Etiqueta: laberinto de Ulazak

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

Dieciocho de julio de 2016, 3:50. Quien puso arrojo, dispuso pudores.

 

diana

 

me sumergí en su fluido como un elefante de ceniza

cazador sigiloso

casi anónimo

vencido de vida

ayer

hoy

mañana

 

 

 eras un cisne que aprendía a nadar y que al agitar las alas era baliza de fuego blanco

 

 

a quién quise engañar escondiéndome detrás de los contrastes de sombras de foso

dije

cuatro veces seguidas

 

te asalté delante de todos como si fuera un ladrón manco con la cara al descubierto que ardía en un infinito nublo e inmovilizado en delirios por la saliva de tu boca con un ansia de la que casi no me pude controlar a pesar del delito y el martirio de lo improbable en nuestro cortejo

todos dicen que dormías sobre la dulcera flotante

pero yo sé que ibas temblando

 

palabras mayores

crisálidas

hiperónimo

 

 

los dos sabemos que tú eras

yo estaba tan sólo en un hombre impreciso

en varios a la vez

impostores

galerna

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me mata la cobardía de aquellos cigarros de nudos y frases pálidas de mi reflejo en la piel de tu dorso

me mata la cobardía y el entusiasmo de la apariencia

te excuso de tu olor a incendio en la frecuencia en tu caverna y la autoridad ante mi efusión tumbándome sobre la partitura como si fuera el tabarro de Giacomo Puccini yaciendo mi nuez entre ruegos al filo de la espada por un ensueño de amor de contrabando

rodeados ya de ciencia

 

 

la resonancia de mi mano palpitaba como una gacela rendida en una trampa de astillas de arrebatos de poeta mirando hacia arriba

beodez en una jaula de espejismos y consecuencias de flechazo y eco de silencios cuando el tiempo enlazó el error y el aplomo insostenible de nuestro beso vagabundo

sé que el miedo nos ganó la partida

y perdiendo hay veces que se gana

congoja

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hoy

tonteé con la idea de anudarme a ti de oler tus labios de aferrarme a tus jadeos de saber tu cuerpo con las manos de asimilarte por dentro e incluso de consentir la derrota vigilando tu almohada desde afuera tirado en el mundo esperando a ver tu cara en cada orgasmo

es por mí por quién estabas suspirando

y por la luna llena

luego tu cuerpo en un laberinto de sábanas en tal mar estremecido de revelaciones de un espejo fugaz mirándote a las manos tras una señal

nada

paradoja

sarcasmo

 

 

desde el otro lado leías mis poemas sentándote en mi mano

y sé que no fueron visiones

basta de armarios

perdóname por romper vuestra cama

me encajé dentro de ti buscando libertad de mar adentro en mis viajes a ninguna parte y no comprendí la sonrisa que me encadenaba en cada despedida con la imagen congelada de mis ojos en ti

los borraba a todos y volvían a salir

 

quien puso arrojo dispuso pudores

calvario

invivir

 

no pude bajar la fiebre ni saciar mi hambre y aunque aquello no pudiera ser me maté pensando en nosotros fusionando amaneceres desnudos sin juramentos de piernas atadas y  dedos clavados en la arena

playas improbables de amargura

y tu cara en mi espacio exterior

firmamento innato

pavura

 

 lo intenté pero no pude volver a verte cuando las olas rompían en la piel de mi corazón faquir dibujando tu nombre con un alambre de espuma

                                                                                                                    sono come tu mi vuoi decían los gatos famélicos buscando tierra firme

 

bravura

ménage à trois

somos

sois

 

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raíz que pierde la memoria

recorrido

escanciando agua que calma

apaciguando a las deidades

encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas

y sed que habita en un pantano antiguo

y aroma de hojas muertas

(Raquel Ruiz)

nos acostumbramos en errante continuo de discretas que confirmaban locura como si el palidecer de mejillas fuera enfurecido una huida hacia delante de abrazos a través de la pared en aquel antes sin después moldeando una edición limitada

tonterías

parecía que todo sucediera en el suelo de la suerte que había llovido a merced de lo nuestro cuando un rayo me retuvo en aquel nada a cambio de nada

en aquel partir

un vagón sin próxima parada por devoramos en los reflejos de las distancias de futuro agotado deslizándose por la grieta de la nevada de mi resignación desapariciente en un puerto de montaña soberana alojado en el vacío

perdóname por romper vuestra cama

suyo

tuyo

mío

 

 

yo no era yo aunque lo pareciera pero tú sí eras tú aunque probablemente no lo fueras qué sé yo

debo negarlo

porque echar con cajas destempladas al amor es gris y es mármol en lechos de amnesia de una canción que llora por nosotros en el pedestal y no nos permite bailar apretados

no digas lo que pudo ser

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vuelvo

ha empezado a llover sobre nuestra cama de azúcar

desnúdate

matemos al sueño de amor

he de clavar el cuchillo en la tierra y hacerme cargo de tu cuerpo y del temblor de tus gemidos como si alguna vez yo te hubiera amado

y cuando acaba

empieza

espora

soy un loco luchando en abstracto y en aproximado por distinguir entre soñando contigo y contigo soñando

baja

 

                                                         más ahora

                 sí

                 no seas impaciente

 

olvidarte como al viento como si todo lo que yo ya pudiera hacer fuera entregarme sin antes perdonarte por tus manos escondidas y tu esquinazo contra voluntad en la fragilidad de tu aliento con los bailes de tus gestos

mi torpeza

coqueteando

y ahora que estoy entre tus manos pretender acabar con lo que nunca ha empezado no

no

no le pongo la mortaja a nuestro amor

 

mientras tanto

si te hace sentir mejor

sigue cavando

 

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz, raíz que pierde la memoria… encontrando en la abstracción la materia inservible en noches perdidas y hambrientas… qué mejores palabras podría elegir: loco de amor por ver nuestro libro de poemas… cada día más uno somos en este universo inesperado… Muy agradecido.

