Etiqueta: Utopía

Sefirot

Sefirot

Me escondo en la superación como un corredor de fondo que atraviesa la vida sin mirar a los lados, con el suelo diciendo no eres tú, soy yo.

No me encuentro en la franqueza de los besos, en las expresiones de todas las noches del mundo.

Será la luz en la locura de este lento para fagot que enreda cuerdas en la oscuridad de efecto inverso, será…

El dedo en el mapa de un pecho, y el pulso, que impide la veda de corazón redondo en la curva de la luna, marcando el paso como si no supiera hacer otra cosa.

Me llevas en la mano que recibe pero no da, me repito queriendo llegar adónde, sin ti. Y confundido en la geometría del universo me hago humo y trasciendo.

Hoy el miedo que pintó de negro el sefirot que divide nuestras calles es el aullido, un lecho de flores caídas sin polinizar, y un quebrantahuesos, y una hiena, alrededor de los errores todavía palpitando, fingiendo no decir adiós.

Soy el rumor de un bosque de imágenes de hombres con soledad y vacío, una laguna de palabras perdidas, un barco de agua, un punto negro en el firmamento, un robot que llora, una almohada mintiendo.

 

Ocol

OJO QUE PIENSA

Antropofobia

Antropofobia

Vuestro enlace de boca de polvo, forajidos disfrazados de monaguillo que me buscan en los pasillos de los picos que muerden después del convite y el beneficio, es un mapa de cuestas que confluye en la ausencia, ésa que al final a nadie importa, desmoronándose en fondos profundos como carne que gotea por los filos del cinturón sobre un lago de añicos, olvidando la alta fidelidad de los sonidos que arrojáis en orejas fronterizas y su repercusión en la cueva que todo lo repite. En qué estaría yo pensando cuando hablábamos mirándonos como si fuera posible algo tan efímero. Nunca deberíamos abandonar a la ciencia, dijo el agua al aceite.

Y aquel cuaderno de matices agudos y repasos del viento en las perspectivas de un cambio que parece la vida entera se deshace en mis manos, como el polvo tras la ráfaga que levanta tu capa, y la tuya… Qué marqueses, qué emperatrices. Abrazos nobles, linajudos y dignos. Caramelos y papillas, lujo en los detalles, cipreses de jalea, compota de papa caliente, cien calles que no salen en el google, gollerías de máscara de palo benigno, astillas y mugre. Y una nana, una que no puedo soportar ya más. Cállate de una vez.

DÁMELAS

No puedo ordenar palabras, no soy capaz de asumir el orden que podría haberles dado si pudiera caminar sin romperme, sin volverme loco. Es obvio que tiento alameda como si fuera pasado, y sé que parezco pedazos, pero cruzo la ciudad en silencio mirando por las ventanas, esperando a que esto ceda. Creéis que soy un alma en pena que no sabe de hoy, ni de mañana, y que se desvanece en la penumbra, pero soy un derribo que enumeró las piezas y guardó los planos sin que nadie se diera cuenta.

OJO QUE PIENSA

Y puede que todo lo ocurrido sea una intriga, una estratagema, que nadie sabe explicar. Puede que el cenagal de espanto en el cenicero haciendo equilibrios en mi dedo gordo sea un truco que no dice nada o quizás sea una paliza de esas que luego se olvida, o una estela, o un fiordo. Quizás sea un licor envenenado que me forjará, o un carroñero que arrima membrana para facilitar desaparición de esquema, uno que yo hilvané cuando hilos y agujas ataban cabos. Por ahora no soy capaz de correr por el suelo, y la noche palidece ceja, asceta. Y sí, la distancia hace estragos, pero no te duermas que voy… ¿No lo sabías? Se ha abierto la veda.

La maleta de piedra caliza a los pies de la cama, deshaciéndose, es para ti. Y las cadenas, y las cuerdas de marionetas viejas, puedes cogerlas. Muy bien. Estos son indicios de barro en el temporal en la espera que no siente ni padece. Los viajes fueron en vano, los mapas, los cuadernos, los lavabos. Y, mientras tanto, tú, y tú, y tú, y tú también, seguís siendo lo que hacéis, es lo único que os queda.

OCOL

El Cautivo

El Cautivo

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta, de la mesa de sacrificios nace una parra ya madura, y, mientras suben por las ramas que van al cielo, los que tiemblan de miedo, me dejo apalear por los mejores hombres del régimen de las cien calorías que regalan la cura de la cerveza, del diazepam y las flores de plástico de dos colores. Y a mí, que estoy como una cabra, sin apenas tocarme la bragueta, con los roces y los porrazos, se me pone dura.

Tú di que sí, que el plan es fantástico.

A mí la certeza, y la postura, de Aznar en las Azores.

Y como el credo esclarece la dicha a través del sufrimiento, si no quieres sopa, tomarás dos cazos. Y con los codos derramando palabras de vientos de entretela, me preparo para la racha, para los honores y el tictac. Luego llegan los saciados y dicen que no hay chicha, que no hay teta para todos en el bosque de árboles sin ramas. Y, aun así, viento en popa a toda vela. Vaya faena…

Veo a Abraham con un hacha en llamas, y, calcinado Isaac, los ojos puestos en el borrego, porque nunca es suficiente.

Risas de hiena.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta no dejo de fumar jeroglíficos de sangres del Canaán. Veo la vida y los recuerdos que mueren debajo de un puente, pero no me hago preguntas cuando levanto los pies de suelo y asciendo con el aura encendida.

El fenómeno adverso cede los cimientos, tiembla la caverna, y ni pestañeo ante la animadversión desmedida que dibuja despedidas y una cruz en mi frente. Y pienso… de nada sirve rogar al cazador que no mate al oso que inverna.

Porrazos de colegio, mala influenza, estorbo. Y frases tal que amarás a tu prójimo como a ti mismo rugen con formas de fe. Y, con el resentimiento global, me pregunto dónde está el todopoderoso cuando se pierden los mapas y la brújula se dispersa hecha pedazos. Y, mientras cae otra bomba, el silencio se prolonga.

O todo el mundo está loco, o Dios es sordo. O calla, con esdrújula vergüenza.

Sacrilegio, salto mortal.

Rictus de justicia, copas rotas.

Se elonga, se rompió.

No hay meta cuando de nuestro reloj cae el último grano de arena, pero saltan las alarmas cuando ya reina la calma y, con los murmullos de las devotas que no se han enterado de nada, se monta la marimorena. Y eso que la más lista hace lazos a la cuerda en la reunión del karma y la cebolleta. Y así, como el que no quiere la cosa, campana y se acabó.

Cambio de rumbo.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta las mentiras son axiomas, la exactitud imprecisión, y, aunque el rio suene, el salmón no atiende a normas y la contracorriente coge forma de lengua de sierra. Donde arriba es abajo, el gato y el ratón son testigos.

Se desatan nudos, y, según convenga, al calor del amor, en la boca ancha del embudo, en un bar, en el centro de la tierra, en el carajo, se confirman contradicciones, enredo. Y con el alud, insultos en otro idioma, señalando todo el rato con el dedo en una guerra sin cuartel entre dos amigos.

La ofensiva es la tempestad de la que hablaba la rabieta, la que jura, desde el barco de papel, haber tomado tierra en la isla de San Borondón. Y aquí se desteta la leyenda, y yo, con los ojos mirando el horizonte, me digo que no hay bien que por mal no venga.

Adiós con el corazón, que con el alma no puedo.

OCOL