buceando en la soledad gris. Qué casual es el ritmo de la audacia que nos envuelve de fervores torpes y reprimidos por el compromiso de los pactos de tono mediocre que nos mantienen lejos de la diana, de eso va la supervivencia del ser humano, de conveniencias desde la teta al punto de fisión. Es posible que fuese que conceptuabas tener toda una vida por delante, como si en tu fuero interno creyeras que merecías más. Por culo. Y al colgar moriría como sucede en cualquier emergencia, sin haber llegado a Roma, los caminos que se multiplican como conejos, y que se dividen a su vez con los esfuerzos por no darle forma a la pasión que no sabe de finales, expectantes de ofrenda y fuegos naturales, y así noche y día. No quise, no. Después de que me dejaras, iba y volvía, pero no quise ya más. Nuestra naturaleza era idiota. Imaginé cómo caerían tus bragas en el suelo, y observé los pies encontrados, separando los dedos, respirándome fuerte en el oído. Te besé como un lobo antes de aullar a la luna llena y volví a pegarme a la pared, empalmado.

Estuve excitado toda la mañana. Y no recordaba nada que pudiera justificar tal carácter enaltecido por las emociones. Y siendo yo, absolutamente, pensé en Anaïs Nin y el rincón de lectura con las sombras del diablo en la alfombra. Y luego me encontré a través de Jean Genet, Henry Miller, Claude Le Petit, Pierre Klossowski, Andréa de Nerciat, alternando con obras que hablaban de mí, y en Ana Rossetti y Sylvain Maréchal justo cuando se puso el sol sobre los tejados que todavía salían por la puerta de los carros, romboides, en el espejo del agua mirando la noche tumbarse sobre él, dándole una imagen brutal mientras yo llegaba a un nuevo orgasmo pensando en ti.

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Desde los ventanales del sur se veía la ciudad zambullida, sumergiéndose un poco más cada día en aquel mar naranja. Sólo algunos rascacielos escapaban del abismo que devoraba las costas y entraba en la ciudad. Y estar tan arriba sin poder bajar, aunque quieras, jura la mayor de las desdichas. Quizás ya habían muerto todos. Siempre se me ataba un nudo en el estómago al ver el avance de Poseidón, y mis argonáuticas se reducían a aquel lugar ahogado en papel. Miré a David Bowie, la vaca azul Yves Klein, y ella me miró a mí, descolgándome de aquellos pensamientos, luego se acomodó en la moqueta de espuma rosa, con matices de accidente amarillo cañón. Una mirada…

Cuando era un muchacho llevaba el deseo a flor de piel, y algo que no comprendía y que confirmaba algo más que una señal feroz se hacía de mí, se hacía conmigo y me cambiaba el gesto, la mirada. Me dejaba dominar con los olores corporales en la ropa, en las sábanas. La esencia característica se anteponía al resto. Y no era sólo algo sexual, que lo era mucho, también sucedía con aquellas personas que trataban de protegerme o hacerme daño. Había un componente, peligroso, que le daba permiso a un lado oscuro que me vencía y que me concedía el aspecto del tipo raro que, en los primeros días, nadie se atreve a saludar. Y me destiné a emociones fuertes, a ritos prohibidos, a indebidos y clandestinos. Sobretodo gozaba al masturbar a mujeres poco agraciadas, disfrutaban más que las guapas que nunca se atreven a nada. Quieta, les decía en el oído, quieta, susurrante, con mi voz de tenor y mis manos especialistas, quieta. Y ellas se quedaban quietas, cerraban los ojos esperando mis labios. Yo me pegaba a ellas, y apretaba, quieta. Y las adulaba con lascivia, las hacía gritar. Y cuando se iban a correr, a veces, las penetraba entre el brazo y el costado, entre los pechos, los muslos, en los dobleces de sus carnes. Cuando era un muchacho llevaba el deseo a flor de piel, y algo que no comprendía y que confirmaba algo más que una señal feroz se hacía de mí, se hacía conmigo y me cambiaba el gesto, la mirada. Y nunca me inhibí, mi goce era más importante que tanta tontería. Mujeres casadas de todas las edades, solteronas, desmejoradas de la química, travestidos que pedían galanterías a voz en grito perdidos en una feminidad que les hacía frágiles y desamparados, inseguras. Yo les daba lo que les hacía falta. Gozaba al masturbar a mujeres poco agraciadas, bajar la mano bajo el ombligo, enredarme con la exuberancia y humedecer mis dedos enseguida en la suavidad hambrienta, disparando desde los mínimos, apresurándome para devolverles entusiasmo, delirio, frenesí. Y mi lujuria se expandía si la respuesta era creciente, inflamada, febril, de una fogosidad aterradora. La gente retocada no necesita favores, se bastan.

