Etiqueta: Emily Dickinson

La Manada

La Manada

Cuando llegó la navidad, las murallas fueron derrumbadas. Un día me aislaron de la hipocresía del dinero, la felonía y sus desfases, de los comediantes sobre el fuego frío. Los escombros fueron presentados en sociedad antes de fragmentarse en carcajadas de pasadizo, de callejón, de pozo ciego en un campo apartado.

Mis cosechas fueron trasladadas a la mesa de una oficina donde todos se arrastraban por el piso arrojando bilis por las comisuras de los labios, reteniéndose las tripas, balbuceando guion. Con las uñas rompiéndose pintaban la moqueta con sangre cetrina y baba burguesa. Era el busilis, el arte, la hermosura que surge del poder y las afluencias que el mundo aplaude con brío, votando, firmando hipoteca y contrato.

Aquella tarde de diciembre todos usaban la mirilla, nadie vino a recogerme, ni trató de unir mis pedazos. Bien entrado el mes de enero, solo quedó silencio de ion tras la voladura, discreta y fina, y el maullido de un gato.

Me deshicieron de entusiasmo y honor como el que quita capas a una cebolla; y en la idioteca, además de la antena, hay eco; no hay colmena, ni nave, ni puente, ni mano, ni se quiere, ni se folla. La aldabilla enmudeció, y la llave se hizo pomo desatando nudos que hicieron otros con un pero, un arco y una flecha, porque la fuerza se ensaya y la experiencia jura en vano.

A todo se aprende, guste o duela. Y tropezar justifica las heridas en rodillas del acero, la presión aprovecha para expandir límites y hacer músculo para afrontar mañana, y cambiar fusta por piano. Y claro, al descuidar las heridas es ingrato cicatrizar. A partir de ahí, te sientas en la diana dejando colgar las piernas sobre la nada a pasar el rato.

 

OCOL

Que las perras no se sientan solas.

Que las perras no se sientan solas.

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Cuando ha rugido el inmortal sobre la manada, el suelo se ha hecho agua de humo y las paredes se han agachado al ver el bando de cuervos pasar, levantando la ropa de los tendederos, tirando las macetas, apagando las farolas.

El silencio ahora es mundial y las cuerdas yertas, esperan instrucciones. La sábana que se ajusta al cuerpo con notas mudas, justifica la grieta del calendario en el chajuán de este final de agosto intimidado por las olas.

A lo sumo se queda una borrachera de días pálidos de jaula, de quejidos y nubes de costo en una soledad güera de nudo y alerta. Esperando a la remisión trepar por el precipicio de esta esperanza varada que aúlla en la distancia que las perras no se sientan solas.

OCOL

Sefirot

Sefirot

Me escondo en la superación como un corredor de fondo que atraviesa la vida sin mirar a los lados, con el suelo diciendo no eres tú, soy yo.

No me encuentro en la franqueza de los besos, en las expresiones de todas las noches del mundo.

Será la luz en la locura de este lento para fagot que enreda cuerdas en la oscuridad de efecto inverso, será…

El dedo en el mapa de un pecho, y el pulso, que impide la veda de corazón redondo en la curva de la luna, marcando el paso como si no supiera hacer otra cosa.

Me llevas en la mano que recibe pero no da, me repito queriendo llegar adónde, sin ti. Y confundido en la geometría del universo me hago humo y trasciendo.

Hoy el miedo que pintó de negro el sefirot que divide nuestras calles es el aullido, un lecho de flores caídas sin polinizar, y un quebrantahuesos, y una hiena, alrededor de los errores todavía palpitando, fingiendo no decir adiós.

Soy el rumor de un bosque de imágenes de hombres con soledad y vacío, una laguna de palabras perdidas, un barco de agua, un punto negro en el firmamento, un robot que llora, una almohada mintiendo.

