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La mínima expresión

La mínima expresión

El estrépito de los argumentos vacíos recorre pasillos sin golpear puerta, volviendo, receloso en su indecisión, para ser reformulado en un debate inconsciente entre digo y hago en un merendero donde sorben café elevando el dedo meñique.

Mientras tanto, la estructura de lo básico miente, y se modifica, divisible, en el tiempo perdido mientras se rifan cabezal y espuelas, y plaza en el abrevadero, los que todavía no tienen ni escaño, ni calle, ni caballo. En la sala de la vanidad, son caciques hasta los mendigos, y la fe justifica los medios.

En la composición de estos días las formas en movimiento sobornan a la inquietud del discurso vago que presenta la unidad como una especie en extinción embalsamada dentro de una urna macabra en el salón de ensayo, cubierta con un sudario. Ahora la aspiración es una escalera sin peldaños, donde la duda, sorprende y no se equivoca, ni tiene remedio.

La teoría, imprecisa y efusiva, mesalina, alardea en sus respuestas hasta de la última palabra, por si se acaban y solo le queda gesticular. Delibera opciones de exclusión, y malvende durezas para trepar las cuerdas que cuelgan de un escenario palatino, la boca, que saliva actas de reuniones que nunca sucedieron, apuntadores ciegos con buena memoria, condenas a caraperro, promociones de caviar, estratagemas y conspiraciones.

Al final, la obra se pierde entre bambalinas tras consumir toda la arena de la parte superior. El autor original, reducido a la mínima expresión, observa al arquetipo que se eleva en falsa modestia, deslumbrado por la gloria, aplaudiendo modelos de superación y compromiso con sonrisa de pena. Definiendo con autoridad de predicador la dignidad del destino, engrandecida por sus acciones sin terminar, flotando en el espacio vacío.

OCOL

Rojo Incandescente

Rojo Incandescente

El aire que me rodea pregunta si te echo de menos desde hace un tiempo, las superficies y los contornos, la vuelta de la esquina, el baile de disfraces que agota el calendario asido a los últimos años, el nudo del estómago que todavía aprieta la asimilación del fenómeno que te alejó de mí, ocultándote en la niebla, desmenuzándote en partículas que caen del balcón de los dioses olvidados, sin baranda, sin pared, sin ventana, sin cornisa.

Me cuesta olvidarle, les digo a todos los adornos cuando amanece, asustado como si mañana fuera la ruta de una golondrina, un candado que anda. Se me hace difícil borrar tu mirada, tus consejos de profesor sin corteza ni carisma, la catana, las esposas, los trece pinchos sobre cada baldosa, el ciclón que se creía brisa, hoy sámago bajo un monte de petróleo blanco que se pierde más allá de la distancia en sí misma.

Las cicatrices enmudecieron aquel último día, me quedé parado cuando tiraron de la manta y los rumores, las repercusiones, exhalaron racimos de consuelo. En el silencio frío del adiós, nadie dio un paso adelante, ni siquiera tú. Abrí tanto los ojos que lo vi todo, incluso lo imaginario. Y grité en la distancia mientras la lluvia azul surgía del suelo, pero no pudiste oírme. El tiempo lo cura todo, me dijo tu espalda. Y, como si la sangre derramada siguiera viva en un diario que canta con tristeza, me rehago en rojo incandescente con la amenaza dormida sobre el mapa de un puente con síndrome de Estocolmo, rezando porque no vuelvas.

OCOL

Bajo el silencio, quien es pequeño de alma, muere de grandeza.

Bajo el silencio, quien es pequeño de alma, muere de grandeza.

–Viste el frío. Y yo, el resto –dijo sin levantar la mirada de la niebla de su copa.

–Eres un número ocho, un cardo sin raíz que vive en un durante muy lento, tenso como el aire que te rodea. Tienes pisada de elefante y uñas picudas y, aunque no se vea, la mugre te sube por la muñeca–pensé–.

 

Sostener el cetro, ser piedra roseta cuando los aplausos retumban ego, garantiza exclamaciones de gallina clueca. El caudillaje se oye en sinfonía desconcertante y fama de alcanfor diez mil pesetas.

Quien es pequeño de alma siembra puñales hasta en el último día sin cavar hondo. En esa librería el porvenir fue y vino, y el reciente es ayer en retorno de pepino con la rabia impotente del eunuco que se cree Don Juan en semifinales de lecturas en chatarras.

La gracia ambidiestra del arrogante, fachendoso y altanero, no en el fondo, provoca deformaciones de corazón, jerigonza de grano duro, mohines de lenguas de trapo, charlatanes de piscinas repletas, alacraneros, rayos y centellas.

Larga es la decadencia en la angostura del camino de los platos rotos. Al acabar tal clase maestra no quedan aprendices, ni soldados, ni coraje. Y contar muertos mirando el mundo, sabiéndolo en toda su largura, definiendo patrón, parámetro y soldadura, es soltar amarras en un maremoto de ciclones.