Y en mis interiores, Chopin, Paganini y Schumann, y luego David Lynch, David Lynch durante mucho tiempo, demasiado quizás.

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pronta la ingesta de ojos malditos

barren

apenas

rozan

ni siquiera en caricias de no saberlas agarradas

y arañada el alma

sangrado

que mil roces no me olviden

(Raquel Ruiz)

Y, después de revolotear Antártida, el cuervo, por el paraninfo de techo inmortal, el peligro tocó en la puerta que sabía de los extremos inmutables. Las galgas levantaron la cabeza. Todos miramos hacia ella, hacia la puerta, extrañados como políticos honestos que ven luz en las catacumbas de la ley subscripta, de los programas y cicatrices de la mafia, colusiones y caterva, y ganzúas, y bandoleras. Todos miramos hacia ella, extrañados por la prudencia de su mudez y por la tregua que se extingue en elementos de interrupción, la tregua que se descubre siempre en la clausura de la quietud contenida. Y deducciones, desvíos, ángulos y un ciego que abotona.

Era el pecado, que venía a ajustar cuentas conmigo. Quizá hubiere llegado mi momento, quizás seguiría enganchado de alguno de los anzuelos, todavía, y en reminiscencia de medusa me conduje a la escena. Antártida, el cuervo, batía sus alas y crascitaba, crascitaba, y el retumbo le daba un toque finito de batalla, cuando los cuerpos terminan de expirar y el viento promete frío y arena para unos ojos que ya lo han visto todo. Pecar, incluso en los misterios, en los falsos púlpitos que elevaron a San Agustín entre la razón y la fe, en la interioridad del desnaturalizarse para existir, para tensar las venas, en el si enim, fallor sum que desordena los deseos incumplimos, porque nosotros siempre incumplimos.

Pecar, pecar, es una atmósfera diluida, contraviento de las condiciones de un clima de profundis adverso, que da conciencia tras el sufrimiento, biota de ti y de mí que nos contuvo un día entre apariencias inútiles que fuimos trazando en las encrucijadas y rostros que hablaban de nosotros. Y pensaré cien veces en ti, pero ya nunca serás digna de recuperar lo que fue sólo tuyo.

El pecado es vivir a medias, es el silicio con el que os sobornáis buscando una salvación que no habéis jamás deseado, la mortificación corporal que combate tentaciones, en serio, ésa no es la pasión, es poner el listón aplastándonos los pies, atascando callos, tejidos que no comprenden los motivos de un no que se ampara en el mañana, seguro de que lo mejor está por llegar: no, miser. El futuro nunca llega y, entonces, la condena es eterna.

Finalmente entra en escena la superstición y nos advierte, insinúa, denuncia, revela que acumular inmundicia, podredumbre, esperanza en fermentación, atrae malas energías. Da mal fario. Proporcionar placer debería ser aspiración, designio, meta, el destino del que todos hablan mientras se aburren con sus soluciones que no justifican medios ni fin. Consumaciones que empieza demasiado pronto para la mayoría. Puedo acordarme de las caras. Pecar nada tiene que ver con Dios, él abandonó en tres días al saber cómo éramos, al confirmar que estábamos más interesados en nosotros mismos, en el dinero, que tanta genuflexión era mentira. Dios lo sabe todo. Le dio vergüenza y se disfrazó de montaña. La desobediencia a uno mismo, y transigir, excediendo en una paciencia nerviosa, e inquirirnos en la alarma y seguir por el camino fácil es para colgar el hábito, no lo pongo en duda. Gastrimargia, fornicatio, avaritia, superbia, ira, tristitia… fracasaríamos todos a la voz ya. Y tú me apresaste, yo soy sólo fui tu víctima. Y a pesar de las cadenas, aquí estoy… qué quieres que te haga…

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz . Gracias amiga, apasiona el reflejo del silencio que nos une, en estos espejos que nada saben de imagen. Al otro lado estoy. Muy agradecido.

 

Seis de junio de 2016, 2:54.

Seis de junio de 2016, 2:54.