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ostaviti glavu

 

 

vale ya rayo obstinado

 

yo soy nuevo en esto de la felonía

yo llego

y  me adentro en la tempestad

yo vengo

aunque te cueste creerme

verdad

 

al grano

me mata tu astenia consentida

convengo antes de saltar al vacío

 

me devora la pantera sobre el nenúfar de único rugido que está atravesándolo todo

circunspecta

mi sacrificio es en vano

caída

 

 y tus doctrinas de humo socorriendo a la niebla del futuro inmediato en la popa hundida

es una línea recta que se hace curva

es un garfio

una mano

otra curva

 

 

rematar no está penado

tranquilo

 

besos de arena para la hoguera de este camino de niebla mortal

calibrado por el báculo de las palabras en el vendaval de adentro

con la punta clavada en el suelo

sobre una cabeza

sigilo

 

y las pompas que se lleva el motín de las razones en el desván submarino de pactos de barro

explotan al nacer

 

y otra cría muerta

eliminada por su madre

hecha pedazos

víctima

cuilo

miserable

 

 

y los frenos de tu cautela que me están volando los besos

a qué cojones estás jugando

rotundo

 

vale ya rayo obstinado

vale ya

rayo obstinado

 

vale ya con la certeza sombría y el cúmulo de triza

y

palabras de amor ampolladas

 y

nuestra copa sin marcas de saliva

y

tus labios sin lanzadera

 se está desfigurando eso que era

vale ya rayo obstinado

ya

 

hoy que solo quedan profesores con vocación de espaldas

y que la tiza que se desliza deletreando Platón en los días en los que quisiera no es poder

se hace pájaro y pía

y como si nada

una viola

un violón

es

era

 

los acercamientos son porfías pautadas

bolsas picadas

vacías

limonada sin azúcar

 agua

 limón

 

y se traza con audacia en los silencios

tú y yo

tú soy yo

yo eres tú

pulsión de condena

tú y yo se extiende por el suelo de mi pecho como un árbol del revés

 

y luego mojarte los muslos

y los roces de mi barrena

gruñido

el peso de mi pecho tu espalda

 

en el menú desnudos rabiosos

 cortes de sable

adentro

acecho

ojos azules

 grises

me conformo con el cariño

 obediente

vale ya rayo obstinado

lombrices

 baúles

despecho

 

sudor mendigo en el jugo de tus besos incurables

insisto

hazlo ya

dime que sí me esperas allí

en sitio ninguno

no me has olvidado

tálamo de amnesia

llaves sin puente

sin candado

profundo inmutable

 

no me vayas

 yo adopto corduras para mi muerte en tu ombligo

lealtad que da miedo

un segundo

sigo

 

nubada de arredras sobre el tejado mientras llueve sobre tu silueta de polvo sostenida por la oscuridad

tan sólo llueve

tranquilo

es sólo el fin del mundo

 

OCOL

 

 

 

 

Cuatro de julio de 2016, 5:35. Sentirme observado me excitaba.

Cuatro de julio de 2016, 5:35. Sentirme observado me excitaba.

En mi casa en Madrid vivía un espíritu que siempre estaba a punto de cruzar la línea y manifestarse, se distorsionaba la imagen en las esquinas, en los zócalos y frisos, en los enrejados, en las celosías. Allí, en los lugares que no se cansaban, había algo más. Era un espíritu que dibujaba cuervos en las paredes y que tarareaba una canción… El espectro salía cada noche y se paraba a mirarme. Notaba su presencia en muchos momentos y a él no era capaz de esconderle mi miedo.

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Al principio ni me atrevía a buscarlo en la negrura. Por las noches sabía que estaba ahí y alguna vez me di la vuelta, cansado de esperar. Me dejaba observar con tensión en el estómago, sobre todo al desnudarme, antes de meterme en la cama. Me gustaba desnudarme en plena oscuridad, lo hacía desde que era un niño, despacio, acariciando mi cuerpo. Me costaba dormir y, algunas noches, las que estaba más inquieto y alejado del sueño, me masturbaba sobre las sábanas pensando en alguna mujer bonita tocándose entre las piernas. Sentirme observado me excitaba y era, en esos momentos, un aumento al deseo que surge tras la tiesura y la lubricidad. Siempre me corría de rodillas, con los muslos separados y la espalda erguida apoyada en la pared.

Hay una primera vez para todo y, un día, el día de la fiesta de navidad que no era santo de mi devoción, lo vi. El día en el que admitía que estaba hecho un lío en aquella terraza en el Polo, el día que estuve a punto de besarte mientras el resto se hacía una foto, aquel día, el mismo que, cuando llegué a casa, al girar la llave resurgí de entre mis pensamientos por el estruendo metálico y supe que lo encontraría. Supe que otra puerta se había abierto. Empujé la cancela con la espalda, seguí el camino hasta la casa. Y, ya dentro, al sacarme los zapatos, justo antes de girarme para echar los pestillos y girar la cerradura, el frío me subió por las piernas, escalando por debajo de los pantalones, eran hormigas de escarcha, luego aljófares que se derritieron en dirección contraria como si fueran lágrimas no vertidas. Se me helaron las córneas y un susurro se metió por mis oídos. Lovers are strangers… El aire era inexplicablemente húmedo, un polvillo azulado se elevaba del suelo. Uno de los cuervos salió de la pared y se estribó en el brazo de una butaca. Y, mi cuerpo, enmascarado en aquella luz exigua parecía ser parte de la imagen fantasmal. La música…, la endecha que confesó por nosotros en los últimos años que precedieron al fin del mundo, como si fuera un réquiem cargado de hermosura y de contradicciones e interrogatorios furtivos en una conversación interior, una curiosidad torpe que parecía siempre atajar la angustia y la espera con mensajes secundarios, versiones de recambio que nos enredaron en meses de impotencia y de iconografías supeditadas a la ilusión y la paciencia que se hace herida, que se hace costra.

 

…Lovers are strangers

There’s nothing to discuss.

