–Viste el frío. Y yo, el resto –dijo sin levantar la mirada de la niebla de su copa.
–Eres un número ocho, un cardo sin raíz que vive en un durante muy lento, tenso como el aire que te rodea. Tienes pisada de elefante y uñas picudas y, aunque no se vea, la mugre te sube por la muñeca–pensé–.
Sostener el cetro, ser piedra roseta cuando los aplausos retumban ego, garantiza exclamaciones de gallina clueca. El caudillaje se oye en sinfonía desconcertante y fama de alcanfor diez mil pesetas.
Quien es pequeño de alma siembra puñales hasta en el último día sin cavar hondo. En esa librería el porvenir fue y vino, y el reciente es ayer en retorno de pepino con la rabia impotente del eunuco que se cree Don Juan en semifinales de lecturas en chatarras.
La gracia ambidiestra del arrogante, fachendoso y altanero, no en el fondo, provoca deformaciones de corazón, jerigonza de grano duro, mohines de lenguas de trapo, charlatanes de piscinas repletas, alacraneros, rayos y centellas.
Larga es la decadencia en la angostura del camino de los platos rotos. Al acabar tal clase maestra no quedan aprendices, ni soldados, ni coraje. Y contar muertos mirando el mundo, sabiéndolo en toda su largura, definiendo patrón, parámetro y soldadura, es soltar amarras en un maremoto de ciclones.
Aunque las palabras sean rojas y los panfletos hablen de unidad, la autoridad es repugnada con inquina por la quinta y, a la vez, enaltecida con vehemencia de Capitán esparadrapo que cruza mares que pierden agua y simetría.
¡Al abordaje!, es lo que hay. Con tacones estrechos y a la pata coja en bares espaldas de faquir con miedo a verse obligados a cantar en los puntos de sutura, ruido de botellas en celo, y nada de canciones.
Y cuando ya nadie se acuerda…, maldad de lagartija Gray para desprevenidos en los espejos de la acera de enfrente, donde el por si acaso. Con el orgullo de corbata y el puño de boina doblada, dos lunas en la noche del desentierro de la patata sin pelo.
Así muere quien nunca fue en la verticalidad de la honra y la compostura.
OCOL