 

Ocol

OJO QUE PIENSA

Abracadabra

Abracadabra

Todavía guardaba un grito en la herida cosiendo a zarpadas recuerdos desde adentro, donde el dolor, por encargo, parecía escuchar llover. Me revolví en suspiros de dinamita en el fuego que libera al excomulgado, y conseguí ver después de las ruinas, más allá del puente del olvido.

Sobre la cama de piedra un desierto se desvistió de largo y mostró sus curvas y, retrocediendo, un oasis dijo que sí, aunque no había nido que pudiera negar la caída, las lanzas y la traición del que no sabe pero juzga y, entre abrazos, incita al odio como si estuviésemos en una fiesta macabra.

Luego copié un mapa de cuestas de los cuadernos sucios del viejo que me salvó la vida sobre un escalón de plastilina. Un repaso con el viento, en perspectiva astronauta, que no rozaba el suelo y que veía las estrellas con los ojos cerrados.

En el sótano, la muñeca con un ojo señalaba… batuta, el habla de espejo de la inquina que no esconde las manos tras la piedra, el discurso de las runas, y yo tratando de no comprender. Después del desprendimiento, cicatricé en una pregunta sin respuesta que edra, por si acaso.

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Abracadabra.

Parecía un cenagal de enunciados y pensamientos de cenicero haciendo equilibrios en mi dedo gordo que se descomponía para combinar elementos insólitos. Pero era la recta final. Se me venían sus caras, sus gestos, sonrisas que no dicen nada. Y, en sus casas, fiordos de piedra caliza, deshaciéndose de soledad. Y cadenas, y cuerdas de marionetas viejas que hasta mentirían al árbol que enselve sus rostros cuando les haga falta. Indicios de barro en el temporal de la espera para poder dar un paso.

No es cosa mía, el boomerang siempre vuelve.

OCOL

Aquiles

Aquiles

Hoy, ayer, hace algunos días, un gato atravesó mi talón buscando libertad. Qué es, y por qué lo hizo en mí. Le miré a los ojos en el amanecer de los locos que no saben disparar, me dejé, no pude moverme. Aquiles, le dije, ahora que vas al otro lado, teñido de mí, anuncia el coma a través de las heridas cuando se haga estable, agárrate a mí desde adentro para que no se me olvide cuánto duele la interrupción que no cesa. No me dejes volver a ser normal, yo no tengo siete vidas.

La última de sus miradas descubría un misterio, uno que no estaba hecho de incógnitas ni entresijo, ni siquiera de interrogación. La arena y las piedras bajo mi pie derecho, la hierba, el rosal, callaban y miraban para otro lado, aceptando al dolor, como en un vuelo a la luna.

Mientras tanto, la mañana dejaba de ladrar lentamente mezclándose con la mortalidad de la avalancha resuelta que devuelve al primer plano a la costumbre, a pesar de los cambios que asimila la vista cansada, las conjeturas y la vuelta a la moderación tan oportuna, tan quieta. Sólo el muñeco de trapo tirado en el suelo junto a la rueda del coche abría sus ojos sin comprender la magnitud de la lesión que no era más que una ceremonia, una grieta, que desaparecería quitándole importancia a una ocurrencia del Caos que pretendía desaparecer cuando el dolor cediera, y devolvernos al infierno en el que, en un incesante ir y venir, se repite la misma historia. Una Araña subía por mi pierna. Ante mí, de nuevo, la torre de Babilonia y, por primera vez, el dolor no me dejó subir.

Observar el calendario caminar a pasos forzados desde una esquina de la salida de emergencia del túnel que cruza la cárcel comercial, el manicomio de tiendas y calles, el laberinto del dinero, los estancos de afirmaciones y opinión, los cuentos de la hipnosis, las partes del día de estructuras sine die, sin bailar, con el cuello metálico y las mandíbulas soldadas, podrían ser un entretenimiento coherente con los tiempos que corren, pero los hechos no terminaron de cuajar.

No estoy ni dentro ni fuera, me repetía. Y mientras tanto los halcones gañían en la distancia, como queriendo formar parte de un proceso en el que eran una pista crucial.