Hearts will be faithful

While the truth is told to someone else…

(Chinawoman)

 

Era un hombre joven de un metro setenta con el pelo rizado y grandes ojeras, un hombre joven, cansado. Estaba al final de pasillo, con una mano apoyada en el quicio de la puerta. Tenía el pecho cubierto de tatuajes. Por primera vez nos miramos frente a frente. Empezó a acercarse a mí, lánguido, pesadamente. Era un hombre joven, delgado, atractivo, de unos treinta años. Iba envuelto de una expresión linajuda que se fue volviendo sombría a medida que se acercaba a mí. Estuve dos minutos sin respirar, me bombeaban las manos, las sienes. Cuando lo tuve ante mí cerró los ojos y abrió la boca y, entonces, desapareció sobre mí. Estuve temblando, sentado en el suelo, hasta que se hizo de día. Aquel fue el día que dejé de ser quien era. El cambio fue drástico. Y afectó enormemente en mis sentimientos por ti, Triana, por todos. Perdí la venda.

 

mantengo funambulista marañas de enredos en una selva coagulada

puede que vuelva

puede que crezca de nuevo en el equilibrio

y alojarme en los nidos desiertos

puede que vuelva a ser araña en un lirio

(Raquel Ruiz)

 

Las casas, al igual que nosotros, se dejan influir por las personas que limitan, que se acercan, y las energías que fluyen de los cuerpos estrechan distancias, hacen caer la balanza en un hechizo de antifaz. El derramamiento de lo cotidiano es de un ejercicio bestial que hay que atender en tiempo real, el recuerdo no es capaz de contener y hacer figura. Nosotros sólo inmortalizamos impactos y hacemos por magnificar lo se nos escapa del ego y la confianza en nosotros mismos, y en los detalles hay mapas que dan razones a la bitácora. Las casas retienen, sacan conclusiones. Los recortes están ahí, en el sofá, en los espejos. Las casas lo ven todo y consiguen una imagen completa. Qué no oyen las paredes, qué no reconoce el agua que camina nuestra piel, nuestra caverna. Qué, qué no se sabe cuando con la mirada no se ha de traicionar a alguien dando lo justo, alevoso. El propósito mata al Mamut. El engaño de los ojos es peor que el de las palabras y los gestos. Y aquello que se extiende, interviniéndolo todo, acaba dando forma a lo que en ella se esconde, cuándo. Cuando dormimos se abren puertas, dejando pasar inmanencias que irán fraguando de carácter las estancias y la energía que nos rodea. Seguro que a ti también te están observando. Siembra y recoge. Prepárate. Es la mesmedad que nos sostiene de un lado u otro en la oscuridad que nos sobrecoge, son las contraseñas y los secretos atingentes que nos avisan rozándonos el brazo, al comprendernos en una Déjà vu, atrapándonos entre sueños, en el huero intermedio.

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Cuando el río suena…

Desde aquel día, regresé a casa con ansias de volver a verlo. Sumido en intranquilidades, anclado a un más allá que estaba llevándome con él, y el temor a no perderle el miedo me encogía las tripas, asediado por los reflejos de mi mente a no acostumbrarme a la impresión y a calmar en consciencia y geografía trascendental lo que brotaba de mis pensamientos. El silencio era un concierto de Benjamin Britten .Meta-acústicas, mecánica ritual. Pero no, no volvió a ocurrir. Se quedó en mi interior, callado.

Todas las noches, antes de que fueses mía, creí convivir con él. No sabía qué estaba esperando. Le llamaba Darko, que significa quien tiene un don, y lo imaginaba como si fuese un conejo enorme, levantado en sus dos patas traseras.

A los fantasmas que anidan en nuestro interior hay que buscarlos, hay que ponerles atención, investigar en los espejos, en los sonidos que definen la noche en una elipsis entrelazada. Los fantasmas no hablan. Y si no eres capaz de saber es porque no estás preparado.

En mi casa en Madrid no encontré la calma, el fluido de pensamientos y la idea fija de hacerte mía me llevó al borde de la locura en una habitación llena de cuervos. No sé cómo has podido sentirte dueña de mi gratitud. Y es verdad que traté de matarte en aquel callejón, pero no fui yo, fue Darko. Filantropía fantasmal. Leía por las noches Endymion, Hyperion, Oda a la melancolía, y Elegías de Duino, Sonetos a Orfeo, Los apuntes de Malte Laurids Brigge, intercalando estrellas, tratando de cerciorarme en sus comisiones contrapuestas. Y Drácula, de Bram Stoker, y La guarida del Gusano Blanco. Y a H. P. Lovecraft. Y camuflé el mundo en poesía y horror.

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Miraba a mis compañeros de trabajo, en silencio, y los categorizaba: lírica, muerte; erótica, podredumbre. Porque la esencia se halla en los extremos. Me excluía en una inconsciencia de romántico perdido. Y cuando te tenía ante mí, lo echaba a suertes. Darko surgía y marcaba el paso en un todo o nada. Y tú jugando al escondite. Y como no pude matarte, te amé como nunca lo había hecho, tanto que el mundo estaba hecho de ti, calles, ciudades hechas de hielo fino, y un aroma leve pero persistente a la escalinata de tu ombligo, al convite de tus labios, de tus pechos.

Y aunque deba admitir que sabía que terminaría perdiéndote, y que tu muerte sería estar sin mí, para siempre. Y quise cumplir con mi parte. Es empírica pura. Me incorporé en Baladas líricas, y La narración de Arthur Gordon Pym, para seguir contrastando. Para buscarme en los extremos. Y créeme que lo hice.

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, que se hace pira inmortal con los resquicios de la huida de pies atados y manos inmóviles, haciéndose grande por dentro y brotando tal que la vida con sonrisas y una coherencia sostenida que da luz a la noche que nos cierne. Y Manolo Mesa (ilustraciones y fotografías), que, con la magia de sus manos, y sus ojos, y su lucha por la libertad, me trajo a Antártida, el cuervo. Manolo recorre el mundo haciendo las ciudades galerías de arte. Muy agradecido a los dos por ofrecerme la gran oportunidad de ilustrar mis desvanes imaginarios.