Subí por las escaleras con una extraña sensación de pérdida, una pérdida que conocía en las rutas paralelas, en las líneas que recorren los contornos de una razón descalabrada en el intento, en el esplendor de conciencia y la simple maniobra de seguir hacia adelante, sin dar un paso, y que se lucía impensada en la conspiración de una calma total que no pasaba inadvertida. Subí las escaleras con una extraña sensación… una que perduró en el tiempo y que brotó como un renuevo verde esmeralda que aparta la arena y se despereza en la inconsciencia que concede la belleza más auténtica, la que sólo sabe sin saber que sabe y se deja llevar como lo hace el deseo que está hecho de viento y de ingenuidad. Subí por las escaleras y me introduje en las calles de la Biblioteca Airanigami. Inducido por su seguridad y su clarividencia.

Pude haber escogido Cumbres Borrascosas, por el paladar frío e incontinente, siempre me dije que esos Amores son los más auténticos. O El joven Werther, qué se yo. Y de qué pueden servir los motivos, o los alrededores, que nos intrigan los bajos fondos, lo que marca es el hierro candente. A lo mejor La mujer Justa, podría haber sido, sí, Amores secretos que consumen, o por ende una edición extraordinaria del Conde de Montecristo, pero no. Y todos esconden pasiones cruzadas y el romanticismo necesario para afrontar la forma de Amar más elemental, pero soy un necio y un mortecino. Elegí a Blake, a William Blake, y sus cantos a la inocencia, y él lo ocupó todo, él y las consecuencias de su brutal irreflexión contagiosa. No puedes reconocerte en todos los espejos, ni hallarte en lo cotidiano. Existe un tejido implícito en nuestras circunstancias que articula, que arraiga, que consolida la energía que provocan nuestros actos. La felicidad es la coincidencia del querer y del poder, y dura los segundos que dura un orgasmo, es la consecuencia, las maneras, el cómo más elemental. Pensar mata poco a poco, y la felicidad no está hecha de palabras, ni sabe de simulacros, no son siquiera sensaciones con las que nos engaña le mente, la felicidad se gana y el karma es su carcelero. La felicidad no se manifiesta en los que ya han muerto, huye del miedo, huye de los que llevan el alma sucia y la boca llena de piedras. Adónde ha de estar la verdad, y para qué nos puede servir su presencia en un lugar de odio y destrucción, me dije para mis adentros. Luego sonreí, en los últimos peldaños, en plena oscuridad, en mí, esencial en las conveniencias, independiente, antes de llegar a mi habitación en la torre emparedada, mi habitación, mi punto de encuentro, adonde se reconoce la cometa que ha perdido cordura y timonel. Sonreí con un estremecimiento sutil y apasionado bajo el ombligo, como cuando sabes que nadie te está mirando y te juzgas rebajando la malicia que nos llevará a la tumba, la crueldad que en nosotros resulta comprensible. Leí las primeras páginas, los tatuajes se estimularon en un yo interior que parecía despertar de un coma. Cimbré como un clítoris. Esa energía. Y, entre tanto, yo, extendido. Y no, no pasó algo más aquel día.

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Que no entiendo la casualidad

Porque yo no voy con los momentos de otros

Y ni la verdad de un segundo enciende una llama

Que no entiendo un suspiro ni un roce que se derrama

Porque importa qué el fuego me marque y ardan mis labios y halla ceniza en mis ojos

no entiendo que se olviden los nombres de mí mientras viva la eternidad.

(Raquel Ruiz)

 

Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado, en sus esquemas de madera el golpe de vida te abría los ojos y ahondaba, se replegaban disposiciones que a veces parecían esquemas de algo etéreo, la temperatura y el efluvio de los cuerpos, el amparo de las voces y las conversaciones, y las risas, en las tonalidades y reminiscencias del caldeado que se atribuye a un conjunto de partículas que afloran en el recreo de una tarde lluviosa y enrevesada en una niebla que engaña las formas del final de las calles y las perspectivas. Adónde residirá la realidad, y cómo podremos reconocerla.

Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado y me abrí paso entre las mujeres y los hombres que brindaban y que, elevando la voz, me hacían partícipe de sus escenas, al rozarles, al disponer mi mano en un hombro desconocido, de alguien a quien jamás había visto.