Indicios…

Todavía puedo sentir tus garras, tu piel sedosa perder el vestido, Aquiles, sigo, de momento, atento a ti, esperando una señal.

Se ha quedado a dormir un dolor enmascarado de fuego fatuo que habla claro, consciente, sincero. Y sí, la herida cicatriza y murmulla en concavidades de cilicio, y recuerda, ahora que todavía tiene fuerzas, cien formas de huida.

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Recuerdos.

–A Yoko Ono no la entiendo…– decía aquel señor que parecía interesante, que comía rabo en un restaurante a las puertas de una plaza de toros, posando sus zapatos nuevos en baldosas crueles, mirando para otro lado con sus gafas de sol de cien euros, con el móvil en la mesa y la barbilla, la garganta, la camisa, manchada sangre.

–Acaso se entiende algo. Qué hacéis aquí, quiénes sois, adónde vais. Tiempo, dimensiones, lloros– respondía el viento que no cesa.

Delirio.

Ay, Aquiles, por qué resurgimos de entre ceniza, cuántas son las esferas, por qué la calma tiene un pasado turbio, casta, galgo.

La fiebre seguía, el dolor. Aún no he llegado, me dije cuando la luz de junio parecía más que nunca un piano, cuando la primera línea divergió y se trazó el cerro de los gatos sobre la ciudad de piedra, papel, tijera. Luego paso un día, y una noche melliza. Y, entonces escuché el primer maullido, sin pero, sin embargo.

OCOL

El Cautivo

El Cautivo

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta, de la mesa de sacrificios nace una parra ya madura, y, mientras suben por las ramas que van al cielo, los que tiemblan de miedo, me dejo apalear por los mejores hombres del régimen de las cien calorías que regalan la cura de la cerveza, del diazepam y las flores de plástico de dos colores. Y a mí, que estoy como una cabra, sin apenas tocarme la bragueta, con los roces y los porrazos, se me pone dura.

Tú di que sí, que el plan es fantástico.

A mí la certeza, y la postura, de Aznar en las Azores.

Y como el credo esclarece la dicha a través del sufrimiento, si no quieres sopa, tomarás dos cazos. Y con los codos derramando palabras de vientos de entretela, me preparo para la racha, para los honores y el tictac. Luego llegan los saciados y dicen que no hay chicha, que no hay teta para todos en el bosque de árboles sin ramas. Y, aun así, viento en popa a toda vela. Vaya faena…

Veo a Abraham con un hacha en llamas, y, calcinado Isaac, los ojos puestos en el borrego, porque nunca es suficiente.

Risas de hiena.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta no dejo de fumar jeroglíficos de sangres del Canaán. Veo la vida y los recuerdos que mueren debajo de un puente, pero no me hago preguntas cuando levanto los pies de suelo y asciendo con el aura encendida.

El fenómeno adverso cede los cimientos, tiembla la caverna, y ni pestañeo ante la animadversión desmedida que dibuja despedidas y una cruz en mi frente. Y pienso… de nada sirve rogar al cazador que no mate al oso que inverna.

Porrazos de colegio, mala influenza, estorbo. Y frases tal que amarás a tu prójimo como a ti mismo rugen con formas de fe. Y, con el resentimiento global, me pregunto dónde está el todopoderoso cuando se pierden los mapas y la brújula se dispersa hecha pedazos. Y, mientras cae otra bomba, el silencio se prolonga.

O todo el mundo está loco, o Dios es sordo. O calla, con esdrújula vergüenza.

Sacrilegio, salto mortal.

Rictus de justicia, copas rotas.

Se elonga, se rompió.

No hay meta cuando de nuestro reloj cae el último grano de arena, pero saltan las alarmas cuando ya reina la calma y, con los murmullos de las devotas que no se han enterado de nada, se monta la marimorena. Y eso que la más lista hace lazos a la cuerda en la reunión del karma y la cebolleta. Y así, como el que no quiere la cosa, campana y se acabó.