Veinte de junio de 2016, 2:10. A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge.

Veinte de junio de 2016, 2:10. A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge.

Antes de que se acabara el mundo, durante años, tres lustros por lo menos, he trabajado para la Universidad de Cambridge como investigador literario y miembro del consejo de relaciones internacionales con España, Centro y Sudamérica. Y en ocasiones con Portugal y Turquía. Hice culto a sus laberintos, a sus encantos y esplendores como buscando respuestas a cuestiones que todavía no había conseguido definir. Me dejé seducir por sus intrincadas fórmulas de incognito arcano, de secretos y enigmas que parecían encontrarse El Lugar oculto para el gentío del siglo veintiuno que se vendió a la mediocridad de los estados mínimos.

La adivinanza insondable y sibilina de la ciudad, recóndita, de anfibología clandestina y simétrica, de charada furtiva y hermética misteriosa, experta, y distinguida que se extendía tenebrosa y elegante, egregia, excelsa con una imponencia impresionante, y una extraordinaria personalidad que me ataba los machos en una búsqueda confusa y embaucadora, era extraterrestre. Y el carácter aristocrático y talante respetuoso, fraterno, me causaba una desconfianza que seducía al paisaje y que, imprudente, me atraía sin descanso.

Siempre pude moverme con exquisita autonomía, y era convocado tres veces por semana a las reuniones del alto consejo en la Biblioteca de la Universidad. Dispuse de tiempo, algo que no sabemos apreciar hasta que se pierde gran parte de él en un camino sinuoso que se puede convertir la existencia. Profesé una apasionada atracción por las sociedades secretas, los Apóstoles de Cambridge o la Chitchat Society, y anduve a la busca de respuestas a la masonería en sus incomunicados, y sus relaciones con Darwin. El asentamiento romano en Castle Hill o los fantasmas del Corpus Christi College, y por los Platónicos, y por lugares como la Round Church o el hospital militar que alberga enigmas y profundos cubiertos de amianto y que pondrían los pelos de punta a cualquiera.

No faltaban extremos que pudieran conjurar a los dioses de la rigidez, la severidad, y el reptar de las serpientes del desprecio y el complejo de superioridad supeditado a pináculos y cúspides y sus brotes de intolerancia al extranjero anónimo en puro apogeo detrás de un anteojo y bajo un sombrero límpido, adonde las sombras se hacían de carne y hueso. Jekyll y Hyde, te suena… Autoridad, riqueza. Yo no dejaba de ser hispano, moro, gitano. Connivencias del hombre. Y los expulsados de la clase media, los que nunca salen en las remembranzas prefabricadas de documental, supusieron sal para mi pepino. Cambridge ha relucido a través de su oscuridad y ha sido eclipse atajando su luz siempre. Su belleza excesiva lastraba sus calles, su esmero la dotaba de unidad, su verdor, la floresta sagrada, su intangible virtuoso y la maldición de la ciudad perfecta de eternidad indiscutible, civilizada y decadente.

Ludwig Wittgenstein, M. R. James, Max Planck, Arthur Hallam, Bertrand Russell, E. M. Forster, Francis Bacon, Lord Byron, Srinivāsa Aiyangār Rāmānujan o Erasmo de Róterdam fueron jeroglíficos y esparcimiento de una propiedad pura e innovadora. Yo refocilaba en recreos de un calibre que me fueron incluyendo sin que yo me diese cuenta. Un día era parte de ella, de la ciudad, a pesar de no ostentar título, ni una posición clara en prácticamente nada. Los personajes de mi historia se elevaban en expectativas que dieron significado a periodos que parecían fruto de mi imaginación. Y cada día buscaba el jardín secreto, sin descanso, sin aliento.

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He de admitir que la ciudad me desnudó de algo, y me soltaba, desamparado, en un proceso de cicatrización que nunca llegó a concluir en verdad, una especie de pasión de sangres invisibles, de discípulos confusos por sus sentimientos desordenados y los traidores, y sádicos, que nunca faltan en ninguna historia. Incluso hoy que estoy solo en el mundo, les tengo un hueco guardado. Y a pesar de Triana, y Alejandro. Luego ya, el día a día de la madurez fatal que se hace protesta indefinida y silenciosa, luego ya el calendario chico, el reloj que corre como las candelas, la monotonía de manual que nos han prometido, cumple, cumple sin miramientos, las manos ibéricas de las estancias prefabricadas del sur, adonde el sin dios parece un privilegio y adonde la jerarquía que mueve los hilos no sabe multiplicar sin calculadora, adonde se prefiere a la pobreza esclavizada en la hacienda del gigante con panza que hasta de cadáveres se alimenta, dejando desierto el futuro imperfecto que descubre la magia: leyéremos las bibliotecas, no vaya a ser que confundamos el ayuntamiento con la Bastilla. Al pueblo ciego: atontamiento. El Al-Ándalus de revolución, no, nunca, rebelión, como mucho.

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Regresar a España me trincó los espacios de esparcimiento, me sisó las horas que antes había dedicado a la expansión y me encerró en una oficina todas las horas que exigían las reformas laborales que hace de la casa una cama en un tercer grado sine die. Autorresponsabilidad, chaval. Quizás tenga mucho que ver con mi forma de olvidar. Yo siempre quise ir a la Alpujarra y derramarme en ríos y nieves, en paisajes inhabitados. Mi otro extremo no era el aburrimiento en boga, sí la simplicidad contrapuesta a Cambridge, pero no el juego en paralelo, la insistencia, la redundancia, lo invariable, y el pillaje, la rapacería encubierta de las aulas, el timo, el chantaje de un tropel de representantes del pueblo, y el peso de los banqueros y los oradores corrompidos en los entramados del pensamiento, en los fondos de una casta machista que apesta.

