Etiqueta: Esclavitud

Open Arms

Open Arms

Mientras los ojos del mundo que mira, pero que no ve, se entornaban para echar una siesta con la inspiración aliviada y el ventilador escama de serpiente frente al ánimo y los pies descalzos sobre el sillón, unas manos pequeñas, ahogadas de mar, gritaban a la cuerda que caía del barco mientras el mundo callaba mamando cerveza, mirando series en la televisión. Los dedos de su otra mano también temblaban acariciando la cara que yacía a su lado con los labios secos. El niño repetía una palabra que no entendemos, y había dejado de esperar hacía ya muchas olas. Por eso la cuerda se hizo horca, y flecos desatados en penas.

12180839_916336305102137_1937805827_o

Una marmota y un cerbero miraban al día de los Bosques Ardiendo entre ríos de barro y montañas de mierda nadando.

El día que los mares escupían bolsas que decían ser caracolas, los bancos se pusieron de pie y se llevaron el dinero, saltando los muros de carga en llamas, desapareciendo en el abismo. Los glaciares desistieron de llorar cuando el aire se hizo humo negro patriota y el agua inundó la ciudad. Ya no quedó ni luz bajo las farolas, ni espacio para una colilla más en el cenicero, ni gente follando en las camas predicando amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Sigue rezando.

El Cautivo

El Cautivo

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta, de la mesa de sacrificios nace una parra ya madura, y, mientras suben por las ramas que van al cielo, los que tiemblan de miedo, me dejo apalear por los mejores hombres del régimen de las cien calorías que regalan la cura de la cerveza, del diazepam y las flores de plástico de dos colores. Y a mí, que estoy como una cabra, sin apenas tocarme la bragueta, con los roces y los porrazos, se me pone dura.

Tú di que sí, que el plan es fantástico.

A mí la certeza, y la postura, de Aznar en las Azores.

Y como el credo esclarece la dicha a través del sufrimiento, si no quieres sopa, tomarás dos cazos. Y con los codos derramando palabras de vientos de entretela, me preparo para la racha, para los honores y el tictac. Luego llegan los saciados y dicen que no hay chicha, que no hay teta para todos en el bosque de árboles sin ramas. Y, aun así, viento en popa a toda vela. Vaya faena…

Veo a Abraham con un hacha en llamas, y, calcinado Isaac, los ojos puestos en el borrego, porque nunca es suficiente.

Risas de hiena.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta no dejo de fumar jeroglíficos de sangres del Canaán. Veo la vida y los recuerdos que mueren debajo de un puente, pero no me hago preguntas cuando levanto los pies de suelo y asciendo con el aura encendida.

El fenómeno adverso cede los cimientos, tiembla la caverna, y ni pestañeo ante la animadversión desmedida que dibuja despedidas y una cruz en mi frente. Y pienso… de nada sirve rogar al cazador que no mate al oso que inverna.

Porrazos de colegio, mala influenza, estorbo. Y frases tal que amarás a tu prójimo como a ti mismo rugen con formas de fe. Y, con el resentimiento global, me pregunto dónde está el todopoderoso cuando se pierden los mapas y la brújula se dispersa hecha pedazos. Y, mientras cae otra bomba, el silencio se prolonga.

O todo el mundo está loco, o Dios es sordo. O calla, con esdrújula vergüenza.

Sacrilegio, salto mortal.

Rictus de justicia, copas rotas.

Se elonga, se rompió.

No hay meta cuando de nuestro reloj cae el último grano de arena, pero saltan las alarmas cuando ya reina la calma y, con los murmullos de las devotas que no se han enterado de nada, se monta la marimorena. Y eso que la más lista hace lazos a la cuerda en la reunión del karma y la cebolleta. Y así, como el que no quiere la cosa, campana y se acabó.

Cambio de rumbo.

En el día en que el centro de gravedad permanente se agrieta las mentiras son axiomas, la exactitud imprecisión, y, aunque el rio suene, el salmón no atiende a normas y la contracorriente coge forma de lengua de sierra. Donde arriba es abajo, el gato y el ratón son testigos.

Se desatan nudos, y, según convenga, al calor del amor, en la boca ancha del embudo, en un bar, en el centro de la tierra, en el carajo, se confirman contradicciones, enredo. Y con el alud, insultos en otro idioma, señalando todo el rato con el dedo en una guerra sin cuartel entre dos amigos.

La ofensiva es la tempestad de la que hablaba la rabieta, la que jura, desde el barco de papel, haber tomado tierra en la isla de San Borondón. Y aquí se desteta la leyenda, y yo, con los ojos mirando el horizonte, me digo que no hay bien que por mal no venga.