Cambio de rumbo.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta las mentiras son axiomas, la exactitud imprecisión, y, aunque el rio suene, el salmón no atiende a normas y la contracorriente coge forma de lengua de sierra. Donde arriba es abajo, el gato y el ratón son testigos.

Se desatan nudos, y, según convenga, al calor del amor, en la boca ancha del embudo, en un bar, en el centro de la tierra, en el carajo, se confirman contradicciones, enredo. Y con el alud, insultos en otro idioma, señalando todo el rato con el dedo en una guerra sin cuartel entre dos amigos.

La ofensiva es la tempestad de la que hablaba la rabieta, la que jura, desde el barco de papel, haber tomado tierra en la isla de San Borondón. Y aquí se desteta la leyenda, y yo, con los ojos mirando el horizonte, me digo que no hay bien que por mal no venga.

Adiós con el corazón, que con el alma no puedo.

OCOL

 

Tabula Rasa

Tabula Rasa

Primera carta de Silaš Rijeka 

El día de Luna de Saturno, y polvo de estrellas de ayer, te recuerdan qué, dime. Fue la primera vez que nos miramos con la profundidad que renuncia al significado y la trascendencia de equipaje. Y, con tanto polvo, mi camino desapareció tratando de arrebatar título a mi fortuna, tú lo sabes, eres un gran equilibrista.

Ahora puedo atreverme y no imprecisar una gota de aquellos volcanes. Puedo recordarte y no aspirar a hacer un nudo, he aprendido, mañana. El tiempo es buen remedio a los caudales perfumistas en la avalancha de turno, en los ciclos, en la moridera de las estaciones que rubrican taje.

Qué será de aquella puerta sin casa, de nuestra ventana.

Tus ojos parecían míos, tu risa. Y la piel de tu cuello regazo de mi declaración nebulosa, mi batalla cubista.

En los botones que palpaban tu pecho, y sus peticiones de compostura, tu reciente ya era pasado ante mi aliento y daba por hecho que mientras tú hablabas de nada mis artes ya estaban, en la pregunta que calla, confundiendo a tu camisa con tanta emergencia.

Fue la primera vez que toqué tus dedos, cómo voy a olvidarlo.

Una valla eléctrica y, en la travesía, en aquella nube, un estandarte. Sangre mojando los pies. Y la brisa azulada, y el miedo a lo que no es mentira que susurra Lovers are Strangers, te puso los pelos de punta.

Geometría del universo, sensatez, qué sé yo ahora que de tan lejos la boca se me desnuda por la seguridad del fuego transparente que no anduve. Y en la lejanía, una coincidencia.

Tu cuerpo parecía mío, tus suspiros. Y en la hiel que acede el paladar, en tu lengua, me hice camino sabiendo que la gloria sería amarga, que tanto amor sería sombra de un juego de silencio en la luz de todos los días.

Qué se sabe de la eternidad, pregunté de repente. Por dónde muere, por dónde mengua, grité desesperada.

Quién no se doblegaría ante la llave que abre La Jaula, un giro, quién pisa el suelo y se consuela con lo que pudo haber sido, con la ausencia. Qué será de aquella tabula rasa.

Qué será de lo nuestro,

 

Silaš Rijeka

 

OCOL

 

Amores que matan

Amores que matan

Cuando me dices te quiero, en sus formas infinitas, con los labios porosos, radiantes, conquistadores como un beso, dolor y sufrimiento me enredan a castigos, a una sumisión que me roba el aire que regala estas montañas en las que me escondo. La supremacía del ceder es un brazo de la espina que sostiene significados de nuestro paso por esta esfera flotante en la nada interminable, y sí, un poco me muero.

Pasión cejijunta, cante jondo.

Pretendida la entelequia, la quimera, llega, arrastrándose, un vacío inexplicable en el que no soy capaz ni de comprender lo que es el amor y por qué me ha elegido. Y aquí, en la distancia, soy protagonista de tú película de miedo.