Ahora todo se ha terminado. Las calles de Cambridge estarán deshabitadas, limpias, florecidas, intactas, y vacías. Y ante mí tengo fenecida a Andalucía, devorada por el mar Mediterráneo.

 

orgasmo faquir

tan sólo un paseo

apenas un viaje

un parpadeo

un vuelo raso de peajes sin decidir

(Raquel Ruiz)

 

Y cada día buscaba el jardín secreto, sin descanso, sin aliento.

A Clare la conocí una tarde lluviosa, sentada en el Eagle, un pub en Benet Street en el casco antiguo de Cambridge. Clare, y su tez inmaculada, sus manos hinchadas, lejana, escribía en una libreta manoseada con furia, hablaba sola, en un tono que me atrajo al momento. Tendría entre cuarenta y tres y cuarenta y ocho años, la tetas caídas y estaba cubierta de pecas, con los labios envenenados, y dulces. Tosía de forma nerviosa de vez en cuando y tapaba, y luego destapaba, unos muslos rollizos, abandonados, como parte de una manía extraña. No pude quitarle un ojo de encima. Cuando se dio cuenta de que estaba allí, parado, mirándola, se comportó de un modo irritante quizás pensando en que yo estaba juzgándola y enredando en un estado de contemplación indiscreto, o quizás mi sonrisa intrigada le resulto un ataque. Una hora después estábamos charlando sobre poetas románticos, una de mis conversaciones preferidas a la hora de mostrar mis encantos y engatusar. La persuasión del conocimiento es capaz de todo si las cautivas en la soledad ruin se han bebido los libros, suelen ser. Las menos bonitas, según los cánones comerciales, aman el arte y la las letras, y se visten de una retórica paciencia, de una resignación culta y poco lógica.

Recorrimos la ribera del río Cam, y hubo un momento en el que sintió miedo, puede que pensara que la iba a matar cuando ya nadie nos protegía con su presencia, o algo peor, sus ojos cambiaron por completo y se enfrascó en una lucha en la que dominó el deseo. Y fue en ese momento en el que me acerqué a ella, y me pegué a su cuerpo. No la besé. Quieta, le susurraba al oído. Ella respiraba como una animal atrapado entre el miedo y un deseo incomprendido y autoritario. Quieta. Su cuerpo ardía, palpitaba, y sus manos trataban de ponerse sobre mí, sin saber elegir el lugar adecuado, dudosas. Me apreté a su cuerpo, sintiendo su vacío. La escasez era palpable. Pegué su espalda a la pared, y olí su cuello como si fuera a chuparle la sangre. Ella palpitaba. Quieta. No la besé. Bajé mis manos por su costado, y apreté mi cintura a su sexo. Ella abrió ligeramente sus muslos macizos, puse mi rodilla entre ellos, debajo de su sonrisa vertical. Luego gimió. No la miré a los ojos. La embestí dos o tres veces, y a pesar de los pantalones vaqueros, mi verga. Gimió, besándome el cuello, yo la dejé. En el momento en el que mis manos llegaron entre sus piernas, haciendo que se separaran al instante, se mojaron mis dedos. Ya empecé a respirar fuerte yo también cuando amasaba su vulva carnosa y resbaladiza. Quieta. Y cuando llegó al orgasmo yo ya me había corrido, cuando echó la cabeza para atrás y empezó a trepidar, saqué mis dedos del molde y la miré. Abrió los ojos, me miró con la boca abierta, y luego llevó su mano izquierda a terminar la faena. Gimió, reparando. Las que se saben guapas están atentas de otras cosas, y ella gritó, sin avergonzarse, gritó sí, sí. Luego yo salí corriendo perdiéndome entre los árboles…

Nunca volvimos a vernos.

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz, quién sabe si es o está, o las dos cosas, en el sueño que da candores de gato y tesauro de convicción absoluta a mi laberinto. Y Manuel Antonio Domínguez Gómez (ilustraciones y fotografía) con el seno de la cúspide abierto en seis pedazos anegados de fisiones que transmutan lo intangible, con las puntas rozando estrellas que prometen infinito. Cien gracias por vuestra generosidad y grandeza al dejarme decorar con tanta belleza mis paisajes sonoros y sentimentales. Soy un niño que quiere saber…

http://www.manuelantoniodominguez.com/

 

Seis de junio de 2016, 2:54.

Seis de junio de 2016, 2:54.

Subí por las escaleras con una extraña sensación de pérdida, una pérdida que conocía en las rutas paralelas, en las líneas que recorren los contornos de una razón descalabrada en el intento, en el esplendor de conciencia y la simple maniobra de seguir hacia adelante, sin dar un paso, y que se lucía impensada en la conspiración de una calma total que no pasaba inadvertida. Subí las escaleras con una extraña sensación… una que perduró en el tiempo y que brotó como un renuevo verde esmeralda que aparta la arena y se despereza en la inconsciencia que concede la belleza más auténtica, la que sólo sabe sin saber que sabe y se deja llevar como lo hace el deseo que está hecho de viento y de ingenuidad. Subí por las escaleras y me introduje en las calles de la Biblioteca Airanigami. Inducido por su seguridad y su clarividencia.