Aunque las palabras sean rojas y los panfletos hablen de unidad, la autoridad es repugnada con inquina por la quinta y, a la vez, enaltecida con vehemencia de Capitán esparadrapo que cruza mares que pierden agua y simetría.

¡Al abordaje!, es lo que hay. Con tacones estrechos y a la pata coja en bares espaldas de faquir con miedo a verse obligados a cantar en los puntos de sutura, ruido de botellas en celo, y nada de canciones.

Y cuando ya nadie se acuerda…, maldad de lagartija Gray para desprevenidos en los espejos de la acera de enfrente, donde el por si acaso. Con el orgullo de corbata y el puño de boina doblada, dos lunas en la noche del desentierro de la patata sin pelo.

Así muere quien nunca fue en la verticalidad de la honra y la compostura.

 

OCOL

 

Tijera

Tijera

Asumo el aire que te rodea y desvisto a pétalos el dragón que habita en ti en declaraciones largas de humo azul que rumorean lavanda como si fuéramos abejas que se desvanecen al plegar vuelo, como si nos resignáramos a no ser. Y es por eso que supongo jardín en esta copa de vino que antes fue río en prosa, viviéndote a sorbos donde nos alejamos de las circunstancias adversas que marcan ronda y singladura. Somos formas en la orilla de hierba que hechiza piedras y esclarecidos en lo divino que emana de las simples cosas.

Estoy aquí, señalando una estrella, por si levantas la vista del suelo y la luz te atrae a la miel que tenemos pendiente en el hueco que rodea este fuego. Desearía que vieras más allá de ese emboque de lluvia habanera y grana que se adorna de oscuridad al caer en verso frío sobre nuestros dedos. Bajo la corola de la noche nada nos puede pasar. Siente como quiebra la silueta de la luna, mira los aullidos de apego y derroche, y las resonancias del sitar.

Me miras como a un charco que refleja un satélite perdido, yo te respondo con silencio, vaya a ser que las palabras desaprovechen el tacto de los labios y las trenzas del viernes que pasea por el hilo que sujeta el punto seguido que integra valentía y decisión. Yo te aliento detrás del oído; si te das la vuelta, dejamos la tregua de rebaño y nos servimos los besos aplazados bajo el firmamento de la oveja negra.

Papel

Papel

Sabes que la corteza de esos muros se resiste a bajar los dientes y tú, mirando de lejos, a tu modo, estás convencida del orden de las cosas. Sientes dolor al hablar, y se te hace pendiente eso que te dices; como si esa boca piel de tigre abrigara un rugido que afirma seguridad, o enmienda de pelota.

Al final, no tendremos nada.

A que no.

También te dices que la historia ya se sabe, y no. Acabas por desenmascarar la ribera que enreja un teatro al que sobrevendrán partículas de sal y yodo de las mareas que nunca pudimos, corroyéndolo todo. Aunque tampoco mañana podrás huir de la arena que sube por las tuberías y que entra por debajo de la puerta de nuestras manos, del arrecife de corales que se derrochó esperando.

Actúas como si merecieras todo lo que está por venir, aunque sea malo. El destino es obra de la pereza y no sabe blandir una espada.

Desde arriba, pegando la mejilla al techo, de medio lado, sigues escribiendo la lista de la compra como si fuera una copla en un carro que podría llevar cualquiera, haciendo los mismos rodeos para llegar a cualquier parte.

Aunque también eres un cuadrado de harina de azafrán y de comino, y la cama vacía de Frida Kahlo que malvive de arte puro. Ahí estás… en la azotea, mirando los rayos caer.

El árbol que siempre estuvo ahí por fin te ha incluido, sus ramas se clavan en tu edificio, reconocen quicio y juntura. La noche se traga el contorno de la maleza, y exalta, y supone, aunque no lo percibas, la oscilación de los peciolos, y las hojuelas que observan la distancia que haya hasta el suelo. El viento sopla, y el polvo se hace barro de acciones que no tienen beneficio, cuando la luz se va.

Miras la superficie de los muebles preparando lo que pueda pasar, confirmando escenarios y figurantes que no se ven. Siempre fuiste así.

Gritarán las casas vacías, aunque nadie las oiga. La probabilidad será una ruleta rusa que sólo confirmará la intención de cruzar el mar a nado. Y esa fortaleza que finge ser Nina Simone cuando habla de ti, y de lo que está por venir, no toca piano, ni distingue la fragilidad de nuestra arquitectura.

Al final, no tendremos nada.

A que no.

 

OCOL

Piedra

Piedra

Qué es la realidad

es un mito

qué es en verdad si se hace mar la piedra

y lo insignificante

es nada

o es infinito…

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La Manada

La Manada

Cuando llegó la navidad, las murallas fueron derrumbadas. Un día me aislaron de la hipocresía del dinero, la felonía y sus desfases, de los comediantes sobre el fuego frío. Los escombros fueron presentados en sociedad antes de fragmentarse en carcajadas de pasadizo, de callejón, de pozo ciego en un campo apartado.

