Mes: agosto 2016

Diario de OCOL: Veintidos de agosto, 4:34. Final II.

Diario de OCOL: Veintidos de agosto, 4:34. Final II.

Improvisación.

La carretera se hacía estrecha, la pátina se iba volviendo rosada y las ramas, los tallos y sarmientos, pámpanos, broza, yemas, pezones, capullos, estolones, serpollos, merodeaban. Requiebros y madrigales. Madreselva luminiscente, violetas corché, lirios, lavanda rastrera, dalias, crisantemos dos tallos una flor, azaleas y acacias reptantes, iris de lengua rosa, nenúfares algadara y rosas verdes, turquesa, romeros de cristal de ceniza, petunias catarata y jazmín argentino. Troncos atávicos que se alargaban fabricando sombras bajo las cúpulas de cien abetos, y saúcos y pinsapos enredados en espina de pescado y campanas doradas, y enebro, y cerezos ciruelo, laurel y espino de ascua, olmos y tilos. No reconocía el paisaje. El cielo perseveraba oculto desde el temblor, clandestino.

Mi marido sabe que tú y yo estamos hablando de lo nuestro. Sabe que nos buscamos y lo consiente, no tiene más remedio. Y prefiere que me estrelle contra un muro para poder recogerme después del suelo mal herida. Sé que reza porque esto ocurra de una vez y por eso me «dejar ir». Baja la cabeza y respira hondo. Es fuerte en los puntos intermedios (yo no), sabe hacer cola y cree estar ante un fragmento de un proceso en el cual será vencedor. Recogerá los pedazos que queden de mí cuando te canses, una vez hayas saboreado mi sexo y te resulte habitual mi cuerpo desnudo, y mis sonrisas detrás del cristal del vino. Y sí, quiero pasar por ello. No lo esperabas. Quiero aventurarme a sentir eso que aún no he podido, y no valgo seguir viviendo sin comprobar si es lo que parece. No debo negarme algo que pueda estar echando de menos toda la vida siendo seguramente un error. Antes de vivir a medias prefiero enfrentarme a ello y cuando lo nuestro acabe y ya no me importes, y ya no te importe yo a ti, volveré a mi piel y afrontaré la vergüenza de los errores cometidos. Luego redimir a la sumisión y ensayar escrupulosamente el amar al único hombre que me ha querido será inevitable y lo aceptaré sin chistar. Estoy segura de que será cuestión de tiempo. Y ya no habrá pendientes, ni engrandecimiento de lo imaginado, será tácito y claro, ya será incuestionable. El espejismo se desenmascarará en su propia esencia, y entonces yo aprenderé. Y tú te irás para siempre.

Octubre.

El mes de octubre es así. El mes de octubre intenta parecer efímero, y pretende conmover con su decadencia; escondiendo suelos, mintiendo para parecer atractivo en las luces profeta. Garganta tierna, invento, indumentaria maleducada, vanidosa. Correría de moscas.

El mar era antes. Unas huellas pueden representar algo que jamás pudo haber sucedido. No son una piñata estricta que pretendía contarlo todo.

De sus marcas, de sus colgaduras y arrastres sí. Sí, claro. Claro que hubiera metido la mano y tirado de ella como si el gancho fuera yo, desde afuera y cómo podría, me preguntaba en aquel bosque sin fauna multiplicado por las apariencias, pintado de blanco. No ha pasado tanto tiempo desde aquel día.

No inventemos definiciones. Maldito sea el hombre que sólo aprende del Hombre. Todo es verdad y todo es mentira. Cojines, vino y envidia.

Acaso yo soy quien fui, o lo que pueda llegar a ser. Pues eso también da igual. La única certeza que tengo ahora es que no pretendo ser comprendido, ni me estoy explicando.

Uno mismo… y los guiñoles sin insignia, y los títeres, polichinelas, peleles, marionetas, bufones y arlequines que se ríen sin motivo, todo eso. Chisgarabises, zascandiles y mequetrefes que sustentan la macroeconomía global. Y mientras se mueren de sed nuestros hijos, ansia de belleza, monigotes, osamenta, difuntos y juanetes. Y buscamos agua en Marte. Pantomimas y acrobacias, cabriolas, contorsión, pirueta y equilibrio, remedos y caricatura, por si se nos ocurre besarnos sin pensar que con mirarnos es suficiente.

Mírame, soy un caracol.

maldito viaje ni una vez más

infierno de paso

maldito en la luz de día

absurdo de los que anduve y perdí

ni caso

ni una vez más

(Raquel Ruiz)

Sí, la huella. Éramos un punto en la distancia. El hombre que se cree importante es un punto en la distancia. La lejanía era una esfinge con la boca abierta que engulle turistas, y convencido de seguir la pista.