Pude haber escogido Cumbres Borrascosas, por el paladar frío e incontinente, siempre me dije que esos Amores son los más auténticos. O El joven Werther, qué se yo. Y de qué pueden servir los motivos, o los alrededores, que nos intrigan los bajos fondos, lo que marca es el hierro candente. A lo mejor La mujer Justa, podría haber sido, sí, Amores secretos que consumen, o por ende una edición extraordinaria del Conde de Montecristo, pero no. Y todos esconden pasiones cruzadas y el romanticismo necesario para afrontar la forma de Amar más elemental, pero soy un necio y un mortecino. Elegí a Blake, a William Blake, y sus cantos a la inocencia, y él lo ocupó todo, él y las consecuencias de su brutal irreflexión contagiosa. No puedes reconocerte en todos los espejos, ni hallarte en lo cotidiano. Existe un tejido implícito en nuestras circunstancias que articula, que arraiga, que consolida la energía que provocan nuestros actos. La felicidad es la coincidencia del querer y del poder, y dura los segundos que dura un orgasmo, es la consecuencia, las maneras, el cómo más elemental. Pensar mata poco a poco, y la felicidad no está hecha de palabras, ni sabe de simulacros, no son siquiera sensaciones con las que nos engaña le mente, la felicidad se gana y el karma es su carcelero. La felicidad no se manifiesta en los que ya han muerto, huye del miedo, huye de los que llevan el alma sucia y la boca llena de piedras. Adónde ha de estar la verdad, y para qué nos puede servir su presencia en un lugar de odio y destrucción, me dije para mis adentros. Luego sonreí, en los últimos peldaños, en plena oscuridad, en mí, esencial en las conveniencias, independiente, antes de llegar a mi habitación en la torre emparedada, mi habitación, mi punto de encuentro, adonde se reconoce la cometa que ha perdido cordura y timonel. Sonreí con un estremecimiento sutil y apasionado bajo el ombligo, como cuando sabes que nadie te está mirando y te juzgas rebajando la malicia que nos llevará a la tumba, la crueldad que en nosotros resulta comprensible. Leí las primeras páginas, los tatuajes se estimularon en un yo interior que parecía despertar de un coma. Cimbré como un clítoris. Esa energía. Y, entre tanto, yo, extendido. Y no, no pasó algo más aquel día.

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Que no entiendo la casualidad

Porque yo no voy con los momentos de otros

Y ni la verdad de un segundo enciende una llama

Que no entiendo un suspiro ni un roce que se derrama

Porque importa qué el fuego me marque y ardan mis labios y halla ceniza en mis ojos

no entiendo que se olviden los nombres de mí mientras viva la eternidad.

(Raquel Ruiz)

 

Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado, en sus esquemas de madera el golpe de vida te abría los ojos y ahondaba, se replegaban disposiciones que a veces parecían esquemas de algo etéreo, la temperatura y el efluvio de los cuerpos, el amparo de las voces y las conversaciones, y las risas, en las tonalidades y reminiscencias del caldeado que se atribuye a un conjunto de partículas que afloran en el recreo de una tarde lluviosa y enrevesada en una niebla que engaña las formas del final de las calles y las perspectivas. Adónde residirá la realidad, y cómo podremos reconocerla.

Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado y me abrí paso entre las mujeres y los hombres que brindaban y que, elevando la voz, me hacían partícipe de sus escenas, al rozarles, al disponer mi mano en un hombro desconocido, de alguien a quien jamás había visto.

Necesitaba un trago, y mis ojos no dejaban de mirar las caras de las mujeres y los hombres que brindaban y que también investigaban y centraban sus pupilas en lo desconocido que tanto nos gusta a los monos vestidos a la última moda y que hablan sin parar sobre sí mismo y sus imbecilidades. Qué ridícula puede llegar a ser la imagen de un puñado de inconsolados que acomodan su cara en la almohada con el rabo arrugado, con las tetas colgando, y los labios babeando más noches de la cuenta a la semana. Demasiadas, sabes. Qué ridícula puede llegar a ser la imagen de los que seleccionan sus estrellas, en momentos cruciales, tan sólo por una imagen que vale mil palabras que no pueden entender por la gula del vampiro. Y si la luna llena bajara a mirarles, frente a frente, elegirían tirarse una oferta de última hora para luego morir un poco después de los veinte segundos. Ja, ja, ja… me río con nervios y dudas.

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Había un chocante bullicio al abrir la puerta de la taberna de ambiente anaranjado, al cruzar la abundancia de fascinantes piezas de escaparate la vi a ella, recolocando su pelo como si se fuera a poner a cantar aquella canción de Siouxsie and the Banshees. Ella. Como si estuviera a unos fotogramas de cruzar sus ojos con los míos. Sentí unas ganas brutales de fumar y, aunque no estuviese permitido, saqué la cajetilla y la abrí, cogí un cigarro y lo llevé mis labios intranquilos. Lo encendí. Desprendía algo increíble mirando la barra. Parecía un unicornio, un trueno, carne boreal, un gigante caminando por el océano, y su proceder fatuo e imponente, prometía bengalas y arena blanca.

No sé cómo era su cuerpo, no podría darte datos para ponerte en las candelas, pero su cara, la forma en que estaba sentada, el juego de sus dedos en la pantalla del móvil, su boca en la copa, me pusieron burro. Mientras tanto, daba caladas y dejaba a una nube envolverme. Existía con la sensación de haber nacido solo.

Nos encontramos, y las miradas se fueron repitiendo, continuaban en una lluvia de alcances, preguntas y contundencia, una contundencia desmadrada.

Entonces llegó él y le dijo algo al oído mirándome a mí. Tú giraste la cabeza y me volviste a aprisionar con el brote de entre tus piernas. Nunca lo negaste. Por un momento me sentí desconcertado, pero luego me fui conformando. Aunque eso sí, no podía dejar de mirar para el rincón adonde estabais.

Luego apareciste detrás de mí, y te pegaste a mi espalda. Nos vamos, dijiste. Y parecía una consulta que se había disfrazado de afirmación. Vienes. Sí.

Y él. Él viene también.

Habían pasado diez minutos, quince, y paseábamos por, ¿Manhattan, Madrid?, qué más da. Verdad.

Me llamo, te llamas, soy, vengo, qué total, venga ya, y muchas formas que anticipaban a algo que no entendía. Llovía ligeramente. Es cierto que ella ocupaba toda la imagen, pero, detrás de ella, él también contaba, no sabría explicarlo.

Y luego ella otra vez, y esa rareza, esa autoridad, dominio, influencia, potestad. Joder… Algo brutal.

Me decía ven. Y yo era una presa, cediendo. Y en sus sombras los ojos de él, una suavidad masculina, leve, capaz. Verdad. Él viene también, y yo no le daba forma, no me hacía con las ideas. Sólo ella, ella y esos efectos, y él.

