Sabes que la corteza de esos muros se resiste a bajar los dientes y tú, mirando de lejos, a tu modo, estás convencida del orden de las cosas. Sientes dolor al hablar, y se te hace pendiente eso que te dices; como si esa boca piel de tigre abrigara un rugido que afirma seguridad, o enmienda de pelota.
Al final, no tendremos nada.
A que no.
También te dices que la historia ya se sabe, y no. Acabas por desenmascarar la ribera que enreja un teatro al que sobrevendrán partículas de sal y yodo de las mareas que nunca pudimos, corroyéndolo todo. Aunque tampoco mañana podrás huir de la arena que sube por las tuberías y que entra por debajo de la puerta de nuestras manos, del arrecife de corales que se derrochó esperando.
Actúas como si merecieras todo lo que está por venir, aunque sea malo. El destino es obra de la pereza y no sabe blandir una espada.
Desde arriba, pegando la mejilla al techo, de medio lado, sigues escribiendo la lista de la compra como si fuera una copla en un carro que podría llevar cualquiera, haciendo los mismos rodeos para llegar a cualquier parte.
Aunque también eres un cuadrado de harina de azafrán y de comino, y la cama vacía de Frida Kahlo que malvive de arte puro. Ahí estás… en la azotea, mirando los rayos caer.
El árbol que siempre estuvo ahí por fin te ha incluido, sus ramas se clavan en tu edificio, reconocen quicio y juntura. La noche se traga el contorno de la maleza, y exalta, y supone, aunque no lo percibas, la oscilación de los peciolos, y las hojuelas que observan la distancia que haya hasta el suelo. El viento sopla, y el polvo se hace barro de acciones que no tienen beneficio, cuando la luz se va.
Miras la superficie de los muebles preparando lo que pueda pasar, confirmando escenarios y figurantes que no se ven. Siempre fuiste así.
Gritarán las casas vacías, aunque nadie las oiga. La probabilidad será una ruleta rusa que sólo confirmará la intención de cruzar el mar a nado. Y esa fortaleza que finge ser Nina Simone cuando habla de ti, y de lo que está por venir, no toca piano, ni distingue la fragilidad de nuestra arquitectura.
Al final, no tendremos nada.
A que no.
OCOL