Necesitaba un trago, y mis ojos no dejaban de mirar las caras de las mujeres y los hombres que brindaban y que también investigaban y centraban sus pupilas en lo desconocido que tanto nos gusta a los monos vestidos a la última moda y que hablan sin parar sobre sí mismo y sus imbecilidades. Qué ridícula puede llegar a ser la imagen de un puñado de inconsolados que acomodan su cara en la almohada con el rabo arrugado, con las tetas colgando, y los labios babeando más noches de la cuenta a la semana. Demasiadas, sabes. Qué ridícula puede llegar a ser la imagen de los que seleccionan sus estrellas, en momentos cruciales, tan sólo por una imagen que vale mil palabras que no pueden entender por la gula del vampiro. Y si la luna llena bajara a mirarles, frente a frente, elegirían tirarse una oferta de última hora para luego morir un poco después de los veinte segundos. Ja, ja, ja… me río con nervios y dudas.

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Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado, al cruzar la abundancia de fascinantes piezas de escaparate la vi a ella, recolocando su pelo como si se fuera a poner a cantar aquella canción de Siouxsie and the Banshees. Ella. Como si estuviera a unos fotogramas de cruzar sus ojos con los míos. Sentí unas ganas brutales de fumar y, aunque no estuviese permitido, saqué la cajetilla y la abrí, cogí un cigarro y lo llevé mis labios intranquilos. Lo encendí. Desprendía algo increíble mirando la barra. Parecía un unicornio, un trueno, carne boreal, un gigante caminando por el océano, y su proceder fatuo e imponente, prometía bengalas y arena blanca.

No sé cómo era su cuerpo, no podría darte datos para ponerte en las candelas, pero su cara, la forma en que estaba sentada, el juego de sus dedos en la pantalla del móvil, su boca en la copa, me pusieron burro. Mientras tanto, daba caladas y dejaba a una nube envolverme. Existía con la sensación de haber nacido solo.

Nos encontramos, y las miradas se fueron repitiendo, continuaban en una lluvia de alcances, preguntas y contundencia, una contundencia desmadrada.

Entonces llegó él y le dijo algo al oído mirándome a mí. Tú giraste la cabeza y me volviste a aprisionar con el brote de entre tus piernas. Nunca lo negaste. Por un momento me sentí desconcertado, pero luego me fui conformando. Aunque eso sí, no podía dejar de mirar para el rincón adonde estabais.

Luego apareciste detrás de mí, y te pegaste a mi espalda. Nos vamos, dijiste. Y parecía una consulta que se había disfrazado de afirmación. Vienes. Sí.

Y él. Él viene también.

Habían pasado diez minutos, quince, y paseábamos por, ¿Manhattan, Madrid?, qué más da. Verdad.

Me llamo, te llamas, soy, vengo, qué total, venga ya, y muchas formas que anticipaban a algo que no entendía. Llovía ligeramente. Es cierto que ella ocupaba toda la imagen, pero, detrás de ella, él también contaba, no sabría explicarlo.

Y luego ella otra vez, y esa rareza, esa autoridad, dominio, influencia, potestad. Joder… Algo brutal.

Me decía ven. Y yo era una presa, cediendo. Y en sus sombras los ojos de él, una suavidad masculina, leve, capaz. Verdad. Él viene también, y yo no le daba forma, no me hacía con las ideas. Sólo ella, ella y esos efectos, y él.

La besé con ansias. Nos besamos los tres. Ella me consumía, y él me distinguía de ella, me remediaba con caricias decisivas, y en la combinación me rozaba la mejilla con el reverso de sus dedos, me olía el pecho interponiéndose con acercamientos firmes e intermitentes, y tenues, agudos. Y deseé en todo momento las manos de ella sacándome la ropa. La danza de él. Y me hice en la confusión y la codicia de lo que es fugaz y que se presenta como algo dudoso pero ineludible, y no pude decir que no, yo quise. Gemidos. Tácticas de escenas borrosas, y el tono por las nubes, salido. Calor. Inconsciencia. Y mi contenido en expansión, en confines, sin patria, sin banderas, sin nada que objetar e incapaz de tomar la iniciativa. Susurros. La voz de ella, la de él detrás de ella. Las manos. Hubiese. Y navegué en un espacio indefinido en siglos de cien instantes de vacío, inclinación y voracidad. Quizás hubiera un hilo de maldad, de sed en exceso, de ansia. Luego subió la espuma y nos cubrió por completo de cúspide y encaje. Borrachera, confusión, hechizo.