La besé con ansias. Nos besamos los tres. Ella me consumía, y él me distinguía de ella, me remediaba con caricias decisivas, y en la combinación me rozaba la mejilla con el reverso de sus dedos, me olía el pecho interponiéndose con acercamientos firmes e intermitentes, y tenues, agudos. Y deseé en todo momento las manos de ella sacándome la ropa. La danza de él. Y me hice en la confusión y la codicia de lo que es fugaz y que se presenta como algo dudoso pero ineludible, y no pude decir que no, yo quise. Gemidos. Tácticas de escenas borrosas, y el tono por las nubes, salido. Calor. Inconsciencia. Y mi contenido en expansión, en confines, sin patria, sin banderas, sin nada que objetar e incapaz de tomar la iniciativa. Susurros. La voz de ella, la de él detrás de ella. Las manos. Hubiese. Y navegué en un espacio indefinido en siglos de cien instantes de vacío, inclinación y voracidad. Quizás hubiera un hilo de maldad, de sed en exceso, de ansia. Luego subió la espuma y nos cubrió por completo de cúspide y encaje. Borrachera, confusión, hechizo.

Amaneció y nos miramos. No hablamos. Amaneció y nos miramos, incluso ahí, en ese fragmento de algo que empieza a perder el equilibrio, y a pesar de las garras, la heridas cicatrizando. Y, en la concisión de algo pleno, el silencio se rompió en cien pedazos…

OCOL

Colaboran: Raquel Ruiz y sus qué que se abren como una flor carnívora. Con los rayos del plexo y la barbaridad elevada a la cúpula de ah de la casa que se sabe abierta. Bella. Y E.Maldomado (ilustraciones) en expresiones de eternidad y emociones chacales que desdibujan lo que se dice real con manifiestos de máxima exponencial y reminiscencias del silencio. Gracias a los dos por vuestra generosidad que da sentido a esto que llamamos todo el rato.

Treinta de mayo de 2016, 6:21. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador.

Treinta de mayo de 2016, 6:21. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador.

Verte allí, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, causó algo inexplicable que no traté de frenar u oprimir por pura emoción y, el maremoto, que confirmaba que somos agua, removía, como un pueblo enloquecido que trata de acorralar a su líder, mensajes que concurrían, en la irrefrenable partida existencial. Una partida existencial en toda regla, y con todos sus elementos, representándose en lo inequívoco y la diligencia reactiva del deseo y la insensatez del apasionamiento que atraviesa montañas, atando machos.

El verte allí, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, me deshabitó de todo pensamiento que no tuviera algo en común contigo, con lo que representas. Y, claro, me faltaba el aire que pudiese pacificar el cuerpo que había iniciado su viaje a ninguna parte (redundancia sorda), en cualquier dirección se barajaron fórmulas y se inició un proceso, absurdo, de procedimientos que pudieran concluir en tus brazos. Al principio sólo quería mirarte, luego ya, tal que el hombre que no se conforma con nada, pensé en tus labios, y sin apenas recordar tu mirada, cuando de verdad me amaste a máximo rendimiento, quise escucharte sollozar y sentir el disparate que fluía de tu cuerpo al entregarte, al incitar con esa sumisión misteriosa que nacía en ti y que empezaba con susurros tectónicos, en gestos de una inocencia provocativa y henchida de señas de identidad que querían asimilarme. Así eras tú en mis brazos, nunca he podido olvidarlo, te lo digo y ya está.

sin embargo

aguardé

y  yo regreso

sin embrago

instantes

y yo acunado

y sin embrago

el cielo de otros mares

y yo nadando mar adentro

(Raquel Ruiz)

¿Sabes? Me mete en razón vivir sin ti, y correrme en los días a mi amparo, en mi pleno derecho a ser feliz y no estar atento de cuándo te vas a romper y me vas a convencer de que tengo que esforzarme para que esto funcione. Aquello, ya, perdona. En el fondo quiero entenderte, pero eso es en el fondo, y ya estoy cansado de honduras, depresiones, bajíos y precipicios. No me tira tu abismo, tu barranco, el despeñadero, los quintos infiernos. Fíjate que fortaleza posee el tiempo. El tiempo y la perspectiva. Sería brutal que el Amor pudiera congelarse como un cubito de hielo y saborearlo sin más, mirando las estrellas.

Recuerdo tus cartas, tus cartas de antes de ser tuyo para siempre y qué quieres que te diga, extraño tu fragilidad y tus ansias por tocarme, porque me dejara caer sobre ti sin ropa. Perdías la razón, incluso delirabas. Cuando hacíamos el Amor decías cosas que luego olvidabas, o que se habían borrado de la memoria al recuperar la maldita razón, al menos eso decías, y me buscabas con los ojos en cualquier lugar, no hace falta poner ejemplos, me andabas buscando, desentrañándome como si fueras una extraterrestre que necesitara tomar mi alma, despojándome de la carne. Pero nos deseábamos con tanta fuerza que hasta llegábamos al orgasmo abrazados en el autobús. Nadie se daba cuenta de nada, o tal vez sí, qué más da eso ahora que el mundo se ha acabado. No me hacía falta meterme en tu cuerpo, yo era una parte de él. Fue grande lo nuestro.

Y cuando te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, la confusión pretendía, en todo momento, aclarar que debía darme la vuelta y alejarme de allí. Coger un libro, yo qué sé, cualquiera, y tumbarme a seguir siendo, en toda la extensión, un feliz leedor sin más obligación que vivir en una fantasía sin límite y con la seguridad de Biblioteca que fallar no puede, y Amar a mis compañeros de viaje, Nin, Frida y Emily, las galgas, Antártida, el cuervo y David Bowie, la vaca de manchas azul Yves Klein.