Lo primero, planes de supervivencia, de aniquilación consciente al que no puede reintegrar. Lo primero tú, di que sí. Y mientras tanto, tormento, sacrificio, duelo, aversión, rencor y todos los sentimientos ásperos, perversos, que forman parte de lo que somos se anteponen a la sensatez que nunca deja de evolucionar hacia otros significados. Lo segundo, y lo tercero, es lo mismo. A que sí. El alma se me descoyunta.

La constitución de la dominancia se enreda en fórmulas divinas amasadas en inquina, animadversión, resentimiento, desconcierto. Y por lo tanto, en consecuencia, a colación del descubrimiento que pueda frenar la lujuria y la riqueza que se antepone a todo en tus almacenes de seres queridos. Sácame de aquí, no me dejes solo, me digo. No está solo, dices con los colmillos ensangrentados. Y yo, pálido, me echo a temblar.

Esa pistola, a quién apunta.

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La decepción es la estructura que, súbdita a un dios ilusorio, espera a que en la fragilidad nos entreguemos al rezo por si acaso cae la breva y nos cae en la boca entera.

El mal prevalece en las ordenanzas establecidas, un código paralelo, un verdadero dios omnipotente que castiga la inocencia y la credulidad sin pecado concebida. Y si hasta hay deidades que descienden de la simiente de una paloma, cómo vamos a perder la fe.

Mesías surgen de todos lados. Perfil de hombre macho, muy macho, que permitimos en llano para huevos cuadrados. Un macho que lo sabe todo. El principio, el final. Y sus pensamientos, al ser beatíficos e incuestionables, toman armas en posesión de la verdad, junto a mujeres que actúan como ellos, que verifican, pepino en mano, dándole la vuelta al espejo, lo injustificable. Qué cosas… Y, con la ley en la mano que mece desde la cuna, nos convertimos en seres inútiles, que en la espera, biempensantes y acólitos del titiritero que come billetes de pobres, de viejos, de enseñados, metido en una piscina de cristal en medio de su salón de cien metros cuadrados, gestiona nuestros días de vino y rosas. ¿Otra copa? Y con la barriga fuera del agua, enfriando grasa animal que nada tiene que envidiar a la panceta plastificada que aguarda en sus neveras, advierten que lo peor está por venir. El resto, palpitamos cual enjambre ponzoña, marabunta.

Tanto en cuanto la familia, que es un ente de amparo, de resguardo; dicen, porque algo tienen que manifestar ante los ejes del infierno, los pospuestos nos solidificamos excluidos de la matriz, dando tiempo al tiempo a una señal que no sea recíproca y que pueda asegurar fundamentos descarriados. Protección, por favor. Y digo yo ahora, de nuevo, que todos los argumentos, de los seres bienquistos, bien podrían llevarnos a ser cautivos entre conceptos de un bien hábil de entrega y de frases hechas, de un saber que responde todas las preguntas que terminamos por no hacer, porque el síndrome de Estocolmo dura para siempre en la tierra prometida, que cacarea y no pone huevo, y que da peras oriundas de un olmo que enraíza en el fuego eterno que arrojó, a manos de un macho muy macho, escrituras que aseguran orden y salvaguardia, justicia, teta para todos, retorno.

Mentiras todas, guerra santa o anticristo, núcleo y transición, homenaje a un mañana mejor, al que poder aplaudir. La Gran Obra del Rizo, un escenario con los mismos personajes, una celebración macabra, una boda, un bautizo. Calma diferida para el que ya no puede dormir, para el que ya no encuentre sentido a la vida y que, en la mazmorra, no le quedan paredes en las que escribir El Conde de Montecristo, en las que correrte. Alguien que se hunde en el lodo que aseguran ser regazo y comprensión de malevaje que drene en esperanza, sigue esperando. Camorra y profilaxia. Las mentiras que nos han enseñado todo, lo que pudo ser, lo que tendremos que dejar entre renglones para ceder espacio al deshabitado aceptable que nos sostiene en una galaxia perdida, una de planetas vacíos que jura soledad y muerte, una sujeta por un hilo de calma esteta y de alma difunta.