Amaneció y nos miramos. No hablamos. Amaneció y nos miramos, incluso ahí, en ese fragmento de algo que empieza a perder el equilibrio, y a pesar de las garras, la heridas cicatrizando. Y, en la concisión de algo pleno, el silencio se rompió en cien pedazos…

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz y sus qué que se abren como una flor carnívora. Con los rayos del plexo y la barbaridad elevada a la cúpula de ah de la casa que se sabe abierta. Bella. Y E.Maldomado (ilustraciones) en expresiones de eternidad y emociones chacales que desdibujan lo que se dice real con manifiestos de máxima exponencial y reminiscencias del silencio. Gracias a los dos por vuestra generosidad que da sentido a esto que llamamos todo el rato.

Treinta de mayo de 2016, 6:21. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador.

Treinta de mayo de 2016, 6:21. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador.

Verte allí, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, causó algo inexplicable que no traté de frenar u oprimir por pura emoción y, el maremoto, que confirmaba que somos agua, removía, como un pueblo enloquecido que trata de acorralar a su líder, mensajes que concurrían, en la irrefrenable partida existencial. Una partida existencial en toda regla, y con todos sus elementos, representándose en lo inequívoco y la diligencia reactiva del deseo y la insensatez del apasionamiento que atraviesa montañas, atando machos.

El verte allí, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, me deshabitó de todo pensamiento que no tuviera algo en común contigo, con lo que representas. Y, claro, me faltaba el aire que pudiese pacificar el cuerpo que había iniciado su viaje a ninguna parte (redundancia sorda), en cualquier dirección se barajaron fórmulas y se inició un proceso, absurdo, de procedimientos que pudieran concluir en tus brazos. Al principio sólo quería mirarte, luego ya, tal que el hombre que no se conforma con nada, pensé en tus labios, y sin apenas recordar tu mirada, cuando de verdad me amaste a máximo rendimiento, quise escucharte sollozar y sentir el disparate que fluía de tu cuerpo al entregarte, al incitar con esa sumisión misteriosa que nacía en ti y que empezaba con susurros tectónicos, en gestos de una inocencia provocativa y henchida de señas de identidad que querían asimilarme. Así eras tú en mis brazos, nunca he podido olvidarlo, te lo digo y ya está.

sin embargo

aguardé

y  yo regreso

sin embrago

instantes

y yo acunado

y sin embrago

el cielo de otros mares

y yo nadando mar adentro

(Raquel Ruiz)

¿Sabes? Me mete en razón vivir sin ti, y correrme en los días a mi amparo, en mi pleno derecho a ser feliz y no estar atento de cuándo te vas a romper y me vas a convencer de que tengo que esforzarme para que esto funcione. Aquello, ya, perdona. En el fondo quiero entenderte, pero eso es en el fondo, y ya estoy cansado de honduras, depresiones, bajíos y precipicios. No me tira tu abismo, tu barranco, el despeñadero, los quintos infiernos. Fíjate que fortaleza posee el tiempo. El tiempo y la perspectiva. Sería brutal que el Amor pudiera congelarse como un cubito de hielo y saborearlo sin más, mirando las estrellas.

Recuerdo tus cartas, tus cartas de antes de ser tuyo para siempre y qué quieres que te diga, extraño tu fragilidad y tus ansias por tocarme, porque me dejara caer sobre ti sin ropa. Perdías la razón, incluso delirabas. Cuando hacíamos el Amor decías cosas que luego olvidabas, o que se habían borrado de la memoria al recuperar la maldita razón, al menos eso decías, y me buscabas con los ojos en cualquier lugar, no hace falta poner ejemplos, me andabas buscando, desentrañándome como si fueras una extraterrestre que necesitara tomar mi alma, despojándome de la carne. Pero nos deseábamos con tanta fuerza que hasta llegábamos al orgasmo abrazados en el autobús. Nadie se daba cuenta de nada, o tal vez sí, qué más da eso ahora que el mundo se ha acabado. No me hacía falta meterme en tu cuerpo, yo era una parte de él. Fue grande lo nuestro.

Y cuando te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, la confusión pretendía, en todo momento, aclarar que debía darme la vuelta y alejarme de allí. Coger un libro, yo qué sé, cualquiera, y tumbarme a seguir siendo, en toda la extensión, un feliz leedor sin más obligación que vivir en una fantasía sin límite y con la seguridad de Biblioteca que fallar no puede, y Amar a mis compañeros de viaje, Nin, Frida y Emily, las galgas, Antártida, el cuervo y David Bowie, la vaca de manchas azul Yves Klein.

