Día: 12 de julio de 2020

La mínima expresión

La mínima expresión

El estrépito de los argumentos vacíos recorre pasillos sin golpear puerta, volviendo, receloso en su indecisión, para ser reformulado en un debate inconsciente entre digo y hago en un merendero donde sorben café elevando el dedo meñique.

Mientras tanto, la estructura de lo básico miente, y se modifica, divisible, en el tiempo perdido mientras se rifan cabezal y espuelas, y plaza en el abrevadero, los que todavía no tienen ni escaño, ni calle, ni caballo. En la sala de la vanidad, son caciques hasta los mendigos, y la fe justifica los medios.

En la composición de estos días las formas en movimiento sobornan a la inquietud del discurso vago que presenta la unidad como una especie en extinción embalsamada dentro de una urna macabra en el salón de ensayo, cubierta con un sudario. Ahora la aspiración es una escalera sin peldaños, donde la duda, sorprende y no se equivoca, ni tiene remedio.

La teoría, imprecisa y efusiva, mesalina, alardea en sus respuestas hasta de la última palabra, por si se acaban y solo le queda gesticular. Delibera opciones de exclusión, y malvende durezas para trepar las cuerdas que cuelgan de un escenario palatino, la boca, que saliva actas de reuniones que nunca sucedieron, apuntadores ciegos con buena memoria, condenas a caraperro, promociones de caviar, estratagemas y conspiraciones.

Al final, la obra se pierde entre bambalinas tras consumir toda la arena de la parte superior. El autor original, reducido a la mínima expresión, observa al arquetipo que se eleva en falsa modestia, deslumbrado por la gloria, aplaudiendo modelos de superación y compromiso con sonrisa de pena. Definiendo con autoridad de predicador la dignidad del destino, engrandecida por sus acciones sin terminar, flotando en el espacio vacío.

OCOL