Y con todo esto, antes, amigos de amor cangrejo, memoricemos el guion. La opereta no tiene última página. Vecinos, compradores, asiduos, parecidos, colindantes, inmediatos, amigos otra vez, compañeros…, ojo a la entonación…

Reverenciados, ¡os quiero! Os quiero lejos. Plaquetas venenosas luego fronteras, y rayas, bordes, barreras, márgenes, umbrales que, en conversaciones al instante planes, nada pueden ya hacer por lo que ya se ha perdido tratando de empatizar en el laberinto de espejos que refleja pollas y tetas.

Cuando cae el imperio de la inexperiencia, la simplicidad, todos nos volvemos monstruos y nos alimentamos de egoísmo, nos maquillamos con envidia y nos vestimos de interés, de ruindad, deshonestidad, impurezas, picaresca, fingimiento, impostura, envidia, y creemos que los demás son como nosotros, que son lo mismo, blancos como un oso antártico en un polo que se derrite. Después de todo esto, la envidia en desazón de pataleta, la rivalidad, y la desconfianza que ya se ha hecho con el timón es una parte del proceso que ya no puedes más que aceptar. Luego llegan los insultos.

Y podría inquirir, pero quién soy yo para hacer una pregunta. Cuándo, después de ser un niño, una y otra vez, cuándo consentimos. Y no lo hago por epatar. Poco tardamos en traicionar a quien nos da la mano, en besar la mano del destructor, en mostrar la espalda en el momento crucial y dejar claro que lo nuestro, en boca de jurisconsulto tartar de la a, a la zeta, procede.

Control, manipulación a libre antojo. Porque lo que no podemos controlar es una amenaza y el botón rojo lo llevamos en el ombligo. Boom.

Vamos campeón, vamos atleta, para las víctimas de isla desierta el bolso es la meta.

Te mato antes que tú a mí. Yo a ti, sí. Y callando, a lo chita. Sin hacer comprobaciones por que la defensa propia es certera y el mal, por tanto, está justificado. Ya luego cualquier tiempo pasado, que siempre fue mejor, pasado está. Y mientras tanto, en el deshojo de margarita, seguridad ante el hado, confirmando que, de veras, el destino nos alcanza ya. Pero tranquilos, amiguitos del alma, mañana la bolsa repunta.

A que sí, muñeco, monigote, marioneta, maniquí, moña, polichinela obediente, te voy a cantar una nana. Duerme, duerme para siempre.

No hay nada, la galaxia está vacía. Cariño, cuando me dices te quiero, se me ponen los pelos de punta.

 

OCOL

Diario de OCOL: Veinticinco de julio de 2016, 7:15. Yo me doy por aludido cuando apareces.

Diario de OCOL: Veinticinco de julio de 2016, 7:15. Yo me doy por aludido cuando apareces.

 

espera

dos pasos

herida plañidera

caricia

cuerpo hambriento

alma que vuela

flor de escombrera

(Raquel Ruiz)

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tanto frío atraviesa el quebradizo esperador de antes del amanecer del último rugido que encubre tu boca y que despoja a mi alma del disimulo de amante incapaz de romances atestados de candor de indiferencia premeditada que carga con una hoz temblando los sueños desahuciados en lenta evaporación y la decisión tomada

yo me doy por aludido cuando apareces con el corazón en la lengua

invoca a tu dios y dile que no quiero olvidarte o improvisa algo convincente

invoca a tu dios y pídele perdón por eso y por nada

en esta partida soy un convincente crupier fingiendo imparcialidad en el enjaulado en tus miradas perdidas con los dedos rotos en pleno retroceso tras los claroscuros en vertical

no te vengas arriba

mengua

y desconcertado al olvidar las reglas del juego en el momento en que la mano se pone interesante

para colmo una balada

 