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Cuando te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, también tuve una erección y, también, te miré con ambición, no lo niego, por esos pantalones cortos, por esos muslos, por esas piernas con los pies metidos para adentro. Tu cara no había cambiado, ni tu mirada, ni la caída del pelo. Tus labios siempre estuvieron algo ajados, lastimados de no ejercer el beso, y tus dientes…, podría dibujarlos y no me equivocaría, ligeramente doblados, finos y tristes. Cuando supiste el sabor a mí perdiste el habla. Yo te llevé al cielo, de eso estoy seguro. Y sabes que me costó creerlo, soy tan inseguro, pero fíjate, algo me dijo siempre que te perdería y te aproveché al máximo.

Por un momento di un paso atrás, sigiloso entre las sombras del mármol. Giraste la cabeza, como si me hubieras oído. Silencié mi respiración en seco y cuando me hubo capturado el negro del silencio que se convence en segundos, recordé tu carta….

Empezó en tormenta de verano, una tormenta imbatible, aterradora, con una fuerza incuestionable que predecía un final atómico de lo que hasta entonces había sido mi vida, y un principio insano, febril, incontinente y carnal, y un viaje en un tren imaginario al otro extremo de mi estabilidad, un billete enloquecidamente romántico que me había colocado una argolla al cuello, nunca mejor dicho. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador. Me sorprende y me envenena que tú ni lo hubieras imaginado, no eres quien yo creía. Tu mirada asoló mi realidad y, magnética de belleza y de imposibles, inhabilitó mi equilibrio y convirtió en piezas casuales al resto de los habitantes de la Tierra. Se terminaron todas las dudas con las que había peleado toda la vida y mi corazón terminó por endurecer, la metamorfosis me mortificó día y noche. Perdí el sueño, sentí cobardía y frío, un frío insoportable. Recuerdo que te dije que no podía dejar de hacerme preguntas, pero te mentí. Eran afirmaciones rotundas. Mientras tanto, tú abusabas del libertinaje de mis cuerdas vocales y del tono de mi voz serpenteante e insegura, me dejabas confesar como si tú todo lo merecieras con la callada por respuesta. Y además, el disfrute del hombre que todo lo puede, llevando la rienda enganchada a la lengua, satisfecho. Por eso no sé de qué hablas en alguna de tus cartas, yo nunca traté de alejarme de ti, tu imaginación no es tu aliada y tus actos, como has podido comprobar, mucho menos. Eres un niño y no estás a la altura, ahora me doy cuenta. Y brindabas con prisas, dando largos tragos y rondándome como a un júa sin prender, con tu cuerpo en llamas sobre una pista de patinaje.

Incluso un pavo real, en su mejor versión, es sólo un pollo vestido de gala. Y no es la belleza que pueda verse, la lozanía, el garbo, la seducción dura poco si no está hecha de todas las cosas, una a una, que hacen un global que es lírico y es pueril, y amante de las pequeñas notas de la sinfonía. Porque la belleza que está hecha de deseo cansa. La hermosura de collage, el puzle que no es rompecabezas pero que no necesita de artimañas, y ni fracciona el engaño, y la asquerosa manía de ser el centro de atención, son incompatibles.

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Como sé que no me está leyendo nadie, voy a confesar que lloré, no fue un llanto quebradizo, no fue un temblor de nostalgia, ni la angustia de la tristeza, ni tampoco tormento o amargura, fueron lágrimas de deliberación, un cónclave de caminos, de intersecciones, El Laberinto de Ulazak transgredió a sus estructuras físicas y se convirtió en juicio. Y no hablo de cordura, ni me hice en tramos de reflexión con la idea que pudiera medir o considerar tras la aprobación democrática de nuestra geometría emocional. Era una decisión inconsciente que, escrupulosa, sentenciaba y cerraba una puerta que había dejado abierta demasiado tiempo. Antártida, el cuervo se posó en mi hombro y habló.

– Es fácil creer que somos olas y olvidar que también somos el océano.

Elevé la mano y acaricié su plumaje. Me asomé para asegurar que siguieras allí. Sé que estabas pensando en mí. Conozco el gesto. No pude salir de aquel rincón.

–Antártida–susurré–qué es lo que crees que debería hacer.

–El coraje se asocia a menudo con la agresión, pero debería ser visto como voluntad de actuar desde el corazón.