Nosotros habíamos despertado, o quizás no. Nosotros íbamos, o tal vez veníamos. Eso no lo puedo calcular. Lo que sí os puedo decir es que éramos, en toda la extensión. Los moldes están manchados de hollín y el laberinto es de hielo forjado. Los soles surgen en el momento justo. Los fuegos ya no serán más peligrosos que los moldes y el aire sutil se entregará por delante de la tormenta que disimula el tsunami, retrocediendo.

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz, mil gracias,amiga.

 

Diario de OCOL: Trece de agosto de 2016, 00.23. Final I

Diario de OCOL: Trece de agosto de 2016, 00.23. Final I

Me da cierto miedo estar despierto cuando en la televisión dan programas de madrugada. En las noches a rayas sentía un extraño temor al amanecer. Con la edad trasnochar se complica. La época en la que la ilusión se corre siempre sobre las pequeñas cosas, en los componentes y fulgores de liberación, en la música, dura un suspiro. Relamerse en apariencias del hombre y la imprudencia de una noche de ginebra, hielo y limón, y agua tónica sin que nada importe, es un lujo que dura poco. Noches de semen. De lo pasajero. Y si echo en falta algo es el valor y la inexperiencia en la multitud, donde el mal siempre está ahí, acechando.

nadando en escalas de grises

recalar

fondo

miedo en las manos

en los huesos

 me voy borrando

(Raquel Ruiz)

Para un desequilibrado como yo escribir ha sido la salvación, he ido siempre de afuera al fondo. Y en la superficie, cuanto más he llevado con la lengua a Saturno, más he saboreando los esplendores, la gravedad. El aire de deseo y sus cualidades trepadoras. Elevándome. Ni zapatos de madera, ni profundidad alguna que pueda comprarse. Espacio abierto. Luna tangible. Mi cabeza en tu estómago, apoyada. A ese lugar debería acceder por la puerta que nadie ve, por la escalera debajo del árbol, por un pensamiento que merezca existir.

He escrito mucho en estos años. Hasta los laureles son serrín para una vomitera cuando ya nada parece ser auténtico como el agua. Y lo hermoso, y realmente necesario nunca cansa. A mí me aburrieron todos. El rimar de la fama que se escurre entre los convenidos le da carisma a un suspiro. Escribir es otra cosa. A mí me aburrieron todos, por cobardes, por tan poco.

Creía que conocería desvirgadores de establecimiento e institución, rompientes de concreto y viceversas en las que poder dejarme caer. Influencia, bajo plectro. Que mis musas, mis hadas de tez blanca, de piel exquisita, urbanizarían el harén encendido de formas infinitas. Y que, adonis y serafines muertos de amor, en la cosecha imaginaria, se quedarían quietos, mirándome, sonriendo, esperando mis atenciones y observando mis gestos. Esperaba enriquecerme como un buscador de oro, conforme, encontrando en el río que nadie puede parar esas respuestas a mi yo más real, ése que navega en mis conversaciones interminables en comprensión, esparcimiento y quietud, sin trabas ni etiquetas, tratando simplemente de ser. Habría sido vivir de todas todas, arriba. Y no creas que busco respuestas a pregunta alguna, en realidad lo son a lo indescifrado, a lo hermético que se hace con el control sobre mí, a la pasión invisible. Y porque nunca he querido vivir por vivir.

Creí, también, ingenuamente, que los escritores leen continuamente.

Jugueteé con la idea de una nueva oleada beat, una vuelta a la correspondencia crítica y ardiente, a los enamoramientos estilísticos, a la influencia fatal. Sólo cuatro leen a los demás. Y follar por follar es la feliz imagen que nos rodea en la metrópoli de cartón piedra en el imperio digital. Ésta es la historia de un compositor que sólo interpretaba sus partituras, de un gran señor que es grande porque lo puede comprar todo. No hay mayor soledad que el timón de una aventura. Y el dinero no es nuestro Dios, lo es el fuego y la oscuridad, lo callado, los pasillos de lo imposible, el fondo negro, por delante y por detrás, el sabor a exaltación y la intensidad efervescente de un flechazo, la embriaguez y el hechizo, el gato negro, los besos venenosos, la posesión. Dios es eso que nos hace enloquecer, que nos demanda ser como somos y que estimula e intensifica, que volemos con la simple realidad y que caigamos rendidos ante una mirada.

Yo, tan solo, escribo historias…

OCOL

Colabora: Raquel Ruiz. Muchas gracias, compañera.