con el reparto de abandono casi perfecto me pierdo entre todo lo que contigo he ganado y nos vemos en un tú y yo sumando cuatro o cinco o seis aunque los dos sepamos no que es verdad

una pira inmortal de carne y cenizas trepa entre las montaña que juran frontera con los fluidos de la punta de nuestro iceberg antes de que podamos atravesarnos y convertirnos en pista de patinaje en distancias irreconciliables donde mueren antídotos y germinan venenos

dan un río que hace de muro

suena

espera

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lo nuestro

lo nuestro en un teatro sin butacas abandonado en un centro comercial inerme en un azul apático de flequillo descuidado

lo nuestro no era demasiado

es

 

por tu trasluz lo sé

pero si no he aprendido ni a coger tus manos imantadas cuando la derrota ya parece urgente en la contracorriente de mis brazos en tu espalda y mi boca en tus ojos y tus ojos en mi boca

un

dos

tres

estatua

es una pregunta

maldita esclavitud que parece poco

no puede ser me dice nuestro anclaje

ves

es una pregunta joder

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no puede ser mi asfixia y tu carne en pupilas deshabitadas y sin embargo luz y culminación solitaria y del revés y el amanecer y nuestros besos y el café

del café no me olvides

hoy también te echo de menos

 

lava cuajada y truenos

marabunta

y al secar la lluvia que escribe tu nombre

calma

no me hagas caso

no te intimides tentando a la suerte de tren

a romperte de próxima parada

 

y como si esto hubiera sucedido antes del atardecer y tú me estuvieras esperando con el rubor de tus mejillas de volcán arrinconado en ese beso inerte en un castigo hundido y tocado

eres mío dice la nada

la impavidez de tu intención no es roca en este acantilado donde el vértigo encaja con la altura y donde tú y yo deberíamos de empezar a ser valientes o mendigos

dices

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yo me doy por aludido cuando apareces

espero que no te alarme si te lo digo a la cara

nadie lo hubiera dicho nadie habría adivinado que tú y yo nos amáramos de aquella manera

ni siquiera tú y yo

OCOL

Colabora Raquel Ruiz, infinitas gracias, amiga.

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

 

diana

 

me sumergí en su fluido como un elefante de ceniza

cazador sigiloso

casi anónimo

vencido de vida

ayer

hoy

mañana

 

 

 eras un cisne que aprendía a nadar y que al agitar las alas era baliza de fuego blanco

 

 

a quién quise engañar escondiéndome detrás de los contrastes de sombras de foso

dije

cuatro veces seguidas

 

te asalté delante de todos como si fuera un ladrón manco con la cara al descubierto que ardía en un infinito nublo e inmovilizado en delirios por la saliva de tu boca con un ansia de la que casi no me pude controlar a pesar del delito y el martirio de lo improbable en nuestro cortejo

todos dicen que dormías sobre la dulcera flotante

pero yo sé que ibas temblando

 

palabras mayores

crisálidas

hiperónimo

 

 

los dos sabemos que tú eras

yo estaba tan sólo en un hombre impreciso

en varios a la vez

impostores

galerna

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me mata la cobardía de aquellos cigarros de nudos y frases pálidas de mi reflejo en la piel de tu dorso

me mata la cobardía y el entusiasmo de la apariencia

te excuso de tu olor a incendio en la frecuencia en tu caverna y la autoridad ante mi efusión tumbándome sobre la partitura como si fuera el tabarro de Giacomo Puccini yaciendo mi nuez entre ruegos al filo de la espada por un ensueño de amor de contrabando

rodeados ya de ciencia

 