Y como si estuviera desahuciando a un amigo que opera de traidor, la seguridad me dio una lanza que usé de cayado, asegurándome de no volver a romper una sin antes haber visto al árbol rozar la cúpula cien noches. Sin haberme dado cuenta, incluso cuando al retornar cien veces ante tu luz, supe que no quiero ser como la sombra de Desnos y renuncié a ti. Y sé que no podrás vivir sin mí, y que amaneceré pensando en tus nalgas, soñando con quitarme sigilosamente la ropa interior y pegándome a tu espalda excitado, y que será idealizado el momento en el que te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, y sí, que me oculté para que no acabaras descubriéndome y que luego pudieras convencerme de algo que ya no quería. Ni siquiera el Amor más puro puede alimentarse de dolor. Y tan sólo trataba de evitar, quizás en un acto de egoísmo, aceptar esclavitud fundida en aceptación y en sistemas que no estaban hechos para mí, senderos que debía cruzar descalzo, detrás de un misterio que quizás nunca resolvería a tu lado. Me gritaba la piel y la soledad me hacía ascos en la distancia, jurándome episodios arduos y dilatados, pero, así sucedió toda aquella mañana de escarlata, aquella época que duró cien segundos y en los que te hiciste de piedra para asegurar el perdure, el roto de un dogma que agrietaba el muro de la última frontera.

OCOL

Colabora Raque Ruiz. Y tantas veces de retorno al huero de la magia y las formas exigentes de la maestría y la dignidad de lo auténtico. Así nos fundimos yo en mis escrituras y tú en las que brotan de ti, como la orilla a la arena. Mola. Gracias.

Frases de Antártida por orden de aparición: Jon J. Muth y Donna Quesada.

 

Veintitrés de mayo de 2016. Un bosque de arqueros ciegos.

Veintitrés de mayo de 2016. Un bosque de arqueros ciegos.

Y luego aquella mesa, la treinta, la mesa azul Prusia con un galgo dibujado, la luz de las velas, el magnetismo de rincón, el vino travieso de fruta prohibida… Tus manos hacían sombras, conversación paralela, y yo me acariciaba el cuello, y mordía mis labios por dentro, con las córneas calientes en la persuasión de tu mirada, dejándote hablar. Atando cabos, viendo cómo te desnudabas.

La vida es eso, y poco más a fin de cuentas, respondía la condena, yegua salvaje. Y la soledad del pasillo escalaba paredes sin cuadros y la trampa, que sólo se abre para zurcir heridas, palpitaba mostrando una majestad fatua para ensamblarme con lo que nunca sucederá, queriendo borrar aquella imagen. Le di la espalda, y bloqueé el pensamiento como si fuera posible ante un espejismo de conversación de petaca que me quería atrapado, para encontrar la libertad de secuoya en terrenos pantanosos.

Y yo mirándote detrás de las llamas, imaginándonos entre las sábanas, apretados, retomando coincidencia de misionero. Diente de ajo, yuxtapuestos. Cara a cara. Ojo por ojo en malabarismos del deseo que jamás encuentra freno. Y, luego, en un segundo acto, la traición premeditada de los recuerdos que no querían perderse en un lejano sometido, se engalanaban. Una presencia patética que sabía de acometida, de límites, y de rechazo más que una monja con los puños apretados.

Aquel veintitrés de mayo no llegamos a dormir en un ahora o nunca. Se me venía la sonrisa, y, con la mandíbula prieta, otra vez tú. Y como todo el mundo que ha conocido al Amor, un bucle interminable que al saberse de oportunidades cada día menos probables se transforma en una espiral que nos va engullendo.

 

no marcarte y que ni sepas

sin hambre no quedan señales ni motivos de otras horas

caricias

lluvia de verano que tras la sonrisa del Sol se sabe perdida

lejana

(Raquel Ruiz)

 

Los recuerdos saben cuándo es su momento, son zorros, son lazarillos. He visto tu cadáver pasar en procesión cien veces, y, toda la coherencia y el camino que, entonando un solo de gusano que la vanidad nos repercute en avío posmoderno de crisálida, se hace interminable en su hiel de galería recreando figuras chinescas que acaban cerrándonos los ojos para ver el espectáculo interior, la procesión que va por dentro y que te lleva, con los labios cosidos, en volandas, con un brazo colgando, al aguajero del polvo a polvo mientras la orquesta de grillos anuncian el verano más cálido que confirma un otoño de capitales de bares vacíos y un frío que cala los huesos. Dejemos para mañana el invierno.