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Cuando te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, también tuve una erección y, también, te miré con ambición, no lo niego, por esos pantalones cortos, por esos muslos, por esas piernas con los pies metidos para adentro. Tu cara no había cambiado, ni tu mirada, ni la caída del pelo. Tus labios siempre estuvieron algo ajados, lastimados de no ejercer el beso, y tus dientes…, podría dibujarlos y no me equivocaría, ligeramente doblados, finos y tristes. Cuando supiste el sabor a mí perdiste el habla. Yo te llevé al cielo, de eso estoy seguro. Y sabes que me costó creerlo, soy tan inseguro, pero fíjate, algo me dijo siempre que te perdería y te aproveché al máximo.

Por un momento di un paso atrás, sigiloso entre las sombras del mármol. Giraste la cabeza, como si me hubieras oído. Silencié mi respiración en seco y cuando me hubo capturado el negro del silencio que se convence en segundos, recordé tu carta….

Empezó en tormenta de verano, una tormenta imbatible, aterradora, con una fuerza incuestionable que predecía un final atómico de lo que hasta entonces había sido mi vida, y un principio insano, febril, incontinente y carnal, y un viaje en un tren imaginario al otro extremo de mi estabilidad, un billete enloquecidamente romántico que me había colocado una argolla al cuello, nunca mejor dicho. Lo supe tan sólo con sentir tu presencia, yo ya era tuya y tú estabas a dos pasos de mí, y todavía ni habíamos hablado. Fíjate qué detalle tan hermoso y tan aterrador. Me sorprende y me envenena que tú ni lo hubieras imaginado, no eres quien yo creía. Tu mirada asoló mi realidad y, magnética de belleza y de imposibles, inhabilitó mi equilibrio y convirtió en piezas casuales al resto de los habitantes de la Tierra. Se terminaron todas las dudas con las que había peleado toda la vida y mi corazón terminó por endurecer, la metamorfosis me mortificó día y noche. Perdí el sueño, sentí cobardía y frío, un frío insoportable. Recuerdo que te dije que no podía dejar de hacerme preguntas, pero te mentí. Eran afirmaciones rotundas. Mientras tanto, tú abusabas del libertinaje de mis cuerdas vocales y del tono de mi voz serpenteante e insegura, me dejabas confesar como si tú todo lo merecieras con la callada por respuesta. Y además, el disfrute del hombre que todo lo puede, llevando la rienda enganchada a la lengua, satisfecho. Por eso no sé de qué hablas en alguna de tus cartas, yo nunca traté de alejarme de ti, tu imaginación no es tu aliada y tus actos, como has podido comprobar, mucho menos. Eres un niño y no estás a la altura, ahora me doy cuenta. Y brindabas con prisas, dando largos tragos y rondándome como a un júa sin prender, con tu cuerpo en llamas sobre una pista de patinaje.

Incluso un pavo real, en su mejor versión, es sólo un pollo vestido de gala. Y no es la belleza que pueda verse, la lozanía, el garbo, la seducción dura poco si no está hecha de todas las cosas, una a una, que hacen un global que es lírico y es pueril, y amante de las pequeñas notas de la sinfonía. Porque la belleza que está hecha de deseo cansa. La hermosura de collage, el puzle que no es rompecabezas pero que no necesita de artimañas, y ni fracciona el engaño, y la asquerosa manía de ser el centro de atención, son incompatibles.

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Como sé que no me está leyendo nadie, voy a confesar que lloré, no fue un llanto quebradizo, no fue un temblor de nostalgia, ni la angustia de la tristeza, ni tampoco tormento o amargura, fueron lágrimas de deliberación, un cónclave de caminos, de intersecciones, El Laberinto de Ulazak transgredió a sus estructuras físicas y se convirtió en juicio. Y no hablo de cordura, ni me hice en tramos de reflexión con la idea que pudiera medir o considerar tras la aprobación democrática de nuestra geometría emocional. Era una decisión inconsciente que, escrupulosa, sentenciaba y cerraba una puerta que había dejado abierta demasiado tiempo. Antártida, el cuervo se posó en mi hombro y habló.

– Es fácil creer que somos olas y olvidar que también somos el océano.

Elevé la mano y acaricié su plumaje. Me asomé para asegurar que siguieras allí. Sé que estabas pensando en mí. Conozco el gesto. No pude salir de aquel rincón.

–Antártida–susurré–qué es lo que crees que debería hacer.

–El coraje se asocia a menudo con la agresión, pero debería ser visto como voluntad de actuar desde el corazón.

Y como si estuviera desahuciando a un amigo que opera de traidor, la seguridad me dio una lanza que usé de cayado, asegurándome de no volver a romper una sin antes haber visto al árbol rozar la cúpula cien noches. Sin haberme dado cuenta, incluso cuando al retornar cien veces ante tu luz, supe que no quiero ser como la sombra de Desnos y renuncié a ti. Y sé que no podrás vivir sin mí, y que amaneceré pensando en tus nalgas, soñando con quitarme sigilosamente la ropa interior y pegándome a tu espalda excitado, y que será idealizado el momento en el que te vi, sentada en el hall de la Biblioteca Airanigami, y sí, que me oculté para que no acabaras descubriéndome y que luego pudieras convencerme de algo que ya no quería. Ni siquiera el Amor más puro puede alimentarse de dolor. Y tan sólo trataba de evitar, quizás en un acto de egoísmo, aceptar esclavitud fundida en aceptación y en sistemas que no estaban hechos para mí, senderos que debía cruzar descalzo, detrás de un misterio que quizás nunca resolvería a tu lado. Me gritaba la piel y la soledad me hacía ascos en la distancia, jurándome episodios arduos y dilatados, pero, así sucedió toda aquella mañana de escarlata, aquella época que duró cien segundos y en los que te hiciste de piedra para asegurar el perdure, el roto de un dogma que agrietaba el muro de la última frontera.

OCOL

Colabora Raque Ruiz. Y tantas veces de retorno al huero de la magia y las formas exigentes de la maestría y la dignidad de lo auténtico. Así nos fundimos yo en mis escrituras y tú en las que brotan de ti, como la orilla a la arena. Mola. Gracias.

Frases de Antártida por orden de aparición: Jon J. Muth y Donna Quesada.