Mis cosechas fueron trasladadas a la mesa de una oficina donde todos se arrastraban por el piso arrojando bilis por las comisuras de los labios, reteniéndose las tripas, balbuceando guion. Con las uñas rompiéndose pintaban la moqueta con sangre cetrina y baba burguesa. Era el busilis, el arte, la hermosura que surge del poder y las afluencias que el mundo aplaude con brío, votando, firmando hipoteca y contrato.

Aquella tarde de diciembre todos usaban la mirilla, nadie vino a recogerme, ni trató de unir mis pedazos. Bien entrado el mes de enero, solo quedó silencio de ion tras la voladura, discreta y fina, y el maullido de un gato.

Me deshicieron de entusiasmo y honor como el que quita capas a una cebolla; y en la idioteca, además de la antena, hay eco; no hay colmena, ni nave, ni puente, ni mano, ni se quiere, ni se folla. La aldabilla enmudeció, y la llave se hizo pomo desatando nudos que hicieron otros con un pero, un arco y una flecha, porque la fuerza se ensaya y la experiencia jura en vano.

A todo se aprende, guste o duela. Y tropezar justifica las heridas en rodillas del acero, la presión aprovecha para expandir límites y hacer músculo para afrontar mañana, y cambiar fusta por piano. Y claro, al descuidar las heridas es ingrato cicatrizar. A partir de ahí, te sientas en la diana dejando colgar las piernas sobre la nada a pasar el rato.

 

OCOL

Open Arms

Open Arms

Mientras los ojos del mundo que mira, pero que no ve, se entornaban para echar una siesta con la inspiración aliviada y el ventilador escama de serpiente frente al ánimo y los pies descalzos sobre el sillón, unas manos pequeñas, ahogadas de mar, gritaban a la cuerda que caía del barco mientras el mundo callaba mamando cerveza, mirando series en la televisión. Los dedos de su otra mano también temblaban acariciando la cara que yacía a su lado con los labios secos. El niño repetía una palabra que no entendemos, y había dejado de esperar hacía ya muchas olas. Por eso la cuerda se hizo horca, y flecos desatados en penas.

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Una marmota y un cerbero miraban al día de los Bosques Ardiendo entre ríos de barro y montañas de mierda nadando.

El día que los mares escupían bolsas que decían ser caracolas, los bancos se pusieron de pie y se llevaron el dinero, saltando los muros de carga en llamas, desapareciendo en el abismo. Los glaciares desistieron de llorar cuando el aire se hizo humo negro patriota y el agua inundó la ciudad. Ya no quedó ni luz bajo las farolas, ni espacio para una colilla más en el cenicero, ni gente follando en las camas predicando amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Sigue rezando.

A los que nunca fueron (héroes del silencio)

A los que nunca fueron (héroes del silencio)

Me atraganta el aire de piedras calladas y las lágrimas de vino espumoso que despedís de entre los labios como si fuerais un huracán con cara de susurro y no supierais ni soplar. Sarcástico, a que sí.

¿En nombre de quién habláis en este juego de hurto y de cadenas besando anillos con los ojos rojos y el compás doblado? Y después qué, a saber, más aritmética de buena fe en tono jocoso, como si hubierais alguna vez cumplido con vuestra palabra, ésa que os define con la voluntad ya cumplida y más canas que el fuego.

Con miedo a mirar atrás, y un todavía estatua de sal, la carrera de mañana asegura un dardo sin diana; y luego qué. Acaso no os reconocéis en el espejo que no se corta un pelo y ya os está diciendo que no. En la realidad que calcula tridente, sois una cuerda fatua que da la vuelta a la tierra, ahogándola, una mula que es borrego, dos cerrojos gritando al silencio, tres excesos que saben a poco. Y todos mesados por la complacencia de los días que van forzando un viaje de cristal que no sube, una caricatura. Adónde queríais ir, si el camino se hace al andar qué hacéis contando cabras y nubes con la barbilla manchada de simiente.

Nos os dais cuenta de la importancia del fragmento en la hiedra que enraíza guijarros y cantos en fuente esperanza, en ese estanque en el que no hay agua la coral fúnebre sin partitura amansa la arena negra que acuesta una sirena varada con la boca llena de plástico.

 

OCOL

Que las perras no se sientan solas.

Que las perras no se sientan solas.

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Cuando ha rugido el inmortal sobre la manada, el suelo se ha hecho agua de humo y las paredes se han agachado al ver el bando de cuervos pasar, levantando la ropa de los tendederos, tirando las macetas, apagando las farolas.

El silencio ahora es mundial y las cuerdas yertas, esperan instrucciones. La sábana que se ajusta al cuerpo con notas mudas, justifica la grieta del calendario en el chajuán de este final de agosto intimidado por las olas.

A lo sumo se queda una borrachera de días pálidos de jaula, de quejidos y nubes de costo en una soledad güera de nudo y alerta. Esperando a la remisión trepar por el precipicio de esta esperanza varada que aúlla en la distancia que las perras no se sientan solas.

OCOL