Y no fue todo, fue una mañana extraña, las imágenes de los amigos trascendían como sangre desfilando por las juntas de un suelo curvado, y, en un sabor de conquista, despisté, en las articulaciones de mi salto mortal, juramentos en falso para el careo que ya trazaba episodios de compartimentos estancos en los que habitaban ofrendas y promesas a las que, una vez más, arrinconaba en charlas vacías que se resbalan por los filos de lo olvidable. Deje mortecino. Me importaba un carajo, me decía sin saber bien a qué me refería. Me saqué de quicio por la hipocresía de los aburridos en la hora de devolver deudas, la gestión de conflicto y el repaso cooperativo abocado a un desastre de astucia lengua de víbora que perdía fuelle al constatar que la reciprocidad es excesiva siempre y cuando toca devolver el favor, ausencia de ahínco. Otra vez ellos. Me vi en el espejo y me reconocí gato en distancia de pelea de los camaradas de salón de cervezas y vinos baratos, en locales de ensayo de erección y calendario que ejecuta en patas de gallo y aliento fétido de la madurez mal llevada del mono vestido de cowboy, del estratega ornitorrinco, del pato que se cuenta las veintitrés vértebras para asegurarse cisne. Es ridículo, a que sí. Así fuimos la multitud que tiraba el reloj por la ventana pensando en comprar otro. Acaso mereció la pena. Siempre me despertó la curiosidad la autocompasión irreflexiva y visceral, un flechazo tan obsceno que prometía lealtad en un bosque de arqueros ciegos.

Veintitrés de mayo, me dije. Es lo que trae el teatro de trampa y cartón. Entrada floja, disparatada para un espectáculo que ya a nadie sorprende.

El pretérito próximo, y el viaje que representaba tal confusión. Tanta gente para tomar café y destapar los secretos que demuestran que no hay alianza incorrupta me sonaba a partido político urdiendo el plan para asaltar los tesoros con la lengua marrón descafeinada. Los que sin haberte siquiera mirado a los ojos y que saben todo sobre ti, lo que haces, sobre los que te manipulan, sin saber quiénes son, y tus aptitudes y procedimientos, como si hubieran dormido a nuestro lado toda una vida, decidiendo con el prólogo el resto de la historia. Idos a la mierda, gente infeliz que sin sabernos, manifiestan y tratan de influir en los procesos. Y fue un placer tal que bajar del coche en un atolladero y caminar en dirección contraria con la portañica bajada. Y con permiso de atar cabos llegar a conclusiones, porque hay nudos que fueron cuerda. Mensajes con palabras en mayúsculas como diciendo: has sido TÚ. En esos momentos regresaban las arcadas del error. Cuántas veces me había podido llegar a equivocar, cuánto tiempo desperdiciado. Opulencia, derroche, posición para después acabar en el juzgado circunstancial del o es conmigo, o contra mí. Generosidad blasfema, que impreca y reniega a la hora de firmar la reprobación.

Aquella mañana me desperté con la seguridad del retorno a un punto de partida, a después de todos esos hombres y mujeres que a fin de cuentas me habían costado sufrimiento, compromiso, desavenencia. Y me despedí, alud, de ellos para siempre. Aquel fue el último día. Al fin y al cabo ya estarían muertos, putrefactos y abandonados en una habitación sin perspectiva e inculcadas del eco moribundo de la esperanza que prometen los que necesitan ayuda para dar un paso. Acabados. Vidas de cien metros cuadrados y cualquier tiempo pasado que fue mejor que conduce al ático que es buhardilla polvorosa y sin tragaluz. Fascinados por el acto de sufrir, hinchados de odio y convencidos de un discurso de amanecer de rosca pasada. No llegaron ni a darme pena. Maldita retrospectiva.

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Paseaba por las callejuelas y pasillos de la Biblioteca Airanigami, sin conocer camino y tratando de zanjar procesos y echar el candado. Reiterándome, sabiendo de mi cautiverio como si estuviera dando una noticia en el telediario, retorciéndome en un miedo a una libertad que no supe sacar partido. Somos lo que somos. Maldita sea, me dije al despertar, entre sábanas húmedas, favoreciendo a los pensamientos umbríos del amanecer y que tumbados abarcan todo el cuerpo y que podrían asfixiarnos con la almohada.

Entonces te vi…

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, suspiro de Haiku y remedio al aire que lo administra en un camino de no retorno. Qué portento. Y E.Maldomado (ilustraciones) en multiproyección de enmiendas y desenlaces con arbitrio de talento y poder de artista de esencia y transferencia. Cien gracias a los dos. Celebro vuestro trabajo.

Ilustración de portada: Saltimbanqui (2016) Maldomado.