Adiós con el corazón, que con el alma no puedo.

OCOL

 

INTERÉS

INTERÉS

Quasimodo

Las montañas que rodean este círculo colosal de palabras en permanente cirugía de conveniencia y regodeo, de ansias de conglomerado céntrico, son las mismas que ayer. Juro que es cierto. No sé por qué me sorprenden las máscaras de cara de cruz que lucen mis accionistas y allegados. Adónde llegarán las palabras que anteceden a un vendaval de desagradecidos que merecen todo.

Claro que sí… siempre nos quedan los obituarios. Devolveremos, irónica y superfluamente, a la vida con disimulo y frases de conciliación y apoyo a los que ya se han ido, atestiguando dones y sellando garantías en un romántico y cabal desfalco robótico y programado que esquiva descaradamente a la luz y sus virtudes. Siento antipatía por las pasiones de duelo, en los que no tenemos vela, y que arrancan cana a los acontecimientos cuando se pisa la tierra y se pueden saborear concurrencia y vicisitudes. Estamos muy ocupados con la estrategia y el beneficio. Di que sí… ahora nadie te está mirando. Nos venimos arriba, como si el reloj no fuera con nosotros, con las manos llenas de mierda un día detrás de otro. Y siempre somos capaces de más, lo que nos echen.

No tengo nada que declarar cuando todos están tan concentrados en hacer lo mismo. El ahora que consta si los cirios rodean catafalco, que aprisiona por su deshonestidad, desacredita  todos los debates con un silencio mortal de aplausos de manos huecas que pone los pelos de punta, péinate.

Nos abrazamos a los que ya no reconocerán la euforia, pero, un rato, vaya a ser que… Hay mucho que hacer. Cumplimos. Quizás a los que han perdido, tal vez a los débiles, asegurándonos que no levantarán cabeza para robarnos. El resto del tiempo miramos las fotos en las que salimos guapos, y nos ofrecemos para presentaciones en la embajada de las muecas en virtud de auspicio y enaltecimiento de lo que nos representa, de lo que nos corresponde.

VIA

Peaje

Porque si algo somos es protagonistas, dictadores de escaparate de bajo beneficio con los tobillos destrozados por los garrotes, con la lengua azul y la olla de póker, con las manos menguando al ritmo del desaire de un full de ases y una pareja de reyes que sabe más de tronos, azotes, joyas, prisión, que de gajes de oficio. Y que conste que no ando en busca de hospitalidad ante la prístina indecisión que antecede al homenaje de castillos en el aire, prefiero seguir mirando.

Somos tan ambiciosos que nos exhibimos al ver partir a los que hemos matado, vestidos para la ocasión. Qué son esos modales de unirnos para decir con Dios todos los días y luego andar jodiendo todo el rato. Tan convencidos por la inercia que el hola se queda en nada, en una masa corriente de labios hinchados de tanto moco artificial, de tanto vicio de saco roto. Veneramos a los que nunca hemos querido porque así es la vida. Qué dirían David Bowie y Leonard cohen un día después al ver a tanta gente desconocida mirando. O Galeano, imagínense qué discurso tal vez apolíneo, tal vez dionisiaco… El Sr Spok, Bauman, Prince. Qué dirán los que han cruzado la línea y nos miran desde el otro lado. Extravagancias. Cuáles serán las señales, ¿una lluvia torrencial? ¿Una medalla, un conato?

¿Por amor? Llámalo atadura, transacción. ¿Consecuencias del ser y estar y por si acaso? Fiebre de game over, arrebato. ¿Por hambre? El ayuno del que no se habla, porque es frontera y soledad rancia de manos heladas que de tan lejos no se les ve, y los ojos que no comprenden ni el alambre, no descifran el sabor que tiene el desierto, el desamparo suicida, la melancolía de las pequeñas cosas… Tú te equivocas, yo me equivoco. Todos contentos. Lo digo mientras se cuestiona dónde está la revolución y el disco gira y poco más.

Y ya que, además de mirarme detrás de tus manos que se frotan esperando un cambio de conversación, un giro a lo Henry James, una vuelta de tuerca, me tratas, como el que no quiere la cosa, tal que al loco en libertad condicional que defiende la vida de una mosca , de una mariposa. No me pides que concrete, y tratas de cambiar de tema. Tú no te preocupes. Y venga crema, y rienda suelta.

Sólo nos unimos para ovacionar a hombres y mujeres que se han ido, los animales no cuentan, ¿verdad, omnívoro desde tiempos ancestrales? El resto del tiempo somos infelices. Y luego, cuando hayamos muerto, dirán que fuimos gente estupenda.

 

OCOL