 

la resonancia de mi mano palpitaba como una gacela rendida en una trampa de astillas de arrebatos de poeta mirando hacia arriba

beodez en una jaula de espejismos y consecuencias de flechazo y eco de silencios cuando el tiempo enlazó el error y el aplomo insostenible de nuestro beso vagabundo

sé que el miedo nos ganó la partida

y perdiendo hay veces que se gana

congoja

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hoy

tonteé con la idea de anudarme a ti de oler tus labios de aferrarme a tus jadeos de saber tu cuerpo con las manos de asimilarte por dentro e incluso de consentir la derrota vigilando tu almohada desde afuera tirado en el mundo esperando a ver tu cara en cada orgasmo

es por mí por quién estabas suspirando

y por la luna llena

luego tu cuerpo en un laberinto de sábanas en tal mar estremecido de revelaciones de un espejo fugaz mirándote a las manos tras una señal

nada

paradoja

sarcasmo

 

 

desde el otro lado leías mis poemas sentándote en mi mano

y sé que no fueron visiones

basta de armarios

perdóname por romper vuestra cama

me encajé dentro de ti buscando libertad de mar adentro en mis viajes a ninguna parte y no comprendí la sonrisa que me encadenaba en cada despedida con la imagen congelada de mis ojos en ti

los borraba a todos y volvían a salir

 

quien puso arrojo dispuso pudores

calvario

invivir

 

no pude bajar la fiebre ni saciar mi hambre y aunque aquello no pudiera ser me maté pensando en nosotros fusionando amaneceres desnudos sin juramentos de piernas atadas y  dedos clavados en la arena

playas improbables de amargura

y tu cara en mi espacio exterior

firmamento innato

pavura

 

 lo intenté pero no pude volver a verte cuando las olas rompían en la piel de mi corazón faquir dibujando tu nombre con un alambre de espuma

                                                                                                                    sono come tu mi vuoi decían los gatos famélicos buscando tierra firme

 

bravura

ménage à trois

somos

sois

 

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raíz que pierde la memoria

recorrido

escanciando agua que calma

apaciguando a las deidades

encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas

y sed que habita en un pantano antiguo

y aroma de hojas muertas

(Raquel Ruiz)

nos acostumbramos en errante continuo de discretas que confirmaban locura como si el palidecer de mejillas fuera enfurecido una huida hacia delante de abrazos a través de la pared en aquel antes sin después moldeando una edición limitada

tonterías

parecía que todo sucediera en el suelo de la suerte que había llovido a merced de lo nuestro cuando un rayo me retuvo en aquel nada a cambio de nada

en aquel partir

un vagón sin próxima parada por devoramos en los reflejos de las distancias de futuro agotado deslizándose por la grieta de la nevada de mi resignación desapariciente en un puerto de montaña soberana alojado en el vacío

perdóname por romper vuestra cama

suyo

tuyo

mío

 

 

yo no era yo aunque lo pareciera pero tú sí eras tú aunque probablemente no lo fueras qué sé yo

debo negarlo

porque echar con cajas destempladas al amor es gris y es mármol en lechos de amnesia de una canción que llora por nosotros en el pedestal y no nos permite bailar apretados

no digas lo que pudo ser

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vuelvo

ha empezado a llover sobre nuestra cama de azúcar

desnúdate

matemos al sueño de amor

he de clavar el cuchillo en la tierra y hacerme cargo de tu cuerpo y del temblor de tus gemidos como si alguna vez yo te hubiera amado

y cuando acaba

empieza

espora

soy un loco luchando en abstracto y en aproximado por distinguir entre soñando contigo y contigo soñando

baja

 

                                                         más ahora

                 sí

                 no seas impaciente

 

olvidarte como al viento como si todo lo que yo ya pudiera hacer fuera entregarme sin antes perdonarte por tus manos escondidas y tu esquinazo contra voluntad en la fragilidad de tu aliento con los bailes de tus gestos

mi torpeza

coqueteando

y ahora que estoy entre tus manos pretender acabar con lo que nunca ha empezado no

no

no le pongo la mortaja a nuestro amor

 

mientras tanto

si te hace sentir mejor

sigue cavando

 

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz, raíz que pierde la memoria… encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas… qué mejores palabras podría elegir: loco de amor por ver nuestro libro de poemas… cada día más uno somos en este universo inesperado… Muy agradecido.